Josu Perea Letona
Sociólogo

Entre el miedo y la esperanza

a solidaridad sigue siendo el antídoto frente a las frustraciones que genera el miedo, frente a la utilización que de él hacen los dictadores y las dictaduras, propensos y propensas a desterrar el miedo a base de «reprimir la libertad», o en su versión más «democrática» de «libertad a base de represión».

Vivimos nuevos tiempos de cambios rápidos y permanentes, propicios a obsolescencias de estructuras sociales de muchísimo arraigo, con el derrumbamiento de las antiguas categorías y el triunfo del individualismo. La sociedad en general precisa de un regeneracionismo estructural. El sistema social que necesariamente ha de ser vertebrador de la vida colectiva no responde a esa demanda de la ciudadanía.

Alain Touraine nos advierte de como este cambio requiere de una nueva manera de pensar la sociedad, de un replanteamiento y adaptación de los conceptos y los marcos de pensamiento que se han venido utilizando. Términos como clase social, movimiento obrero, ciudadanía, han de entenderse a la luz del tiempo presente, teniendo en cuenta la heterogeneidad de las demandas sociales del nuevo tiempo. Este replanteamiento, no es el resultado de la crisis de la ideología de la izquierda o de la inadecuación de las categorías políticas, es consecuencia «normal» de la compleja evolución social.

Estamos observamos cómo las grandes representaciones que concebían el curso de la historia han ido perdiendo identidad mientras no se ha sabido responder a los cambios que han ido forjando todo un mundo nuevo de sujetos: anómicos, asociales, apáticos y acríticos. Vivimos momentos, decía Hannah Arendt, en el que la política corre el riesgo de desaparecer completamente del mundo laminada por los automatismos mercantiles y los consuelos de la moral compasiva. Alain Touraine es aún más contundente cuando afirma que si la sociedad se estudiaba antes en términos políticos, esto ahora resulta imposible.

En esta nueva era de la individualización, que como apunta Ulrich Beck exige un «bricolaje» autobiográfico, emergen nuevos actores sociales. Así, lo no institucional en el ámbito de la política se abre camino. Como dice Touraine este siglo XXI precisa un análisis «no social» de la emergente realidad. Hay pues que adoptar una visión nueva del mundo lo que obliga a revisar a fondo las ideas acerca del bien común.

En este sentido Manuel Castells, sostiene que las «verdades» de este mundo dependen de las emociones, de cómo mueven a los sujetos y los mantienen pegados a los comportamientos humanos. Estas emociones son las que marcan los códigos culturales de la sociedad. Hoy y ahora, si observamos la realidad que nos envuelve, estamos viendo cuales son los anclajes emocionales. Así el dolor, la vergüenza, el miedo, la repugnancia, el amor, el odio, son los que articulan, efectivamente, las políticas textuales del racismo, el sexismo, y la homofobia. Estos tres factores de discriminación, operativos en un sistema capitalista globalizado, son los que generan profundas desigualdades y actúan al servicio de un nuevo orden social.

De entre todas las emociones, el miedo es de las más determinantes para el comportamiento humano. El miedo funciona constituyendo a «los otros» como temibles, es una amenaza de los otros contra el «yo», o contra el «nosotros» Aquella fantasía canibalística de aquel niño blanco que le dice a su madre «mamá, el negro me va a comer», que tan bien explica Sara Ahmed en su obra "La política cultural de las emociones" es la metáfora que explica cómo la aplicación de la política del miedo es una herramienta perfecta para consagrar la sumisión al orden establecido. Estas fantasías, estos temores funcionan para justificar la violencia en contra de los otros. Miedo, miedo terrible del otro, de los otros. Miedo al presente, miedo al futuro, miedo a quedarte sin trabajo, miedo a la inseguridad, miedo a la cárcel, miedo a la enfermedad, miedo a la locura, miedo a la vida, miedo a la muerte. Siempre un miedo que te atenaza, que encoge el espacio corporal y este encogimiento involucra la restricción de movilidad corporal en el espacio social.

También debemos considerar el papel del miedo en cuanto a la conservación del poder, considerando cómo funcionan las narrativas de crisis para asegurar las normas sociales. Como nos describe Naomi Klein, cuando habla de la «Doctrina del Shock», «Cuando se produce un shock es cuando aprovechan para introducir muchos cambios y esto es lo que se produjo tras la crisis financiera de 2008». Con Donald Trump, dice, el shock es infinito, constante, sin descanso, diseñado para distraer, para aterrorizar, y poder así aplicar cambios diarios.

Miedo, en definitiva, propicio y propenso en este individualismo que nos inunda, porque anula o minimiza otras emociones más propias de las sociedades colectivas pasadas donde la «solidaridad», la cooperación con los demás, era capaz, a veces, de neutralizar ese miedo. Hoy, también, la solidaridad sigue siendo el antídoto frente a las frustraciones que genera el miedo, frente a la utilización que de él hacen los dictadores y las dictaduras, propensos y propensas a desterrar el miedo a base de «reprimir la libertad», o en su versión más «democrática» de «libertad a base de represión».

Siguiendo con el papel que desempeñan las emociones en el comportamiento social de los sujetos, no podemos menos que pararnos en las reflexiones que Sara Ahmed hace de su nacimiento como feminista en términos de las diferentes emociones que va describiendo en el capítulo referido a «Vínculos feministas», donde señala cómo la recuperación de lo emocional pone en jaque la tradición epistemológica cartesiana que entroniza la razón a expensas del cuerpo.

Así de contundente muestra Sara Ahmed sus sentimientos (…) «la indignación, la indignación que sentía porque parecía que ser una niña se trataba de lo que no deberías hacer; el dolor, el dolor que sentía como efecto de ciertas formas de violencia; el amor, el amor por mi madre y por todas las mujeres cuya capacidad para dar me ha dado la vida; el asombro, el asombro que sentía ante la manera en que el mundo llegó a estar organizado de la manera en que lo está, un asombro que siente lo ordinario como sorprendente; la alegría, la alegría que sentía cuando comencé a hacer diferentes tipos de conexiones con otros y me di cuenta de que el mundo estaba vivo y podía adoptar nuevas formas».

Estas viejas emociones, continúa Sara Ahmed, están ligadas a la politización de una manera que reanima la relación entre el sujeto y un colectivo. Pero su ligazón se da de manera mediada y no inmediata. No es que la indignación ante la opresión de las mujeres «nos haga feministas», dice Ahmed (…) «dicha indignación ya involucra una lectura específica del mundo, así como implica una lectura de la lectura; así que identificarse como feminista implica que se toma esa indignación como la base para una crítica del mundo, como tal».

La sociedad se mueve entre el miedo y la esperanza, pero tenemos que tener siempre presente que los procesos de transformación están sometidos a una dialéctica histórica y la izquierda tiene que entender que el análisis de la realidad social requiere un nuevo paradigma de pensamiento y de acción si no quiere verse arrastrada por esa versión evolutiva de la sociedad que certificaba Francis Fukuyama, cuando decía qué si mirábamos más allá de la democracia y de los mercados liberales, no había nada hacia donde podíamos avanzar, de ahí lo que denominó el final de la historia.

El capitalismo, el carácter neoliberal de la globalización, ha ido desplazando al poder político y se ha ido constituyendo en la base de la organización social, apartándose, cada vez más, de una democracia que no puede sobrevivir, porque como comenta François Denord (…) «precisa de elementos demasiado ‘costosos’ desde el punto de vista de las nuevas normas políticas y económicas: libertad de expresión, educación humanista, solidaridad social, función pública consagrada al interés general; todo ello se desintegra lentamente a causa del cálculo coste-beneficio».

Estamos experimentando con nuevas formas de resistencia a la dominación global, (vista como una forma extrema de capitalismo que separa la economía de las instituciones sociales y políticas) dominación que no solo está limitada al capitalismo, sino que también lleva aparejado el patriarcado y el colonialismo, porque como indica Boaventura de Sousa, esta sociedad necesita realmente que el capitalismo sea complementado con el colonialismo, el racismo, la islamofobia, el neocolonialismo, y obviamente el heteropatriarcado para llevar a cabo esta dominación, con el miedo como herramienta y como elemento rotundo.

Como señalaba Daniel Bensaïd en su ensayo "Cambiar el mundo" hay que rebelarse contra esa idea derrotista de pensar que el futuro está condicionado históricamente. Lo importante es cómo articular las nuevas resistencias que emergen. Otro mundo, seguramente, no emergerá de la aplicación de un gran programa global, sino de la armonización de una multiplicidad de cambios surgidos en lo más profundo de la sociedad. La lucha feminista marca mucho camino. El mundo está vivo y puede adoptar nuevas formas, porque el feminismo representa la esperanza que señala Sara Ahmed, la esperanza que guía todos los momentos de negación y estructura de deseo de cambio que lo acompaña cuando el futuro se abre, como una apertura hacia lo que es posible.

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