Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El golpe de Estado

El lenguaje político de España se reduce a dos monosílabos concluyentes: el ¡Sí de la sumisión! y el ¡No a la reflexión!

Cuando el Gobierno actual inició el traslado de los presos políticos catalanes a cárceles de su tierra decidí fijar toda mi atención en José María Aznar. El traslado de los presos operaba en mí como un reactivo para determinar la cantidad de fascismo que quedaba en España. El resultado fue terminante. España sigue anclada en la inmovilidad ideológica y la morbosidad de comportamientos que caracterizan a su historia política, siempre en manos de una derecha sin más pretensiones que la permanencia en el poder, afán que, además, ha contaminado a una izquierda carente de cualquier atisbo revolucionario o al menos modernizante, como demostró el comportamiento del Partido Socialista y de otras formaciones teóricamente izquierdistas ante la gran posibilidad republicana del 14 de abril de 1931. Aznar aclaró todo esto con una frase sin vuelta de hoja: «Estamos ante un golpe de Estado sin desarticular». Esa frase descubrió nuevamente dos características tradicionales en el país: la pervivencia de un afán de puro liderazgo material y la orfandad que sufre el español cuando ese liderazgo muestra visos de confusión o debilidad. El paciente español es un paciente perpetuamente tetanizado.

Creo que el Sr. Aznar ha dejado entrever en su significativa frase la necesidad de una intervención política radical-autoritaria con marchamo monárquico o incluso la entrega del país a una acción armada posiblemente de carácter militar. Estos comportamientos verbales me recuerdan los discursos de Calvo Sotelo o de Gil Robles, de Goicoechea o Primo de Rivera en el Parlamento de la segunda República española. Si mis lectores quieren valorar lo que digo acudan a las hemerotecas. En cualquier caso ahí quedan, negro sobre blanco, las palabras del Sr. Aznar.

Estas manifestaciones represivas creo que desvelan dos realidades muy preocupantes para el desenvolvimiento público español: que las instituciones españolas, presuntuosamente surgidas de una falsificada Transición, están agotadas para protagonizar una política mínimamente madura y que el Estado o modelo social capitalista, tan rígido en España, supervive agónicamente mediante vergonzosos comportamientos autocráticos.

Los presos políticos catalanes están ganando una batalla histórica no solamente por la razón que les asiste sino por las repercusiones que su situación puede tener en el mundo relevante. Catalunya es en este momento una nación capaz de generar clarificaciones de calado sobre la falta de democracia en la mayoría de los países de la Unión. Europa empieza a deteriorarse profundamente con estos aconteceres penitenciarios que minan la teoría optimista de unas globalizaciones que tras la última guerra mundial se dedicaron realmente a estimular, en nombre de la seguridad y el progreso, un funcionamiento subterráneo de poderes que van dejando al descubierto un penoso y creciente horizonte antisocial. Lo que afirmo queda comprobado por la resistencia de muchos gobiernos europeos a condenar claramente el autoritarismo incivil de Madrid. Los propios jueces conniventes con los gobiernos que han decidido recurrir a la fuerza para sostener un sistema de vida corrupto en cien aspectos diferentes, ya no usan las leyes como defensa frente a lo moralmente inaceptable; emplean la toga que tapa una actitud distinta. Es más, las leyes que se multiplican en el momento actual son leyes urgentes, carentes de calidad jurídica. Leyes nacidas de la excepcionalidad y para la excepcionalidad. Por otra parte la multiplicación de la fuerza policial o militar, protagonistas además de una eficacia de nivel muy bajo, dota de un perfil lamentable a la vida social. La violencia de los grupos y organizaciones que colonizan el Estado y sus aparatos alternan en muchos casos el gobierno con la delincuencia, convirtiendo en irrespirable el aire en que malvive la ciudadanía.

Lo paradojal de esta situación es que el libre pensamiento y su conversión en discurso sanamente político solo funciona en el interior de las prisiones. En el momento presente esa comunicación oxigenante entre política y ciudadanía únicamente puede beneficiarse con la proximidad de los encarcelados a su país. Nada de diálogo en libertad. Esta magnífica contradicción refleja el desorden lógico en cuyo flujo se mueven los gobiernos, carentes ya de un lenguaje mínimamente válido para servir a las ideas. Pero el gran problema, llegados a este punto, es que esas ideas no existen. En suma, la política presuntamente dirigente de los Estados neo bárbaros equivale hoy a una liturgia en que los oficiantes reniegan de la fe.

Esta situación universal en cuyo seno nos asfixiamos está agravada en España por una larga tradición de fundamentalismo. El lenguaje político de España se reduce a dos monosílabos concluyentes: el ¡Sí de la sumisión! y el ¡No a la reflexión! Esta exigüidad de lenguaje explica por sí misma, y sin necesidad de más discurso, la diferencia esencial entre naciones como España, Euskadi o Catalunya. El nacionalismo independentista de las dos últimas ya no precisa mayor aportación teórica.

Si algo clarifica profundamente la situación en que se encuentra España, digamos de pasada, es la proclamación como líder del Partido Popular de la Sra. Sáenz de Santamaría, promovida por los «populares» andaluces, ejemplo de una concepción muy lamentable de la democracia. El clasismo de los andaluces constituye ya un dogma. Un clasismo extremadamente menospreciante y antipopular que llega a manifestarse hasta en las fiestas populares. Algunos periodistas que han informado sobre esta elección de la ya líder del PP cuentan que muchas respuestas reflejaban una postura perfectamente frívola del elector ante su propio sufragio: «Mire usted, yo he votado a esta señora, pero no me metan en líos». Es como si hubieran llevado simplemente a la grupa a la nueva dirigente en las fiestas del Rocío. El gran Madrid vive de estas periferias jacarandosas. Ahora veremos lo que acontece, si llega a gobernar, la posible y nueva Thatcher. El Sr. Aznar quiere volver para regenerar la derecha que, en sus días de esplendor como gobernante, llevó a España a una Cruzada para la liberación de Irak a fin incorporar a ese país a la progresiva vida de Occidente. De todas formas va a ser literalmente muy complicado despertar a España de la profunda y larga dormición que le produjo el Sr. Rajoy; dormición que ahora trata de prolongar el Sr. Sánchez reconduciendo a las masas alzadas frente a la opresión hacia algo que me recuerda a los fumaderos de opio: cuatro pipadas y a dormir.

No predico extremismos teatrales, ya que aprendí la pintoresca lección del mayo francés, donde los amantes se dormían en brazos de la pasión y despertaban como tranquilos padres de familia, pero sí sostengo que es necesario un periodo en que gane altura ideológica el nuevo big bang que empieza a brotar de la nada del parado, del grito de la mujer despreciada, de la terquedad sagrada del emigrante, de la soledad de los niños y de la indignación de la verdadera inteligencia. Como salgo huyendo de Sodoma nadie puede pedirme que mire atrás.

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