Jaime Urriza Urcola

El Gernikako Arbola y la libertad de los Pueblos

Indudablemente es positivo recordar que desde el siglo XIX el Gernikako Arbola ha constituido un punto de encuentro para todos los vascos que cuestionaban el centralismo madrileño

Durante estos últimos meses se ha insistido en la pluralidad de los diferentes sectores que durante un siglo y medio cantaron el Gernikako Arbola. Autonomistas, regionalistas, federalistas, nacionalistas e independentistas de muy diverso signo ideológico hicieron suyo el himno de José María Iparraguirre, un carlista intransigente que en 1839 rechazó el fraudulento Convenio de Bergara y marchó al exilio al igual que Carlos V.

Indudablemente es positivo recordar que desde el siglo XIX el Gernikako Arbola ha constituido un punto de encuentro para todos los vascos que cuestionaban el centralismo madrileño. Sin embargo más allá de las múltiples ramificaciones ideológicas existe una raíz que merece especial atención. Conviene sumergirse en el universo histórico e ideológico del Carlismo porque la adscripción del bardo de Urretxu a esta «cultura política» proporciona algunas pistas que no deberían pasar desapercibidas.

En 1841, finalizada la Primera Guerra Carlista, el Gobierno liberal-centralista de Madrid suprimió el «pase foral» (es decir, el derecho de veto de las instituciones vascas a cualquier tipo de contrafuero), las aduanas del río Ebro y la estructura judicial vasca.

Para los carlistas solamente había una respuesta posible ante la violencia estructural del Estado isabelino: la unión de los cuatro territorios. En la Proclama de la Junta Provisional Vasco-Navarra, emitida en 1846 con motivo de la Segunda Guerra Carlista, los partidarios de Carlos VI fueron muy claros: «El gobierno (…) que cien veces cuando estabais con las armas en la mano os ha prometido la conservación de vuestros privilegios, da ahora, que os ve desarmados, el golpe de gracia a vuestros más caros intereses (…) ¡Vasconavarros! Al grito de Laurac Bat, álcense como un solo hombre las cuatro provincias».

No es casualidad que Iparraguirre cantase al Laurak Bat (Las Cuatro en Una) en el Gernikako Arbola: «Laurok hartuko degu / pakian bizi dedin / euskaldun jendia» (Las Cuatro te sostendremos para que vivan en paz los vascos).

Posteriormente, en los años inmediatamente previos al inicio de la Tercera Guerra Carlista, el Partido Carlista expondrá ante la opinión pública un programa renovado basado en la extensión del régimen foral vasco a todo el territorio español. El nuevo líder dinástico, Carlos VII, emite el 30 de junio de 1869 una Carta-Manifiesto, afirmando que «si se cumpliera mi deseo, así como el espíritu revolucionario pretende igualar las provincias vascas a las restantes de España, todas éstas asemejarían o se igualarían en su régimen interior con aquellas afortunadas y nobles provincias». Un periódico francés, Le Monde, al comentar este manifiesto señalaba que «D. Carlos lo ha dicho: la Constitución de Vizcaya, que realiza el gobierno del país por el país, debe ser la Constitución de toda España».

«Eman ta zabal zazu / munduan frutua» (Da y esparce tu fruto por el mundo) había proclamado Iparraguire en su himno. La metáfora es inequívoca, pues el propio Iparraguirre, en una carta al Ayuntamiento de Urretxu, fechada el 1 de septiembre de 1869, había manifestado lo siguiente:

«Parece que han comprendido nuestros hermanos de allende del Ebro; que también proclaman los Fueros; el árbol está dando su fruto y la semilla que se ha esparcido, brota. Tampoco a mí me disgustaría la federal de Laurac Bat que estoy cierto sería el modelo». Nuevamente el Laurak Bat, la unión de los cuatro territorios vascos salvaguardando cada uno de ellos su propia constitucionalidad foral, su identidad singular y su libertad. Pero esta vez no solamente como un modelo de relaciones federativas válido para la vertebración interna de Euskal Herria sino también para el conjunto global de Las Españas.

Durante la Tercera Guerra Carlista, las instituciones forales vascas, seriamente erosionadas desde 1839, fueron revitalizadas gracias al valor de guerrilleros que cantaban el Gernikako Arbola. Pero no quedó ahí el asunto. Allá donde era levantada la bandera de Carlos VII, se esparcía la semilla del árbol de la libertad. En Aragón, en Cataluña y en Valencia fueron restablecidas, en la medida de lo materialmente posible, las instituciones forales abolidas por Felipe V entre los años 1707 y 1716. Este interesante camino que avanzaba hacia un horizonte confederal quedaría bloqueado en 1876 con la victoria bélica del Ejército liberal-centralista, pero esa es una historia para otra ocasión.

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