Martxelo Álvarez

Huamanga, Ayacucho, Puno, Perú

Conocí Ayacucho en 1989, en el periodo más cruento de la represión indiscriminada contra su población catalogada genéricamente de «terruca», «terrorista», por el Estado y sus uniformados.

«Huamanga plazapi bombacha tuqyachkan / Huamanga llaqtapi balalla parachkan / Huamangallay barriu yawarta waqachkan» (En la plaza de Huamanga están reventando las bombas / En la Plaza de Huamanga están lloviendo las balas / Los barrios de Huamanga están llorando sangre).

Cuando Carlos Falconí, quizás el más prestigioso compositor e interprete del alma musical ayacuchana, compuso este tema corría el año 1982 y los ecos de la realidad de la histórica rebeldía de la población de este departamento peruano se escuchaban ya con creciente potencia en Lima, capital y centro del poder institucional y político del país andino a donde día tras día llegaban las noticias de un creciente goteo de acciones armadas que no tardaría en convertirse en lo que se sería un conflicto interno que duró más de veinte años y más de 75.000 muertos, una gran parte de ellos en Ayacucho y zonas geográficas limítrofes, y cuyas consecuencias aún perviven en la memoria y también en la realidad: miles de personas desaparecidas, varios centenares de presas y presos políticos, miles y miles de víctimas olvidadas...

Pero si grave es esa actual pervivencia de las consecuencias de ese conflicto que enfrentó de forma armada y sin cuartel a los dos contendientes principales del mismo -el Estado peruano y sus FFAA y policiales y una buena parte de la población integrada o colaboradora en uno u otro grado en la guerra popular que había levantado desde 1980 el Partido Comunista del Perú, conocido como «Sendero Luminoso»– más grave es la pervivencia de las condiciones económicas, sociales y de falta de libertades democráticas plenas que son las que sirven para entender por qué el depuesto presidente peruano Pedro Castillo cosechó en Ayacucho el 70% de los votos y por qué una buena parte de la población se ha echado a las calles para protestar por el golpe de estado contra este haciendo frente como históricamente lo ha hecho a la también histórica violencia represiva del Estado peruano contra los reclamos de la población que en estas últimas semanas vienen mostrándose con una crudeza inaudita hasta el punto de que un medio de prensa como "El País Internacional" no tiene más remedio que hacerse eco de esa realidad diciendo «El pueblo de Ayacucho, el lugar más mortífero para los manifestantes de Perú. Durante las manifestaciones contra el nuevo Gobierno de Dina Boluarte han muerto al menos 10 personas, la mayoría de ellos sufrió impactos de arma de fuego en el tórax».

Sin magnificar ni mucho menos la figura de Pedro Castillo por la actitud que este ha tenido en los meses que ha gobernado, entendiendo también que su falta de concreción en las propuestas más allá de las palabras junto con su tibieza han fortalecido a los intereses que le han «dado el golpe» y les ha facilitado hacerlo debilitando a quienes planteaban una confrontación real y lo más unitaria posible con dichos intereses, si hay que reconocer que en estos momentos el sentir ayacuchano está en las calles contra ese «golpe» latiendo, aun salvando todas las distancias, de forma similar a como lo hizo en Huanta y Huamanga en 1969 o en la misma gestación durante años del proceso de guerra popular que tomaría cuerpo a principios de los años 80 del siglo pasado.

Conocí Ayacucho en 1989, en el periodo más cruento de la represión indiscriminada contra su población catalogada genéricamente de «terruca», «terrorista», por el Estado y sus uniformados. Conocí personas y testimonios y visité algunos de los lugares del horror. Sentí y admiré, como hoy lo sigo haciendo, esa dignidad que históricamente ha hecho realidad la estrofa que cierra el mismo huayno de Carlos Falconí y que subraya que «el ayacuchano, él no tiene precio / cuando hay peligro ofrenda el pecho / el ayacuchano, él no tiene precio / cuando hay peligro ofrenda la vida».

Y hoy los ayacuchanos nuevamente lo están haciendo, ofreciendo el pecho y también la vida. Y no se debería olvidar que Ayacucho ha sido históricamente un referente de rebeldía y de cambio, un indicador de lo que yace en ese Perú profundo y popular que también se ha hecho lucha y sangre en Puno y que hoy late en Lima, un indicador de una esperanza real y factible para los de abajo.

Algo a tener muy en cuenta.

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