Antonio Alvarez-Solís
Periodista

¡Deprisa, deprisa!

«¿De qué estabilidad estarán hablando?», se pregunta el autor que analiza las prisas y los movimientos del «aparato monárquico» en la carrera sucesoria que más que proteger al Estado tiene como objetivo «salvar la propiedad del mismo». Alvarez-Solís considera que lo que se está viendo estos días muestra que «España no está hecha con arcilla democrática» y que sigue cerrada por un dispositivo de seguridad político y jurídico que hasta ahora no ha habido forma humana de abrirlo. Critica con dureza el «sonrojante» comportamiento de los medios que publican interesados sondeos favorables a la monarquía y saluda la aparición «con cierto volumen y fuerza» de manifestaciones republicanas.

Deprisa, deprisa! Vistamos de prisa al rey que se va y al rey que viene con el uniforme militar que expresa el verdadero poder que no nace del pueblo para el pueblo sino que, al parecer, protege al pueblo del pueblo. Hubo reparto de condecoraciones y misa solemne en el monasterio sobre el altar armado ¿Porque qué es un rey sin la espada que le concede la sangre heredada y la gracia de Dios marcada a fuego en las monedas? Un rey para la católica España ¿Y por qué no de la cristiana España?  No, no es posible que tenga razón en su locura final Friedrich  Nietzsche cuando clama con dolor profundo desde un cristianismo defraudado  que «sólo hubo un verdadero cristiano, Cristo, y lo matamos»!


¡De prisa, de prisa! Luego del homenaje al Dios de los ejércitos el rey que se va y el rey que viene corren raudos a mostrar su gratitud a los empresarios que han hecho todo lo posible por levantar España. Una España con un veinticinco por ciento de parados y otro tanto de trabajadores esperando el milagro diario de un salario que las aves de presa que vigilan este campo de concentración no pierden de vista por si una miga queda sobre el mantel miserable. ¡Que vengan los de hacienda que aquí hay un parado que no lo está del todo y no tributa, el muy ladrón!


De prisa, de prisa! Se convocan con urgencia unos a otros los «populares» y lo socialistas para sahumar el rey que se va y rendir pleitesía al que viene a fin, dicen con el cuello pelado del gallo mentiroso, de mantener la estabilidad ¡Prodigio magnífico! Después de cuarenta años de clausura y otros cuarenta de catequesis constitucional aún preocupa la estabilidad ¿De qué estabilidad estarán hablando? ¿Qué habrán hecho estas castas castizas para que una simple sucesión en la jefatura del Estado pueda rasgar el velo del santa santorum? ¿De qué materiales quebradizos estará construida esta España que siempre está en riesgo de destrucción?


¡De prisa, deprisa! Que acudan a las Cortes del Reino los procuradores en Cortes para que voten lo que se deba votar en buena moral y sanas costumbres. Que estén alerta los jueces, que tome nota del mismísimo y sospechoso aire la Guardia Civil, que los funcionarios abran expedientes a los indignados porque el Estado peligra ¡Españoles, Madrid está en peligro; acudid a salvarlo! ¡Rediós que lío porque se va un rey y viene otro! Pero ¿no es el Estado la propia ciudadanía en el radical ejercicio de la soberanía? Pues quizá no lo sea. Me temo que el problema planteado no es proteger el Estado sino salvar la propiedad del mismo. Oigamos a David Halevy en “Decadence de la liberté”: «El Estado es el aparato en que desde 1870 hasta nuestros días los hechos más importantes de la historia francesa no se han debido a organismos políticos derivados del sufragio universal sino a iniciativas de organismos privados (sociedades capitalistas, estados mayores etc.) o de grandes funcionarios desconocidos por la gente del país, etc. Pero ¿qué significa esto sino que por Estado debe entenderse no sólo el aparato gubernamental sino también el «aparato» privado de «hegemonía» o «sociedad civil». Pues si esto que acabo de trascribir se dice de una Francia que acababa de hacer su gran revolución creadora de la democracia moderna ¿qué se podría decir de una España con cuatrocientos años de intentonas revolucionarias sangrientamente fracasadas, entre ellas dos Repúblicas, a cuestas?


Una vez más y dada la aparición de manifestaciones republicanas de un cierto volumen y fuerza en muy distintos lugares del Estado se ha puesto inmediatamente en marcha el aparato monárquico de achique de esas manifestaciones. Por una parte se ha anunciado con especial prontitud la fecha de la coronación del sucesor del actual monarca, cosa que tiene vital importancia como exhibición de un hecho prácticamente consumado. Es como si se proclamase que España no puede soportar el vacío monárquico. Junto a ello los principales líderes «populares» y socialistas pueblan todos los medios de comunicación con sus elogios al rey que se va y al rey que llega, incluso con riesgo de fracturas internas en sus estructuras partidarias, como ha ocurrido en Galicia con la declaración republicana del Partido Socialista gallego y otros lugares cuyo número está en rápida multiplicación. A mí me gustaría saber además si por parte del aparato policial y de las fuerzas armadas todo funciona de manera ordinaria y serena ¿Pero no hay forma humana de ser un sencillo y confortable Estado civil vestido de calle? Es una información que debiera facilitar la Moncloa en el marco de un proceso auténticamente democrático. Saber lo que sucede en las entrañas del país constituye la primera y más importante obligación de un gobierno obsesionado al parecer por brindar una imagen democrática. Sospecho, como ha de pasarles a muchos ciudadanos, que algo debe volar sobre el nido del cuco.


Pero España no está hecha con arcilla democrática. El menosprecio de los procederes democráticos llegaba a su mayor relieve en la frase jarifa y desafiante del Sr. Rajoy cuando advertía que quien pretendía una salida republicana a la situación presente no tenía nada más que formular su petición dentro de la Constitución presente y previamente modificada para el caso. Una Constitución cerrada con un dispositivo de seguridad político y jurídico que hasta ahora no ha habido forma humana de abrir mínimamente. El Sr. Rajoy sabe que la llave de ese dispositivo no ha estado nunca en manos del pueblo español, y ya no digamos que del catalán o el vasco, y que el sistema político regido desde Madrid no accederá nunca a entrar en ninguna clase de modernidad social, ni siquiera en la que caracteriza ahora al mundo occidental, que navega por unas aguas fascistas férreamente patrulladas. Hasta ese fascismo manejado hoy con un lenguaje más sofisticado que en la época hitleriana resulta aquí un exceso liberal que no debe funcionar en la calle sin riesgo de dañar seriamente a la bárbara autocracia española, tan servil hacia el exterior como áspera en sus manifestaciones internas.


De prisa, de prisa! El régimen, pues no vivimos en una democracia, sino sometidos a un régimen repetidamente heredado, está forzando la velocidad de los acontecimientos sucesorios a fin de que ninguna oposición seria y organizada –cosa que hace falta en un pueblo obligado durante ochenta años a malvivir en el marco de una dictadura de hecho– pueda ocupar la calle con unas mínimas garantías de eficacia interna y de consideración exterior. La posible sucesión republicana precisa de una libertad que no esté mal recosida al margen de la gran red de leyes que impiden un pensamiento libre y madurado en un marco eficaz de comunicación. Al respecto de lo que acabo de escribir resulta sonrojante el comportamiento de la mayoría de los medios de comunicación españoles divulgando unos sondeos más que sospechosos que llegan a dar una cifra del 91% de los españoles como favorables a la Monarquía. Lo curioso e indignante es que estos medios se burlan de unos resultados por el estilo cuando se hacen públicos en otros meridianos a propósito de cualquier elección política. Lo que está viviendo España en estos días solamente resulta esperanzador si sirve para que el pueblo español vea su propia imagen, al menos la imagen que se le atribuye, en un espejo deformante que sólo puede engañar a idiotas. Espero que su número disminuya tras estos sucesos.

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