Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El desdén

Ante la disparatada y belicosa política que el Gobierno del Partido Popular practica crecientemente contra los nacionalismos vasco y catalán, especialmente ahora contra este último, el análisis debe hacerse, ya que las agresiones son de muy distinta forma e intención, matizando mucho las circunstancias en que han acontecido las distintas acciones de Madrid. Un análisis múltiple que, no obstante, debe incluir sin excepción alguna, la constante belicosa por parte del rocoso centralismo español. A mí me parece, pues, como acabo de señalar, aparte de las reflexiones puntuales sobre la postura de ambos contendientes –los nacionalismos y el Estado–, que es muy útil escuchar las voces significativas que han abordado acusatoriamente esta desgraciada historia desde el interior de la nacionalidad española, ya que contienen obviamente una singular autoridad por surgir de la propia España; voces, subrayemos de entrada, que han sido reducidas al exilio o a la misma muerte y siempre al silencio por tratarse de españoles marcados por la Ilustración, que constituyó para tantos encumbrados reaccionarios, incluyendo los activos en las Cortes de Cádiz, un crimen de lesa patria. En tales voces hay otro dato fundamental para entender la reiteración y rigidez del conflicto a partir del siglo XVIII.

1912. Antonio Machado publica sus “Campos de Castilla”. La obra que en estos momentos de fragilidad moral y exacerbada ignorancia recrece su valor por trasladarnos la valiosa expresión de un español ilustre por su formación y robustez moral, herido precisamente por un amor imposible hacia su patria. La queja de éste y otros beneméritos ciudadanos es muy profunda y surge, concretamente en este caso, desde la emoción de un escritor que fue condenado aún después de su muerte por la España siempre fracasada ante toda modernidad y abundosa, por el contrario, en seres desguarnecidos de cualquiera meditación y cuidado; una España, escribe Machado, en que «filósofos nutridos de sopa de convento,/contemplan impasibles el amplio firmamento/ y si les llega en sueños, como un rumor distante,/ clamor de mercaderes de muelles de Levante/ no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?/Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa».

En uno de sus artículos, muy numerosos sobre este problema, escribe Antonio Machado: «El problema nacional (en referencia a España) me parece irresoluble por falta de virilidad espiritual, pero creo que se debe luchar por el porvenir y crear una fe que no tenemos… y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia… Creo más útil la verdad que condena el presente, que la prudencia que salva lo actual a costa siempre de lo venidero. Estoy convencido de que España morirá por asfixia si no rompe este lazo de hierro… La conciencia es anterior al alfabeto y al pan». El señalamiento de «la falta de virilidad espiritual» resulta de una sutilidad admirable. La inexistencia de virilidad espiritual parece citarla Antonio Machado como carencia de cualquier solidez en las ideas o temor a expresarlas claramente, cuando esas ideas existen, por parte de muchos ciudadanos, que así hacen bueno el letal grito de «¡muera la inteligencia!» En cuanto a la carencia de ideas sustanciales en torno a este problema y a otros muy importantes ha de decirse que este vacío se colma en España con el recurso al desdén, lo que agrava la contundencia del choque consecuente. Resulta evidente, además, que el recurso al desdén frente al adversario ideológico enflaquece cada vez más la calidad de la política en España, que se puebla crecientemente de carátulas irrisorias respecto a la democracia. El desdén ha pasado a constituir no un desprecio circunstancial, que puede ser explicable en un momento de arrebato, sino una componente fundamental de la españolidad.

Muy pocos años después de los escritos citados Antonio Machado cruza penosamente la frontera francesa ante la agresión fascista. Le acompaña toda su familia en la larga caminata hacia el exilio del que nunca regresará. Hoy descansa en el cementerio de Colliure, donde reposa con su madre en una humilde sepultura. Años más tarde, en el marco irónico de la llamada Transición, es restaurado simbólicamente en la cátedra de la que, aún muerto, le despojó Franco, el monstruo rencoroso al que protegió Inglaterra creándole, entre otras cosas, el porvenir de una cómoda situación económica si fracasaba en la vil empresa de destrozar la República, cuya bandera había jurado defender como militar. Al parecer, su retraso de veinticuatro horas para incorporarse al levantamiento en Marruecos tuvo su origen en esta negociación final de la posible cobertura de riesgos. Como sucedió al premier Anthony Blair, que justificó su guerra en Irak con la destrucción preventiva de unas armas que Bagdad no poseía, también la Gran Bretaña de Churchill se equivocó –¿o mintió asimismo?– ante el peligro del comunismo en España. En el Parlamento de 1936 había 17 representantes comunistas, encuadrados en el Frente Popular, sobre un total de 473 diputados. Diecisiete diputados dedicados a defender las mejoras sociales logradas en el bienio progresista de la República y además con una  preocupación importante: observar al oscilante y dividido Partido Socialista Obrero Español y a la Unión General de Trabajadores, cuya direcciones centrales estaban muy penetrada de tentaciones sistémicas, como ha sido una constante socialista. La II Internacional se pudrió pronto. Mas esta digresión quizá no haga al caso y solo se deba al propósito de abrir algunas ventanas muy significativas sobre un pretérito que en muchos aspectos parece no haber existido jamás. Los ancianos no valemos como fuerza de futuro, pero si tenemos un  cierto valor como depósito de memoria que dé sentido a muchas decisiones que la gente joven debe tomar para restituir humanidad al mundo.

Ante el desdén como negación o afirmación insustancial cabe sólo la postura, como escribía Matsuo Basho, de afirmar mediante un decidido proceso racional que «el pino es del pino y que el bambú es del bambú». Ante tanta confusión y sospechosas matizaciones que impiden alcanzar la razón cierta de las cosas parece obligatorio por parte de los nacionalistas que persiguen la libertad de su pueblo y por parte de los ciudadanos que buscan otra sociedad, sentarse a la mesa para defender seriamente ante sus adversarios y de forma argumentada que el pino es el pino y el bambú es el bambú; sin desdén y con empleo de una inteligencia que detenga el creciente deterioro intelectual y moral de una sociedad que ha decidido recluirse servilmente en la granja de Orwell. La renuncia a toda inteligencia reconstructora de la dignidad y la libertad ante el menosprecio de los desdeñosos constituye la aceptación de la propia condena. Creo que nadie tiene derecho al lamento si no hace la dura peregrinación para rescatar su alma y la herencia que le corresponde. Si calificamos con desdén la aventura de la inteligencia en busca de la justicia ha de saberse ante todo que se renuncia al sufragio como una verdadera arma. Como español hace muchos años que di con esta verdad buscando inútilmente trigo por los abrojos de la españolidad. Esto lo supo con absoluta certeza Antonio Machado cuando caminaba por los campos de Castilla. Entonces tropezó dramáticamente y sin saberlo, creo, con la exigencia de Basho, el maestro del haiku o «cortar»: «Volved a la creación». Palabras, palabras, palabras. Quizá corremos el riesgo de atragantarnos con ellas, pero no creo que sea mejor destruir o enturbiar la vida desde el silencio. Dicen, aunque nunca lo he comprobado, que cuando los monjes trapenses se cruzan en su monasterio se saludan con el «Morir habemus». Si es así, ¡carajo con los frailes! Acabarán como los «Ciudadanos». Veremos mas elecciones, porque cosas vitales como el paro seguirán ahí, los salarios permanecerán miserables, los desahucios no pararán, las pensiones… ¿Realmente no es una burla miserable para los trabajadores que el prestigio de España dependa de la venta a los mercados o del halago a la Europa de los poderosos?

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