Iñaki Egaña
Historiador

Desaparecidos

En ocasiones, tengo la impresión de que nos repetimos en un bucle y que nuestra era no es biológica sino geológica. Hay comportamientos que parecen tan antiguos, que siento pereza a la hora de abrir los diarios. No me atrevo a señalar que el periodismo de vocación ha desaparecido, tras asistir en unos meses a la muerte de un centenar de ellos por cubrir en Palestina el horror del sionismo. Pero hay lugares, y España es uno de ellos, donde los publicistas, propagandistas y agentes policiales sin uniforme, han sustituido a los reporteros de antaño.

Y viene a cuento este párrafo por la enésima andanada de esas que ya en su titular esconde una mentira tan grosera que no merecería la pena siquiera comentar, a no ser porque ha sido difundida con la intención de crear tendencia. Me refiero a la reciente «información» difundida por el grupo Vocento, en sus cabeceras de Gipuzkoa y Bizkaia: «Euskadi supera a Irlanda en la lista de desaparecidos por terrorismo» (en la versión guipuzcoana el término «Irlanda» ha sido sustituido por el de «Belfast»). Destacando, por supuesto, que cuando el escribidor hace referencia al terrorismo no reseña el del Estado, que ni existe. Aún andan por ahí centenares de familias a la búsqueda de los suyos enterrados en cunetas o badenes, cuando no en aquel Cuelgamuros, convertido en Valle de los Caídos, sin conocimiento de sus familiares.

La versión de Vocento abriga la desaparición por parte de ETA de cinco personas a las que pone nombre y apellido: Humberto Fouz, Jorge García, Fernando Quiroga, Eduardo Moreno y José Miguel Etxeberria. Los tres primeros agentes de aduanas, con relatos sustentados en fuentes franquistas, Alfredo Semprún, y un supuesto Mikel Lejarza, el Lobo. Desaparecidos en marzo de 1973, cuya autoría ambos atribuyen a ETA, contrasta con la que en su día ofreció el general José Antonio Sáenz de Santa María quien −lo dejó escrito en sus memorias− ordenó paralizar la investigación. En los archivos policiales están las claves de su decisión.

Sobre el relato de Eduardo Moreno, Pertur, y José Miguel Etxeberria, Naparra, y su secuestro y ejecución a manos de ETA, la noticia vuelve a reproducir los cánones de la guerra sucia informativa que nos ha acompañado en las últimas décadas. Recordarán que cuando Josean Lasa y Joxi Zabala desaparecieron en Baiona, Barrionuevo, entonces ministro del Interior, lanzó la andanada de un ajuste de cuentas. Cuando Mikel Zabalza murió en la bañera de Intxaurrondo, el Gobierno de Felipe González se acolchó en una versión inverosímil: Mikel había huido por un agujero minúsculo del cuartel de Endarlatsa para lanzarse al Bidasoa. Lasa, Zabala, Zabalza, Jon Anza... los cadáveres aparecieron y cayeron las versiones oficiales. Pertur y Naparra a la espera, con versiones también inverosímiles apoyadas en el principio de autoridad que se confiere el usar como fuente al Estado profundo. «Pertur desapareció tras asistir a una reunión con dirigentes de la banda a los que estaba enfrentado», escribe el escribano (por cierto, agasajado por Guardia Civil y la AVT). Bien sabe la Policía, sus excompañeros e incluso las diligencias judiciales abiertas, que Pertur no salía de una reunión con dirigentes de la banda, sino que iba precisamente a una cita pautada y preparada precisamente por agentes policiales. La referencia en este artículo a Naparra, en un tempus marcado por la Audiencia Nacional y su investigación sobre su posible enterramiento en un paraje de las Landas, parece ir encaminada a emborronar la investigación abierta, cuando no frenar los pasos que implican a los servicios secretos de entonces.

El artículo de referencia reconoce que en el conflicto de Irlanda hubo 17 desaparecidos (en realidad 19, pero el articulista huye de los desaparecidos por los lealistas). Y mezcla IRA con INLA. El IRA, tras los acuerdos de Viernes Santo y la creación en 1999 de la Comisión Independiente para la Ubicación de Restos de Víctimas (Iclvr) dirigida por el forense John McIlwaine, reconoció la muerte y desaparición de nueve de ellos. En estos años, la Iclvr ha recuperado buena parte de los cuerpos, tras los acuerdos previos de no reabrir causas judiciales. La verdad ha imperado sobre el relato. Todo lo contrario que en los Estados español y francés, donde no hubo Acuerdo de Viernes Santo, donde las comisiones de la verdad fueron rechazadas por los Gobiernos de Madrid y donde lo que impera es el relato de parte, las hazañas de Roberto Alcázar y Pedrín. Es lo que tiene el poder: puede justificar, a través de sus propagandistas, cualquier argumento, sin necesidad de entrar en detalles. Y cuando lo hace, cuando baja al barro, la mentira es su arma más eficaz.

Estamos ante una nueva crónica del aggiornamento del relato único, sustentado en fábulas intencionadas, las de héroes y villanos que tanto juego hicieron en el cómic franquista. Y así pasaron décadas señalando que la tortura era un invento de los terroristas y lo siguen haciendo a pesar de esos más de 6.000 testimonios. Los muertos en controles, en manifestaciones, lo eran por el rebote de una bala en el alféizar. A la bebé Begoña Urroz la mató ETA, que fue la misma organización que puso las bombas en Madrid aquel trágico 11 de marzo de 2004, en connivencia con Al Qaeda. Una organización que no es tal, sino ideología pura, ya que, según los expertos, gobierna en la Moncloa con Pedro Sánchez. Gernika fue destruida por los rojos, de Euskal Herria han huido por su RH positivo más de 350.000 personas, son casi 400 los crímenes sin resolver y ETA ha provocado más desaparecidos que el IRA. Todo en orden.

Vivimos en una gran paradoja. La inteligencia artificial nos va a enviar al paro, el telescopio James Webb ha encarado a los orígenes del universo y la mecánica cuántica nos confunde con la superposición. Y, en la misma medida, los cánones «periodísticos» han quedado congelados en los tiempos de «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». Tiempos geológicos para la información.

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