Antonio Alvarez-Solís
Periodista

De nuevo Otto y Fritz

El programa reindustrializador del ministro español de Industria se basa en una marca, sostiene el autor de este artículo. El Sr. Soria, en unas recientes declaraciones, y como receta para hacer frente a la destrucción del tejido productivo, reclamaba: «Revitalizar el ‘Hecho en España’». Y este empeño de intentar cambiar las cosas en base al uso de recetas viejas le recuerda a Alvarez-Solís la historia de los personajes Otto y Fritz que, en plena guerra del 39, se empeñan una y otra vez en construir un vehículo sin cambiar las piezas, a pesar de que siempre el resultado es un cañón antiaéreo. Alvarez-Solís afirma que la única competitividad que ha impulsado el Gobierno de España ha sido la bancaria y la conversión de los salarios en algo indecente.

Mis lectores, que alguno tendré, saben ya de mi afición por los personajes Otto y Fritz, los únicos alemanes que creen en el absurdo. Volvamos, pues, a ellos. Estamos en los dramáticos tiempos de la guerra del 39. Otto y Fritz pretenden construir un automóvil mediante la sustracción de piezas en la fábrica de artillería en que trabajan. Poco a poco completan el stock de elementos que estiman precisos para montar clandestinamente su vehículo y proceden en consecuencia. A lo largo de varias semanas se afanan en sus noches por alistar el coche. Pero resulta empeño inútil. Arman y desarman el artilugio una y otra vez, pero siempre, siempre, les sale al final un cañón antiáereo.

Recordaba de nuevo a Otto y Fritz estos días en que se han vuelto a derrumbar las bolsas, se ha desmadrado aún más la deuda pública y privada y en que se ha recurrido a nuevas reducciones de los salarios, Alemania incluida, en que tras la grandeza de su solemne fachada económica aparece una legión de hormigas que sostienen su catedral productiva con los ladinos minijobs que destruyen la dignidad y solidez del trabajo mientras la nómina de los fabulosos millonarios que festonean este escándalo social sigue acumulando dinero ya sin más empleo que la criminal especulación.

Ante este panorama, ¿es lícito decir una y otra vez que el futuro contiene datos que adelantan un porvenir liberado de la crisis? La infamia que contiene una afirmación como esa, en compañía de otras infamias correlativas, debería conducir a sus autores a comparecer ante un tribunal popular a fin de que respondieran de lo que es, dicho sin reparo alguno, un crimen contra la existencia física de millones de individuos.


Cómo no va a salir siempre una moneda de una economía que solo está diseñada para hacer del dinero las piezas con que se fabrica más dinero? ¿Acaso alguien puede mantener con una mínima lógica que del trasiego del dinero para lograr más dinero puede brotar un río de cosas que fecunden el trabajo, el comercio y el consumo, en definitiva el crecimiento de la colectividad? Una vez más, el cañón antiaéreo. ¿En un mundo como el actual, solo reservado para la gran fiesta imperial del oro en que se concentra el reducido número de los grandes y la ya extensa nómina de quienes los sahúman vilmente, cerrando las ventanas que dan al exterior, puede esperarse la creación de todas esas cosas que hasta hace poco contribuían a llenar la vida de los ciudadanos e incluso a imbuirles de un colectivo orgullo creador? ¡Qué importan ya las cosas! Los ricos crecen en la apuesta de un juego sin otra trascendencia que jugar mientras los desposeídos de casi todo inventan todos los días la chapuza increíble que les permita llegar al día siguiente.

Hace pocos días, el ministro de Industria, Sr. Soria, lanzó la gran idea para redimir a España de su imparable destrucción: «Necesitamos reindustrializar España y ganar competitividad gracias a la innovación. Revitalizar el ‘Hecho en España’, como los alemanes están orgullosos de su Made in Germany o los norteamericanos están orgullosos de su Made in USA». Es decir, el programa reindustrializador del señor ministro se centra en una etiqueta. No ha dado pistas sobre otra cosa. ¿Innovación? ¿Acaso no la practicaron Euskadi y Catalunya sin que su semilla se extendiera al resto del Estado? Una de las ambiciones que abriga el alma vasca o catalana en su pretensión independentista es precisamente disponer plenamente de los medios que hicieron modernas ambas naciones y que en buena parte se disiparon en el mantenimiento de una España de funcionarios, grandes terratenientes, instituciones armadas o buena parte de su Iglesia.


El ministro de Industria habla de innovación para entrar en el juego de la competitividad. Veamos en qué están quedando centros como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, los núcleos investigadores de las Universidades, las agrupaciones empresariales de la pequeña empresa, las cooperativas obreras o de la construcción, la formación real de los trabajadores, las disponibilidades financieras para las capas modestas de los emprendedores, que siempre han malvivido en lo que se entiende por España. La única competitividad que ha propulsado el Gobierno de España ha sido la competitividad bancaria, basada en una dinámica ajena a la calle española o entregada absolutamente al juego deshonesto de la compraventa de activos en tierras trasmarinas habitadas por una explotación de visaje colonial y que, además, guardan una dolorosa memoria de España. Un banco engulle a otro banco, la resultante es zamparse a un tercero y así, sucesivamente, va creciendo la pirámide que solo está habitada por la aspiración del poder creciente que expresan unas cifras que apenas tienen que ver con el sudor cotidiano de los que tratan de poblar el mundo de vida y objetos diversos. Si acaso, el dinero que corre por el lecho del crédito está destinado a las grandes corporaciones que pertenecen a los bancos financiadores en cohabitación con los poderes del Estado.


Sr. Soria, la única competitividad industrial o comercial que han fomentado ustedes se ha reducido a convertir los salarios en algo indecente. ¿Y de esos asalariados esperan ustedes la resurrección del consumo como base primaria para el pretendido crecimiento? El «Hecho en España» está impregnado del dolor de las masas. En esa competitividad no creen más que las mentes rústicas que, como viene de antiguo, están adormecidas sobre una historia hecha de cartón piedra o esas camadas que en el mundo de la información o en ciertas universidades esperan todos los días a que se abra la ventanilla de pagos.

Yo me pregunto en qué quedará el sector español de los servicios cuando el mundo árabe que festonea el sur del Mediterráneo entre en un periodo de cierta paz. De momento vamos tirando, aunque agónicamente, mediante el concurso de una economía de guerra. Hace años ya apuntó el desastre con la difícil y casi insuperable competencia turística de Argelia, Túnez y otros países de Oriente Medio. Evidentemente, la ambición feroz de Estados Unidos alejó ad calendas grecas este tipo de peligros. Pero me librará Dios de ser agorero, puesto que ya llevamos bastante peso sobre las espaldas con lo que ahora tenemos o nos pasa. Lo evidente es que vamos dando tumbos en una economía ante la que únicamente tenemos operativo un Gobierno de bomberos que, además, parece tener la contrata de los escombros.

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