De la ataraxia a la crispación
El presidente estadounidense, Barack Obama, dijo ante el Comité de Acción Política Americano-israelí estar dispuesto a usar la fuerza contra Irán si insiste en fortalecer su aparato nuclear. Alvarez-Solís considera que podrá desarmar a Irán quien ha renunciado a las armas nucleares, «superioridad moral» que desde luego no ve en Israel, cuyo presidente alardeaba, en la misma reunión, de haber ganado todas las guerras.
Mi ya larga vida, que se ha convertido en casi resignada sobrevivencia, facilita alguna que otra satisfacción que es difícil experimentar en la juventud o aún en la madurez. Por ejemplo vivir con una cierta ataraxia, palabra griega que significa al mismo tiempo, o a la vez, tranquilidad, serenidad, imperturbabilidad, paciencia y entendimiento. Más o menos. Es decir, una determinada moderación de las pasiones que no se debe solo a la voluntad sino que también la imponen la mengua hormonal y una razón quizá un poco fatigada. Es término asimismo muy teologal. En suma, que cuando se encrespan las olas uno amarra su barca y procede a entretenerse con un anís. Pero en la sociedad actual suele durar poco este benéfico estado de ataraxia. Alguien o alguna cosa nos saca de quicio diariamente y reaparece esa desgraciada irritación que nos devuelve a un pensamiento desordenado y agresivo.
A mí hace poco que me alteró bastante el presidente Obama con su discurso ante la anual reunión del Comité de Acción Política Americano-Israelí. El Sr. Obama no quiso enfrentarse con el poderoso lobby sionista y subrayó que «no dudaría en usar la fuerza» contra Irán si este país insiste en robustecer su aparato nuclear, lo que supondría un peligro para Israel. Por ahora el presidente Obama no cree que Teherán tenga armas nucleares, pero insiste en que Norteamérica continuará negociando aunque «con un garrote en la mano». Este lenguaje es el que ha encapotado mi ataraxia. Estados Unidos está repleto de armas atómicas, China dispone de ojivas de gran potencia, Rusia inyecta novedades a su arsenal nuclear, Francia cuenta con bombas muy efectivas, Israel posee una fuerza inmensa, Inglaterra puebla los mares con navíos preparados para una agresión de este carácter... Dada esta realidad, uno se pregunta por qué Irán ha de ser sometido unilateralmente a una amenaza constante si se atreve a embutir átomos en sus cohetes.
Conste que a mí me perece criminal que alguien posea este tipo de diabólicos ingenios de destrucción, que debieran estar ya inactivados no solo por el profundo daño que producen sino también por la inacabable duración de ese daño. Pero esta irritación mía no funciona solo estimulada porque los más poderosos cohíban a los que tienen menos poder. Pensar desde esta óptica resultaría de una elementalidad clamorosa y, sobre todo, profundamente inútil. Siempre el Imperio, todo Imperio, ha asfixiado a los que se oponen a él aunque sea potencialmente. No se impera merced a una calidad moral, por virtud de una superioridad ética, sino que se dicta esgrimiendo la fuerza más repugnante. Es decir, no se utiliza la energía para proteger una libertad igual, sino para lucrar posiciones de dominio o amparar intereses obscenos. Un indicador de lo que digo: el mismo presidente Obama destacó, en el discurso que pronunció ante el lobby israelita, que Irán había empezado a encarecer el petróleo al restringir el suministro de estos hidrocarburos a quienes le someten a duras sanciones. El lobo asoma su pata enharinada debajo de la puerta. La postura ante Irán recuerda los pasos iniciales del conflicto en Irak y con los mismos objetivos básicos. Pero esta vez EEUU dejará la iniciativa a Israel. Es el talante de Obama.
Retomemos el hilo primero de esta cavilación. Lo que irrita a cualquier ser defensor de una moral sencilla y de una política decorosa no es que, como queda dicho, los que disfrutan del poder amedrenten a los que no lo poseen. Esto incluso suscita admiración entre la turba de los necios. El poder tiende a una práctica inclemente de la coacción. (un inciso: me gustaría ver a Obama hacer un discurso de esta misma factura frente a China). Lo que excita y enoja a los seres de lógica sencilla es que se haga jirones la democracia por quienes dicen representarla en su máxima pureza. La democracia, cuando es cierta o al menos tiende a la certeza, sirve para que todos lo pueblos puedan sentirse iguales en un marco de libertades esenciales. Es más, cuando alguien posee poderes caracterizados por su capacidad de dominio y exclusión deja de ser sujeto democrático. Esto vale en el campo de la economía, de la gobernación, de la policía, de las finanzas, de la religión. Por cierto, la democracia aloja, quizá, un sentimiento religioso de respeto, que siempre compromete hacia la honestidad. Los poderosos suelen ser blasfemos. El poder únicamente es justo cuando se enfrenta a la desigualdad y a la injusticia. No hay que complicar más el correspondiente discurso. El gran institucionalista francés Maurice Hauriou escribía que «el Gobierno es una libre energía que merced a su superioridad moral asume el poder mediante la creación continua del orden y del derecho». Claro que aquí y ahora ¿es esto verdad?
Podría ser desarmado Irán de un armamento terrible, como es el nuclear, si procedieran contra él quienes han renunciado a esas armas. Es decir, por quienes encarnan «esa superioridad moral» de que habla Hauriou. Y no vale esgrimir que Norteamérica o los países nuclearizados militarmente poseen una fuerza nuclear que no emplean si no es para el bien. El concepto del bien siempre es oscuro y confuso. Leyendo hace unos días a Mario Zubiaga se llega a la conclusión de que el bien es una sustancia moral que se desvela y revela como tal en la correspondiente política. El bien resulta luminoso cuando constituye una entrega o un ejercicio políticamente aceptable en el seno de la igualdad. Ya sé que se puede argumentar en contrario que es necesario que el poder esté armado hasta los dientes a fin de garantizarnos la seguridad y la democracia, pero un sumario repaso de la historia suele llevarme a la conclusión de que el poder armado hasta los dientes es un poder voraz hasta la autofagia, un poder que acaba afirmándose en la división entre buenos y malos.
De la misma forma que esa misma historia posee también ejemplos de lo que genera en moral y confortabilidad ética un poder que se bautice cotidianamente con el ejemplo de la concordia, del «do ut des», aunque hay que afinar lo necesario para que esta locución latina no se convierta en una raquítica y sospechosa forma de intercambio. Sí, me ha irritado el discurso del Sr. Obama. No es el discurso de alguien que llega al gobierno desde una negritud ejemplarizante. Tal vez el Sr. Obama piense en su intimidad que sin judíos no hay América posible. Pero eso no contribuye a la amistad hacia los protagonistas del sionismo. Precisamente la entraña del sionismo quedaba al descubierto cuando en la reunión ya citada el Sr. Peres, presidente de Israel, alzó una voz mesiánica para proclamar que «la paz es siempre la opción que potenciaremos, pero si nos vemos obligados a entrar en combate, créanme, venceremos». Y añadió lo que revela un sionismo penoso: «Hemos luchado en seis guerras en las últimas seis décadas y las hemos ganado todas». Sr. Obama ¿cree usted que puede comprometer a Estados Unidos con esta clase de aliados? ¿No cree usted que resulta estremecedor para el mundo apoyar a un estado que proclama por boca de su presidente que la paz de Israel con los palestinos que Tel Aviv tanto anhela, al parecer, se convertiría «en una pesadilla para Irán»? ¿Es congruente con el espíritu de la paz que ésta suscite pesadillas en otra nación? ¿Qué paz es esa; la tantas veces mencionada pax romana?
Tengo para mí que una de las grandes cuestiones a resolver para reconducir al mundo hacia un horizonte de serenidad es la cuestión de la falsa lógica, reducida a una ecuación que formulan los poderosos a fin de convertir en razonable el ejercicio de su despiadado dominio. Necesitamos un razonamiento sólido y limpio.