Estampa de tres mujeres
Tres mujeres cuya reprobación quiero hacer, muy a mi pesar, como homenaje a las mujeres que vi ensangrentadas en su pacífica lucha por la libertad de su patria: Inés Arrimadas, Ada Colau y Susana Sánchez.
La dolorosa represión colonialista de Catalunya por el Gobierno del Sr. Rajoy, portavoz de la Corona, –que ha escrito, como ha dicho el Sr. Puigdemont, una de las páginas más vergonzosas de la España franquista– ha colocado en primer plano escénico la figura de tres mujeres cuya reprobación quiero hacer, muy a mi pesar, como homenaje a las mujeres que vi ensangrentadas en su pacífica lucha por la libertad de su patria: Inés Arrimadas, Ada Colau y Susana Sánchez. Tres mujeres a las que quiero situar fuera del credo feminista, cuyo fundamento radica en la libertad y la igualdad.
Inés Arrimadas representa al señoritismo jerezano no sólo por su nacimiento, que esto es circunstancial siempre, sino por su jactanciosa invitación a emplear la máxima represión –la aplicación del militarista artículo 155 de la ilegítima Constitución de 1978– contra unos catalanes que en su tiempo no sólo acogieron a su familia sin cuestionar su significada adhesión al franquismo, sino que le han servido de lanzadera para postularse audazmente –¡ay, Jerez, Jerez, maestro!– como futura presidenta de una Generalitat que nacería de la ruina de Catalunya como patria de los catalanes reducidos al coloniaje, sobre todo tras el seco y amenazador discurso del rey, perteneciente a una dinastía que malogró una España nueva, liberal e ilustrada, tras la batalla contra la ocupación napoleónica.
Inés Arrimadas es una jerezana de arraigo con la impronta añadida de su educación en el colegio retrocatólico de Nuestra Señora de Pilar, donde cultivó, con el pasaporte de una fe selecta, su primer y malogrado sueño de ser actriz. Como tantos andaluces creció al fin, social y culturalmente, en Barcelona, a la que dedicó sus segundos sueños de ser arqueóloga. Ahora no le interesan ya los restos de la gran Barcelona romana sino que aspira a un gobierno de ocupación sobre el enemigo vencido, nada menos que la presidencia de la Generalitat, si Rajoy aplica el artículo 155 de la Constitución para convertir Catalunya –delenda est– en una ruina como nación ocupada por las armas. Si hay un catalán que vote por esta señora en las elecciones que aspira a pastorear Madrid con su Guardia Civil y sus jueces importados, que medite sobre su deslealtad moral a la tierra que dio vida, y en este caso relieve, a tantos andaluces que España no redimió jamás de su pobreza. La señorita Arrimadas quiere ser la vigilante de un cementerio que incluso como tal siempre sería más importante que sus sepultureros.
Ada Colau es la segunda de las mujeres que hoy ocupan dolorosamente mi pensamiento. De ella escribí siempre, y ahora revivo el contenido de esos papeles, que llevaba escondidas dos banderas en la sentina de su barco y que iza de acuerdo con su conveniencia e inmensa ambición: la bandera catalana que ondeó para tomar el Ayuntamiento de la capital catalana y la bandera constitucional de España en la que ahora inscribe en corso la «imposibilidad» de proceder a una declaración unilateral y revolucionaria de independencia. La Sra. Colau sabe que la rebelión liberadora de Catalunya, que ha de ganarse dolorosamente cuerpo a cuerpo, la alejaría de su presente sueño griego con el Sr. Varoufakis, convertido en desleal a su pueblo por no hacer frente al tirano Xipras –el término pertenece a la Grecia clásica– que recordó a todos los griegos que el Partenón no era más que una ruina europea. La Sra. Colau aspira ahora –vota en blanco la independencia y dice que no dice nada– a ser una líder de la Unión en el partido de «izquierda» europeo del Sr. Varoufakis, que concibe esa izquierda no ya como un fruto surgido de la calle heroica sino como un protectorado de su talento tras el bautismo «progresista» administrado canónicamente por él, que se alejó de su explotado pueblo tras la brillante conclusión londinense de que la reforma social y económica ha de ser regida prudentemente por manos sabias: las suyas, evidentemente. A la Sra. Colau le ha quedado aldeana Barcelona, que administra quizá con una deslealtad que afianza con su significativo cargo.
Y finalmente nos queda Susana, la Susanita andaluza, que no hizo avanzar ni un milímetro de bienestar a su sempiternamente oprimido pueblo y que en el reparto de solemnidades que están preparando las Cariátides de la calle Ferraz para servicio de los persas se conforma con que se le reserve la columna más brillante ¿A dónde vas, Susana? «¿Dónde vas con mantón de manila?/ ¿Dónde vas con vestido chinés?/ A lucirme y a ver la verbena/ y a meterme en la cama después». Una Susana que alentó los ¡vivas! a la Guardia Civil que partía en misión de castigo a Catalunya. Una Susana que ahora llora en su rincón el adulterio de su líder cometido con el habitante de la Moncloa que calla –como Franco–, que castiga –como Franco– y que destruye todas las libertades –como Franco. Calla Susanita y espera la venganza ¡Vana esperanza, Susana, porque el tiempo, tu tiempo, ha pasado y Ulises ya está en Atica tratando de recuperar su reino. Para ello Ulises tiene que mentir a quienes le esperaban tras diez años en la guerra Troya, tiene que aceptar al rey que ha aprovechado su ausencia y está aferrado al trono, tiene que traicionar sus promesas a los fieles…
Es desagradable escribir sobre todo esto porque puebla el propio sueño de demonios, pero hay que realizar este trabajo de «decir» a fin de evitar la miserable tentación de huir también amparado en la niebla que llega ya a las cumbres, desde donde un psicólogo seguidor del PSOE de Madrid ha escrito esta solemne blasfemia contra la libertad: «Es peligroso que la ciudadanía crea que el derecho a votar está por encima de la legalidad». Sí, un psicólogo que renuncia al parecer a la soberanía del espíritu del ser humano para deificar en su lugar unos papeles que surgen intemporalmente para eliminar la gran herencia humana del tiempo que dispone el surgimiento de la vida ¿Es en este semillero donde el Sr. Sánchez cultiva sus socialistas, narcotizados por el poder? ¿Es con esta tropa con la que quiere formar la retaguardia civil de las Fuerzas de Seguridad del Estado?
Y frente a todo este desastre sobre el que flotan los restos de una democracia hecha astillas sólo se observa una única posibilidad de paz: la renuncia servil por el pueblo catalán a su propio ser. ¿Es esta posibilidad de entendimiento la única que ofrece el Gobierno de España a un pueblo que únicamente pretende que le dejen hablar sobre sí mismo para recobrar un camino decente de existencia? La historia de España no está en los libros escritos frecuentemente por quienes los venden línea a línea a un poder revuelto y circunstancial, sino que se conserva en simas protegidas por unas espesas telarañas. Es una historia que nunca supo qué hacer con sus caudillos revueltos e ignaros, generados por una ambición ínfima y ensangrentada.
Me pesa, repito, tener que escribir todo esto porque desearía otro corazón más ventero para los débiles músculos españoles, pero no estoy en esta jornada de circo decadente para ganarme el pan del césar decadente sino para unirme a quienes han sido golpeados en su propia casa para disfrutar de la libertad tal como la apetecen y de la democracia cultivada durante años y pueblo a pueblo a orillas de un mar que creo el pensamiento. No me interesa una Constitución que tras cuarenta años de dictadura que acabó con el generoso esfuerzo republicano no me ofreció siquiera la elección entre monarquía y república –¿qué se elegía en aquel referéndum?– sino que limitó mi horizonte a lo de siempre tras pregonar una transición que empezó no como vida sino como Sistema. Exactamente el de siempre. Laus Deo.