Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

Efectos de la sordera voluntaria

A dos meses, aproximadamente, de las próximas elecciones, ¿es demasiado tarde para alcanzar puntos de inflexión que signifiquen cambios de curvatura de la sensatez que nos alejarían de nuestra condición de acarajotados voluntarios?

Si, en general, se reprocha la sordera de los políticos que nos encadenan, por una vez nos inquietan los estragos sociales irreversibles causados por nuestra sordera, la de los peatones que transigimos rechistando poco, contra lo injusto. Elevamos altares laicos con overbooking de personajes «cretinos como los ángeles», según la afirmación burlona de Dalí.

Sin la multitud de lacayos alelados, ¿qué sería de algunos políticos? ¿qué sería de los partidos políticos sin los votantes? ¡Nada! Los votantes son el oxígeno de los electos.

Vivimos con niveles inquietantes de déficit de gestores competentes de la «cosa pública» que padecen de insuficiencia respiratoria producida por la abstención que normalmente tanto tendría que tullir la condición de los electos.

Convendría mantener nuestras fuerzas destinadas a defender la noción de colectivo político, voluntad tan indispensable como la de criticarlo cuando apostata tan estrepitosamente la misión que le ha confiado el pueblo, chusma o morralla para algunos de ellos.

Los responsables de una situación política fracasada son en primer lugar los electores que han colocado en el poder a representantes ineptos para la gestión pública pero, a veces, verdaderos virgueros de su gestión personal. A pesar del desengaño experimentado, el votante volverá a la piedra en la que antes tropezó para de nuevo trastabillarse en la siguiente cita electoral.

Si acusamos a los electos de hacer caso omiso de nuestro enfado, los sordos somos los votantes que cerramos las ventanas para aislarnos del ruido que hace la calle. No nos alteramos cuando, en el modelo de sociedad que consentimos, se acepta que el político designado para representarnos, tenga la habilidad suficiente para hacer que nosotros peatones estemos durante cuatro años bajo su manto protector por arte de biribirloque. Nos sometemos al mundo de los robots que, debidamente programados, dominarían al ser humano que los fabricó para ser servido.


La abstención tendría que bajar los humos de los electos ya que corresponde a su deslegitimación progresiva aunque, una vez elegidos, traten al elector con una prepotencia vecina de la displicencia. Subrayamos el trato que se nos ofrece durante la campaña electoral, período organizado cuidadosamente para carantoñas, arrumacos y promesas electorales que solo comprometen a los que las escuchan, como afirmaba un curtido político.

Cuando se apaga la última bombilla del último colegio electoral del último pueblo votante, la noche es joven para, de espaldas al elector, mangonear las alianzas necesarias que permitan desbancar, entre aliados de circunstancia, al adversario que, habiendo sido el más votado, represente un riesgo hegemónico. En algunos casos se procede al alquiler de votos de un partido debilucho satisfecho de verse en un podio que no le corresponde. Ese trapicheo encubierto se evitaría si la elección tuviese lugar en dos vueltas, como se practica en algunos países de la UE; el elector conocería las alianzas que se preparan antes de la votación de la segunda vuelta. Con el sistema en vigor, el elector se despierta un buen día enterándose de la desviación de su voto y reforzando su intención de pasar a la abstención en la siguiente cita electoral. Esa actitud, aunque comprensible, no deja de ser peligrosa.

Estos días pasados, el máximo dirigente de un partido, que da la impresión de aspirar a alcanzar la hegemonía, sea como sea, como único objetivo, afirmaba sin rubor que un problema que preocupa a tantos electores de la CAV, como es una eventual acción a favor de la soberanía, se posponga. ¡Ya veremos después de las elecciones! Triste manera de incitar a la abstención. Disposiciones como la descrita confirman que para la clase política, el escrutinio no pasa de ser un trámite administrativo, sin más. Las alianzas sobre el tratamiento del tema de la soberanía con partidos españoles, de sobra conocidos como jacobinos, solo pueden dar un resultado «a la española». ¿No bastan las recientes declaraciones de un líder del PSOE afirmando rotundamente que  en caso de modificación del texto constitucional el tema de la autodeterminación en ningún caso sería tratado?


Esta vez se oyen discursos electorales clónicos, tanto en España como en la CAV. Los presidentes de los gobiernos respectivos utilizan, a falta de programas creíbles, el mismo tema sin aportar avances: ETA y los presos políticos vascos. Me entristece que el político español nos sirva de modelo con el riesgo de incitación a la venganza generada por el odio, discurso que deshechan los obispos vascos en función, ahora poco sospechosos para Madrid. Desgraciadamente para algún partido, se trata de asegurar la hegemonía por votos comprados a electos representantes de partidos centrados en Madrid.

El elector o bien no es consciente de su poder o bien se refugia en la pereza de activarlo. ¿Seguirá nuestra sociedad aceptando que promesas electorales presentadas al pueblo sean impunemente renegadas después de la elección? ¿Seguirá nuestra sociedad aceptando que se realicen pactos electorales no anunciados e incluso rechazados antes de la elección? Las estafas mediatizadas son graves, pero menos que el desprecio del elector, ese dios laico. Las elecciones consisten en escoger a nuestros representantes a los que damos nuestro poder para que nos lo devuelvan, cuando en realidad constatamos que el pueblo cede su poder absoluto a los electos como si de una patata caliente se tratara.

Ahora en las elecciones se vota «contra» y rara vez «a favor», facilitando el éxito seguramente temporal de nuevas formaciones «contra» que no podrán obrar peor que los actuales gestores. Esos partidos no durarán, ya que no podrán disponer de las ayudas financieras de los poderes fácticos a menos que se conviertan en sus aliados objetivos, opción poco probable aparentemente en el caso que nos concierne, aunque en práctica política todo sea posible.

Mientras tanto el paro aumenta por mucho que se nos afirme lo contrario. La trampa grosera consiste en valorar el paro en número de parados. La valoración en horas trabajadas demostraría que, aunque el número de parados disminuya, la horas trabajadas se reducen agravando el poder adquisitivo de los trabajadores. Los sindicatos de trabajadores, y en particular aquellos cuyas sedes centrales están en la CAV, denuncian desde hace tiempo el engaño.


Estamos en una sociedad de peatones responsables de su condición que ha perdido sus reflejos de defensa. El elector se dejará influenciar por la actividad desbordante que ofrecen personas de gobierno protagonistas en fotos cotidianas que publican los medios cómplices. ¿Les queda tiempo a esas figuras de trabajar? Una de ellas parece ya designada para una más alta función teniendo en cuenta la frecuencia de sus apariciones en los medios.

«Somos una máquina deseante» afirma Deleuze. El homo politicus parece atrofiar nuestro talante imaginante haciendo a menudo caso omiso de los deseos del peatón con el que el diálogo se hace cada vez más distante. La escena la ocupan representantes de diversos partidos que responden a acusaciones con insultos y descalificaciones como argumentos de distracción. Hasta el lenguaje del político se camufla. En su obra “Utopía”, Tomás Moro creó el «alfabeto de los utopienses». Todo un profeta.

Al político le convendría mirar y mirar a su alrededor. La visión es el medio de ausentarnos de nosotros mismos y de asistir a nuestra propia fisión, escribía  Merleau-Ponty.

Nubarrones se acercan a un Estado decadente cuya deuda se acerca a su PIB, a un Estado que detenta récords de paro real y desigualdad, a un Estado que se vanagloria del aumento del 105% del pago de dividendos de empresas que cotizan en su Bolsa, a un Estado que nos oculta el avance del acuerdo económico y financiero entre la UE y EEUU que supondrá una peligrosa americanización, pseudo-democrática por esencia, de la Europa hoy ajada, al Estado de la UE a menudo acusado, por organizaciones internacionales, de no respetar los derechos humanos.

Cualquier dato de chapuza, estafa y trampa que nos anuncien es pipí de gato comparado con la miseria provocada por la desigualdad.

Peatón, mientras sigas repanchingado en tu sillón huyendo del estruendo provocado por las injusticias sin mover el dedo meñique, no te quejes. Eres el primer responsanble de que te gobiernen mal.

En cualquier caso, vete a votar, a quien quieras, pero vota.

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