Jonathan Martínez
Investigador en Comunicación

El mundo al revés

Puesto que la víctima es el héroe más prestigioso de nuestro tiempo, todo el mundo corre a vestirse de víctima aunque no lo sea ni jamás haya podido serlo.

En el mundo al revés, dice Eduardo Galeano, los países que custodian la paz son los mayores fabricantes de armas, los bancos más prestigiosos son los que más dinero robado almacenan, las empresas que hacen negocio con el medio ambiente son las que más envenenan el planeta y los dignatarios más felicitados son aquellos que matan al mayor número de gente en menos tiempo. No es una distopía cinematográfica, no es una ficción posapocalíptica. Es la realidad monda y lironda de nuestros días y todos seríamos capaces de poner nombres y apellidos a cada una de estas paradojas.

He leído en "La Marea" una entrevista de Ignacio Pato a Pablo Batalla, que acaba de publicar un ensayo sobre las nuevas ramificaciones del nacionalismo español y que habla de asuntos tan variados como el trauma islamófobo del 11-M, el tremendismo de Arturo Pérez-Reverte, la pedagogía patriótica de Masterchef o el fervor rojigualda que desató un gol de Andrés Iniesta allá por 2010. De todo un nutritivo campo de reflexiones, me quedo con una que se repite y que creo que explica a la perfección las ansiedades de nuestro tiempo. Me refiero al victimismo de los vencedores. La lagrimita del potentado. El disfraz contestatario y rebelde de aquellos que siempre pertenecieron a una élite victoriosa.

Corría el año 2016 cuando María Elvira Roca Barea publicaba "Imperiofobia", un ensayo superventas que según señalan sus detractores, está repleto de citas tergiversadas o apócrifas y cuyo objetivo es denunciar la supuesta hispanofobia que reina en nuestro siglo. Los teóricos de la «leyenda negra» vienen a reivindicar la expansión gloriosa del imperio español como un dechado de bondades y cuyas matanzas fueron deliberadamente exageradas por los envidiosos cronistas europeos. La «imperiofobia» sería, en última instancia, un «racismo hacia arriba» equivalente a aplaudir que los cayucos de refugiados se hundan en el Mediterráneo. Pobres imperialistas.

En fin, Pablo Batalla menciona otros victimismos inversos que constituyen la vitamina discursiva de la emergente extremaderechita: el peatón que persigue al coche, el negro que odia al blanco o la democracia que atropella a la desvalida familia Franco. Habrá que engordar la lista de agravios: el Plácido Domingo acosado por mujeres, el fondo buitre hostigado por peligrosos desahuciados y el heterosexual escarmentado por la homosexualidad hegemónica. Tal vez se halle una explicación en un ensayo de Daniele Giglioli titulado "Crítica de la víctima". A la víctima se la aplaude y se le levantan museos. La víctima no es lo que hace sino lo que le han hecho. Y puesto que la víctima es el héroe más prestigioso de nuestro tiempo, todo el mundo corre a vestirse de víctima aunque no lo sea ni jamás haya podido serlo.

Alicia, la del país de las maravillas, se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Dice Eduardo Galeano que si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo porque le bastaría con asomarse a la ventana. En el mundo patas arriba que habitamos, la lengua vasca amenaza la delicada primacía del castellano, víctima sacrosanta de todas las lenguas menores. El catalán lo atenaza con sus inmersiones lingüísticas. El gallego lo pone contra las cuerdas con su vocación expansiva. Y qué decir del asturiano, ofensiva lengua que no merece llamarse lengua y que aspira nada más y nada menos que al disparate de la oficialidad. Eso desataría sin duda una hecatombe, la desaparición inmediata e irreversible de la honorable lengua de Cervantes.

En este desfile de plañideras que hemos escuchado durante los últimos días aparece Inés Arrimadas, líder de un partido que ya nadie recuerda y que desaparecerá con mayor celeridad que el castellano. Dice el destronado ojito derecho del Ibex 35 que Arnaldo Otegi comenzará a adoctrinar a los niños navarros con el arma secreta de los dibujos animados. En este delirio paralelo, Doraemon lleva en su bolsillo mágico un kit de cócteles molotov y Son Goku, como es vox pópuli, expulsa kames incendiarios contra las cristaleras de las sucursales bancarias. Menos broma en un país donde Aitor Zelaia y Galder Barbado están a punto de ingresar en prisión porque un atestado de la Ertzaintza detectó «una mochila de kale borroka» y encontró a Zelaia disparando pistolas de juguete a los once años.

Dice Isabel Díaz Ayuso, diva de la madrileñidad y fundamentalista del libre mercado, que sus enemigos quieren imponer el euskara a través de la televisión pública. Uno está tentado a preguntarse en qué la afecta a esta buena señora la programación infantil de la televisión en Navarra. Me pregunto por qué no dedica sus esfuerzos a dejar de desmembrar la sanidad pública y los servicios asistenciales para entregárselos en bandeja de plata a las contratas de Florentino Pérez. A lo mejor así sabremos de una vez por todas por qué durante la pandemia los ancianos de las residencias de Madrid murieron como caniches en una perrera. Me temo que en la pregunta se encuentra la respuesta. Andar por la vida llorando lágrimas de víctima, culpar al comunismo o al euskara, es la mejor estrategia comunicativa para esconder la sangría de una gestión pública de juzgado de guardia.

En el mundo cabeza abajo de Eduardo Galeano, se desprecia la honestidad y se premia la falta de escrúpulos. No hace falta ser un audaz politólogo para saber que los discursos solo cobran sentido cuando se leen al revés. En el mundo al revés, es el euskara y no el castellano el que se impone y además se abre paso con tanta saña que le hace la vida imposible a una señora de Chamberí y a otra de Jerez. En el mundo boca abajo, el verdugo es la víctima, el censor es el censurado, el pijo es el rebelde y el currela un privilegiado. El rico es un paria y la lengua minorizada y pisoteada, quién podía imaginarlo, ha resultado ser su más encarnizado enemigo.

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