Mikel Casado

Dialogar con la ultraderecha

Dice el refrán que hablando se entiende la gente. Quizá esta sentencia tenga mucha más enjundia que la supuesta sabiduría popular quería expresar, seguramente referida a casos puntuales y prácticos concretos, no al diálogo que está en la base, o raíz, de la democracia.

Hace muy poco tiempo, al comienzo de la legislatura, el lehendakari Pradales rechazó hablar con Vox porque no comparte «los valores democráticos, los derechos humanos y el respeto del autogobierno». No creo que esa actitud sea acertada si lo que se niega es el diálogo, aunque sí sea aceptable y obligatorio negar la negociación de valores y derechos democráticos, así como establecer un cordón sanitario (impedimento a que gobiernen o participen del gobierno).

La justificación de esta idea es que así como el diálogo es el único ámbito legítimo para llegar a acuerdos ético-políticos trascendentales y fundamentales desde la igualdad, sin intereses particulares sino como búsqueda de la convivencia humana, la negociación está preñada de estrategias particulares para maximizar el beneficio propio según el cálculo de la fuerza y posibilidades de cada cual.

Conceptualmente, hay un salto entre la barbarie y la ética política democrática. No hay un dios ni naturaleza que nos presente su verdad y nos diga cómo actuar, sino que la convivencia debe ser acordada por los humanos en un supuesto diálogo interminable pero igualitario en todos los sentidos. Y ese concepto y compromiso por el respeto a lo fundamental, a la mínima ética convivencial es lo que distingue lo correcto de lo incorrecto.

Históricamente, la democracia es, o debe ser, un camino interminable hacia la igualdad participativa y de derechos que se van actualizando constantemente, individual y colectivamente, como proceso de diálogo, y también conflictivamente, por lograr igualdades históricamente negadas. Hoy día, entendemos los derechos humanos como la base de esa convivencia que se opone a la barbarie del más fuerte. Pero cabe pensar que, aunque nos vamos convenciendo de su trascendental importancia, hay quien aún los ignora o niega. Además, no hay nadie totalmente democrático en todo momento, aspecto y lugar, sino que necesitamos aún más tiempo y diálogo para interiorizarlos y mejorar.

Diferenciemos entre líderes y votantes. Los líderes de ultraderecha seguramente rechazan la convivencia democrática porque la auténtica democracia les quiere iguales a los demás, cuando lo que en realidad persiguen es el enseñoreamiento de los engreídamente más fuertes y sin escrúpulos. Estos no quieren dialogar ni avanzar. Se les nota en la forma y el fondo. No obstante, en principio, un recién elegido lehendakari, que debe promover la convivencia democrática, no puede negar el diálogo con quienes representan a quienes les votaron. Y entre sus votantes los hay que no entienden cuál es el radical significado de la democracia, de la igualdad. Y también los hay que se sienten desencantados, indignados o resentidos por cuán insuficientemente se satisfacen prometidos derechos igualitarios. El lehendakari debe enviarles un mensaje democrático. Dice Daniel Inneraririty que «por muy preocupantes que sean los desafíos que plantea la extrema derecha, no estamos ante una segunda oleada de prefascismo; nuestras sociedades están más desarrolladas y son más interdependientes. Más que complots contra la democracia, lo que hay es debilidad política, falta de confianza y negativismo de los electores, oportunismo de los agentes políticos o desplazamiento de los centros de decisión hacia lugares no controlables democráticamente».

Por eso, por principio democrático, por dar ejemplo, por coherencia y por pedagogía, es obligatorio estar abiertos y aprovechar cualquier oportunidad para hablar y para mostrar y demostrar a la ultraderecha y a sus votantes que sus postulados son anti convivencia democrática, que son prepolítica e incluso antipolítica. Pero no es obligatorio, sino todo lo contrario, negociar políticas que mermen cualquiera de los derechos fundamentales para la convivencia democrática. Pero si solo rechazamos el diálogo y practicamos cordones sanitarios, como es el caso de Macron, sin profundizar en la democracia y sin cambiar las políticas públicas hacia mayor igualdad y justicia social, será más improbable conseguir el cambio de voto de los desafectos a la democracia, y la convivencia democrática será más difícilmente alcanzable.

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