Jonathan Martínez
Investigador en Comunicación

El mapa de las memorias

Fue el año de las urgencias memorialistas. En febrero de 2010, las asambleas de la izquierda abertzale habían ratificado un rumbo inédito en las página de Zutik Euskal Herria. Aquella ponencia tenía algo de ciaboga argumental y llevaba en sus entrañas la promesa de un seísmo político. De puertas hacia fuera, los caudillos del Estado profundo despachaban el asunto con un vocabulario descreído. Que si tregua trampa. Que si más de lo mismo. De puertas hacia dentro, sin embargo, todo el mundo contemplaba la opción de que ETA se disolviera. De pronto cundió el miedo de que una nueva alianza soberanista pudiera subvertir los viejos equilibrios institucionales.

Primero fue el Congreso español de los Diputados. En Madrid, durante los fastos del 11M, sus señorías marcaron el 27 de junio como Día de las Víctimas del Terrorismo. Se honraba así el nombre de Begoña Urroz, la niña que falleció abrasada por la deflagración de una maleta en la estación de Amara allá por 1960. En calidad de presidente de la Cámara, José Bono selló los honores con una declaración engolada. "Todo el mundo debe saber, nadie debe ignorar ni en España ni fuera de España, que la primera víctima de ETA fue una niña de 22 meses”. Parece una caricatura redonda: ETA estrena la historia del terror y lo hace de la forma más arbitraria y despiadada.

El problema es que no es cierto. Que el Día de las Víctimas del Terrorismo fue fundado y se mantiene sobre la base de un bulo. Las investigaciones de Iñaki Egaña y Xavier Montanya adjudicaban el atentado al DRIL y hasta el Memorial de Gasteiz ha terminado admitiendo el dislate. Pero las paradojas las carga el diablo. El líder del DRIL, Humberto Delgado, descansa con dignidades de héroe en el Panteón Nacional de Lisboa y Juan Carlos Rodríguez Ibarra le dedicó un monumento en el paraje de Badajoz donde lo asesinaron. Delgado, dijo el presidente extremeño, “es el símbolo de lo que hubo que pasar para que ahora los españoles y portugueses vivan en democracia”.

La historiografía oficial vasca fue objeto de las mismas torpezas. En mayo de 2010, nuestras administraciones autonómicas y forales eligieron el 10 de noviembre como Día de la Memoria porque en apariencia es una rara fecha sin víctimas en el calendario. Como explica el propio Egaña, la trampa solo se entiende si asumimos que no existe historia antes de ETA. Al guipuzcoano José Urrutia Anduaga, por ejemplo, lo fusilaron el 10 de noviembre de 1944 en Ezkaba. Sus verdugos son los mismos que pusieron contra el paredón a Txiki y Otaegi, pero el relato institucional ha optado por cuartear las categorías.

Más allá de su pecado original, el Día de la Memoria ha dado algún paso hacia el recuerdo inclusivo. Basta mencionar que aquello empezó como una efeméride sin víctimas policiales y con el solo patrocinio de PNV, PSE y PP. Desde que se abrió el abanico, son el PP y sus satélites quienes han quedado fuera. Ahora asistimos a un incómodo desdoblamiento. Por una parte, la mayoría del Parlamento de Gasteiz extiende su reconocimiento a víctimas de distinta índole. Por otra parte, el Memorial de Gasteiz celebra sus propios fastos con una narrativa parcial y excluyente. Y en medio, el Gobierno Vasco ha decidido poner los huevos en las dos cestas.

Si las urgencias memorialistas son dañinas, los funambulismos no traen más que inconvenientes. El pasado lunes, el Lehendakari y el Alcalde de Bilbao inauguraron una escultura que recuerda a las víctimas de la ciudad. Egiari Zor revisó la nomenclatura y detectó la ausencia de Mikel Martínez de Murgia, ejecutado por la Guardia Civil en Lekeitio según certifica el propio Gobierno vasco. También faltaban Juan Antonio Aranguren y Txabi Etxebarrieta, pero había un error si cabe más clamoroso: el nombre de Iñigo Cabacas quedaba calificado como un “caso con insuficiente clarificación” pese a existir una condena contra un mando de la Ertzaintza ratificada por el Tribunal Supremo.

Las querellas de la memoria son inagotables. El otro día, el Departamento vasco de Justicia anunciaba que restringirá las actividades culturales en las prisiones después de que Covite tachara de "indecente alarde de impunidad" el concierto de Fermin Muguruza en Martutene. Al Gobierno Vasco de 2024 le preocupa que sonara el "Sarri, Sarri", una canción que habla de un escritor premiado por el Gobierno Vasco en 2011. El Gobierno Vasco de 2024 criminaliza a un músico que recibió el apoyo del Gobierno Vasco en 2003 frente a las criminalizaciones. Hoy va la cosa de paradojas. O quizá de retrocesos.

Muguruza interpela a Imanol Pradales y el Lehendakari le invita a una conversación honesta sobre memoria y convivencia más allá de los estrépitos mediáticos. Quisiera entender que el PNV se encuentra en una situación comprometida. Su retroceso electoral dejó al PSE en una posición de fortaleza negociadora y Andueza se cobró la joya de las cárceles y el memorialismo. Desde entonces se han multiplicado los sobresaltos y chirrían los goznes de la coalición. De hecho, tenemos ya una dirección de Gogora que excluye a las víctimas del Estado y hemos sentido fricciones de poco gusto en las directrices penitenciarias.

En el colegio nos enseñaron que la historia es una suerte de animal fósil, una arqueología inmóvil de cosas polvorientas. Con el tiempo uno aprende que la memoria es un ser vivo, un territorio en disputa permanente. Un día la Comisión de Valoración rescata setenta y cinco testimonios de tortura que hielan las vísceras. Otro día sabemos que el Monumento a los Caídos de Iruñea se llamará “Maravillas Lamberto” y se nos alborotan las emociones. Vemos la demolición del edificio que un día fue la redacción de Egin en Hernani y nos golpea en el pecho la sonrisa inmortal de Jabier Salutregi. Solo así se completa el mapa de las memorias. Sin urgencias. Sin funambulismos. Sin forzadas paradojas. 

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