El señor que quiere la guerra
Tengo una razonable seguridad en que Europa recobraría parte de su equilibrio perdido si la OTAN cesase a su secretario general, Sr. Anders Rasmussen. A Europa le sobran una crecida serie de personajes. Por ejemplo, repito, el Sr. Rasmussen.
El Sr. Rasmussen ha decidido, como dirigente de la inconveniente formación militar y portavoz de hecho de Estados Unidos, dos cosas de extraordinario peligro para el viejo continente: subordinar a la OTAN la política militar de la Unión Europea –tan confusa, eso sí, como todo lo que surge de Bruselas– y acelerar iniciativas y movimientos preñados de guerra contra Rusia y desestabilizadores para diversos estados europeos ahora acosados por urgentes problemas sociales. Con esos movimientos ha preparado la nueva pista de despegue del Sr. Obama, que ha cambiado hacia un intervencionismo bélico la política –con perfiles que recuerdan al Sr. Bush senior– que le llevó a la Casa Blanca como un ejemplar pacifista. El. Sr. Obama está perdiendo pie en ese mar en que se ha lanzado a fondo y por ello estimula al Sr. Rasmussen para que insista en discursos intervencionistas que convierte luego el presidente americano en expresión de la «comunidad internacional», lo que obliga a Washington a desviar «democráticamente» su circulación política hacia una vía armada. El Sr. Rasmussen es la conciencia delegada del Washington uniformado de nuevo. Todo ello, debidamente meditado, es lo que me empuja hacia la creencia de que el secretario general de la OTAN tiende hacia ese nuevo fascismo de salón que impregna muchos de los grandes organismos internacionales. No olvidemos que la OTAN organizó la trampa tan típicamente fascista en que cayó el Pacto de Varsovia al aceptar la disolución de OTAN y Pacto varsoviano al mismo tiempo a fin de eliminar las tensiones de la guerra fría. El Pacto de Varsovia desapareció y la OTAN se robusteció. El «ético» árbol democrático de Occidente suele producir estos frutos.
Ahora el Sr. Rasmussen ha dado una zancada belicista más al afirmar que la formación de una fuerza de intervención militar rápida en Europa «constituye un mensaje muy claro dirigido a Moscú». El presidente Obama no ha dicho nada al respecto por temor, quizá, a un rechazo por parte de la Sra. Merkel, que trata de evitar un compromiso demasiado claro con Estados Unidos, pero el habitante de la Casa Blanca ya tiene otra ocasión para referirse de nuevo a la presión antirrusa como lenguaje que usa indignadamente la «comunidad internacional» a la que se debe con tanta honestidad el negro que tiene el alma blanca. ¿De qué forma ha llegado un político irrelevante como el danés Rasmussen a un cargo de tanta significación como el de secretario general de la OTAN? ¿Cuándo se levantará el top secret que protege ahora su papel de provocador al servicio del imperio?
Yo barrunto que la prisa que demuestra ahora EEUU en montar un escenario bélico se debe a dos factores que constituyen constantes viejas en la política norteamericana. Ante todo, Washington quiere adelantarse a la modernización en marcha del aparato militar de Rusia. Y en segundo lugar, debe tenerse en cuenta que la economía de Estados Unidos precisa una revitalización intensa que solo puede dársela, a gran escala, un conflicto armado. Norteamérica logró salir brillantemente de la crisis del 29 merced a la guerra mundial que se inició diez años después. A estas dos motivaciones hay que añadir el creciente acercamiento entre Rusia y China, al que parecen responder positivamente nuevas potencias emergentes.
En suma, Estados Unidos vive ahora una crisis de confianza por parte de Europa, de Latinoamérica y de varios países árabes y africanos que le complican su protagonismo y que le obligan a manipular el panorama internacional por medio de gobiernos e instituciones que justifiquen las intervenciones de Washington como correspondencia a una demanda de terceros. La frase de «somos la nación necesaria», pronunciada por el Sr. Obama recientemente quizá explique, tanto hacia el exterior como hacia el interior, esta política de acción a pedimento. Si aceptamos tal supuesto, parecen muy apropiadas las recientes intervenciones del Sr. Rasmussen en organismos multinacionales. Resumamos: la OTAN solicita seguridad en nombre del Occidente democrático y de la comunidad internacional tal como la entiende el Sr. Obama, ergo la Casa Blanca ha de atender a la OTAN. Con tal subterfugio, el Gran Hermano pasa de ser agresor a ser protector ante Rusia, que es, al parecer, una potencia trasgresora de la paz. La jugada no es sutil, pero se realiza en el marco de una sociedad que ha perdido toda sensibilidad moral y capacidad de análisis.
Si Europa, que sufrió en su carne la feroz herida del último conflicto mundial, no reacciona con energía para restaurar su soberanía política, lo que supondría una paz estable en el este, habrá de afrontar una descomposición interna que acabará con la Unión Europea, lo que supondría, entre otras cosas, el naufragio de un mercado interior que, mal que bien, mantiene aún una cierta capacidad de negocios propios frente a las imposiciones norteamericanas. Hacia el oeste Europa tiene poco que hacer en pro de reconstruir una vida mínimamente aceptable. Por el contrario, le queda a Europa una vía de posible expansión hacia el este, vía que ha funcionado hasta ahora, aunque muy cohibida por la presión norteamericana. Prueba de lo que digo está en los daños ya sufridos al cerrar Rusia sus fronteras a muchos productos exportados por España, por Italia, por Portugal o la misma Francia. Ello sin contar el posible encarecimiento del gas ruso. El este es el ámbito natural para una posible recuperación europea. No debemos perder de vista que lo que entendemos por Europa empieza o acaba históricamente en los Urales. Más allá se abre el prometedor mundo oriental encabezado por China al que estaríamos unidos por el corredor ruso.
Hay una reflexión potencial que los europeos deberíamos hacer muy señaladamente en la difícil coyuntura actual. Europa fue la cuna de la economía del industrialismo liberal, o sea, el nicho sociológico en que nació y cobró vigor la burguesía de las grandes y poderosas clases medias, hoy ya en situación de coma. En Europa se dieron también las grandes revoluciones sociales que, con raíz en la Ilustración, culminaron en la aparición del marxismo. Solo en Europa podría producirse, pues, con garantía de pervivencia, la síntesis de un liberalismo individualista, o liberalismo ético, con un colectivismo de base que garantizase el comportamiento moral de la libertad individual, liberada ya del agostador peso de la concentración de la riqueza en un círculo de poder cada vez más reducido, excluyente y, por tanto, estéril. Dentro de ese liberalismo podrían abordarse cosas tales como el reparto de la producción y del trabajo. Europa tiene que manufacturar su propio ámbito de funcionamiento y, si es necesaria, su propia seguridad.
Creo asimismo, en torno a esta invasión norteamericana de Europa, que está plenamente justificado cualquier movimiento amistoso que se haga hacia el este. Necesitamos otros pactos y un aparato inversor más a nuestro alcance. Cierto es que la Rusia actual no constituye un modelo de capitalismo aceptable –ningún capitalismo lo es–, pero frente a ese capitalismo tiene Europa más opciones y respuestas que frente al neocapitalismo americano. Entre las paridades Europa-América o Europa-Este, la segunda es más manejable por los europeos. Desde su lenguaje social hasta los medios de respuesta están más en consonancia con lo europeo que el lenguaje y los medios de respuesta que puedan usarse ante el imperialismo norteamericano. El sistema arterial americano es muy distinto al de Europa.