Josu Iraeta

Es la hora del cambio

Pero lo cierto es que si en la izquierda abertzale, a lo largo de muchas décadas, hemos cometido errores -y no pocos- nunca hemos temido a la verdad

En los últimos años –teniendo como sujeto al conjunto de Euskal Herria–  hemos sido testigos de diferentes movimientos, encuentros y negociaciones, en el cada vez más «conciso» espectro político. Además de legítimo, parece lógico posicionarse y buscar elementos comunes, máxime ante el frente activo de arbitrariedades –inercia común a todos los gobiernos–  con que interpretan el Estado de derecho en la capital de España.

Sin embargo, el resultado de esos movimientos no concluye como sería deseable. Cierto que durante un amplio espacio de tiempo hemos interpretado desencuentros, los unos verbales, otros no tanto, que lógicamente han escenificado una dificultad considerable. De tal manera que el resultado difícilmente podía ser «confluyente».

De todas formas, en la raíz de estos desencuentros hay mucho más de «peso institucional» que de antagonismo, y eso solo se cura negociando. Sin duda, es un capítulo profundo y complejo, merecedor de la mayor estimación, y que evidentemente, debe tener su desarrollo. Hay que seguir.

Estamos terminando la segunda década del siglo XXI y debemos ser conscientes de que nuestra sociedad está «saturada» -no solo de elecciones- también de lucha y sacrificio, porque es mucho el dolor acumulado en todos los frentes.

Nadie debiera quedar al margen, todos debemos contribuir, porque la verdad, la «verdad de la verdad»,  no es patrimonio de unos u otros, la verdad hay que buscarla. Esto quiere decir, que en la izquierda abertzale no estamos por esperar la llegada de otra fase de la historia para que la construyan generaciones menos egoístas que las actuales, por eso trabajamos en todos los frentes por convencer a la sociedad que debe sumarse al cambio. Y ese cambio está en nuestras manos, la sociedad vasca lo viene refrendando y este refrendo debe ser respetado. Nos aproximamos, es cierto, pero hay que seguir y seguir.

En mi opinión, con manifiesta arbitrariedad, se nos acusa de lo contrario, pero lo cierto es que si en la izquierda abertzale, a lo largo de muchas décadas, hemos cometido errores -y no pocos- nunca hemos temido a la verdad. Quizá porque siempre la tuvimos delante y tan próxima como la tenemos ahora. No sé si hay muchos que puedan decir lo mismo.

Para ello no podemos optar por hacernos «solo» intérpretes del reconocimiento del que sufre, no basta. Los hogares se vacían, la miseria se extiende, la angustia se extrema. Son afirmaciones contundentes, desconocidas para muchos y en nada coincidentes con el «bonancible» mensaje institucional. Es cierto, pero reflejan el eco de los marginados, de los trabajadores pobres, de los pensionistas engañados y robados.

En las últimas décadas, muchos centenares de ciudadanos vascos han sido deportados a las prisiones españolas y francesas, donde no pocos han perdido la vida. Muchos, muchos más, están siendo abandonados, -cinco muertes en diez meses- lejos de su hogar, de sus puestos de trabajo, olvidados injustamente por este sistema egoísta, ultraliberal, que además impone criterios coloniales en todos los ámbitos de la enseñanza del conocimiento. Estos son el motivo y la razón principal del cambio.

Hay mucho trabajo por hacer, porque aún siendo evidente que no partimos de cero, hay funcionamientos cuyas inercias no son admisibles. Sobran estructuras clientelares. Es imprescindible actualizar prioridades, así como dotar de mucha mayor transversalidad y atención a la relación sociedad–administración.

Tengo una pregunta clara: ¿Quién gobierna, Lakua o las organizaciones empresariales? Para responder basta con leer la prensa actual para percatarse de  lo que está ocurriendo -aquí entre los vascos- y no solo en el Estado Español. Es constatable que el poder de estos grupos aumenta en la medida que disminuye el control democrático sobre ellos. Son la médula de la corrupción política, el magma del que fluyen los «nuevos ricos», el espejo en el que desgraciadamente se miran muchos jóvenes.

Lamentablemente, aún siendo conscientes de lo que ocurre, hoy muchos vascos emplean sus fuerzas y su tiempo en el largo y enfermizo enfrentamiento interno, lleno de pasiones e intereses personales. Ahora, cuando el cumplir  leyes impuestas, una tras otra, no hace sino alejar la democracia. Cuando la Administración española, olvidadiza e irrespetuosa, amenaza nuestro futuro, es el momento de apuntalar el cambio.

Y es que, no podemos negarlo, somos parte de un universo «entregado» al credo intangible del enriquecimiento, la competitividad y la satisfacción individual. A pesar de ello, en nuestra sociedad hay muchas mujeres y hombres capacitados, no solo para reflexionar, también para denunciar que esto que nos ofrecen hoy, es el «nacedero» imprescindible de las posibilidades «creadoras» del poder financiero, tecnológico e industrial de la elites, lo que supone desembarazarse de las trabas del proteccionismo, del costo insoportable de los programas de ayuda social, y de la «caducas» leyes respecto al empleo en condiciones dignas.

Desde Bruselas nos avisan, ya lo ven, los tiempos duros vuelven para quedarse. La gran mayoría de la sociedad vasca deberá seguir reduciendo su nivel de vida. Soy consciente de que la salida a esta situación, debe ser muy estructurada y que un sector de la sociedad, por importante que sea su peso específico –me estoy refiriendo a los pensionistas- no será lo determinante que debiera, si no tiene el apoyo y empuje del resto de la sociedad.

Los trabajadores, la sociedad vasca en su conjunto, quizá mirasen al futuro con otras perspectivas, si desde La Moncloa tuvieran la percepción de que, quienes gestionan Lakua desde hace décadas, hubieran decidido sustentar el futuro de los vascos, «alineando» el discurso político con la práctica cotidiana. Yo brindo por ello.

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