Interrupciones
Lunes. Durante el fin de semana ha habido una especie de tregua; las noticias han sido más amables, pero amanece el lunes y hemos vuelto a las andadas, al sinvivir: quince monjas de Orduña rompen con el Papa y la Iglesia. Uno se imaginaba a esas hermanas dóciles, entregadas a la vida contemplativa, sin tiempo ni arrestos para decir ni esta boca es mía. Pero hete aquí que no, que las religiosas han dado un inesperado golpe en la mesa del obrador, donde con tanto amor preparan las rosquillas y las torrijas. Hasta Orduña y Belorado se han desplazado los periodistas con el colmillo afilado para saber qué se cuece intramuros y poder contarlo extramuros. Si el relato merece la pena acabaremos enviando una unidad móvil. Al parecer, un problema inmobiliario y un obispo excomulgado han interrumpido, han alborotado la piadosa y tranquila vida de las madres clarisas.
Martes. «Estamos interrumpiendo a Nekane y a Uxue, que seguro que se están contando algo muy importante», les he dicho al resto de sus compañeros para reclamar con una sonrisa silencio en la clase de 3. B. Sin embargo, y cada día estoy más convencido, soy yo quien les interrumpe a ellos; soy yo el elemento más disruptivo del aula. Me viene a la cabeza un ensayo que pone nuestra asignatura contra las cuerdas: "¡Silencio, comienza la clase de Lengua!", de Santos Guerra. Muere Alice Munro que sacaba en sus relatos chispas a lo cotidiano; a una frase, a una anécdota...
Miércoles. «Me voy a poner la boca «recuerdo como si fuera hoy que dijo papá en la mesa, peleándose con el lomo adobado». Era una frase que iba dirigida a mamá y que, sin embargo, interrumpió mi mañana, mi rutina. Papá se puso la boca. Al llegar a la edad de papá, muchos adultos «se ponían la boca». Fue algo, como la mano perdida de la tía Marisa, que marcó mi infancia. Algunos adultos de los que se ponían la boca lucían incluso algún diente de oro. Era un proceso engorroso, una especie de noviciado al final del cual te daban unos dientes postizos, impostados, impostores, como aquellos con los que Melquíades recuperaba mágicamente la juventud ante los asombrados habitantes de Macondo; una dentadura que por las noches se sumergía en un vaso de cristal y se dejaba, con toda naturalidad, en el baño o sobre la mesilla. Ponerse la boca era caro. No todo el mundo se podía permitir ponerse la boca; había un paso intermedio que era «arreglarse la boca»; como si estuviera averiada. Hacer un apaño para salir del paso.
Tengo algunas fotos de los años sesenta; de esas sobre las que «el tiempo –como decía Miguel Hernández− se ha puesto amarillo». Éramos una sociedad desdentada. Aquellas bocas lo explicaban todo. Luego te podías detener en la ropa, en el escenario, pero eran aquellas sonrisas defectuosas, cuarteadas las que escondían el mensaje; el detalle más elocuente.
Los dientes son nuestra parte mineral, nuestras piezas más insólitas. No es extraño que su aparición y pérdida se tiñan de ficción: ahí están el Ratoncito Pérez y la muela del juicio. Cada uno en una punta.
Por cierto, la madre de Gabriel Cruz ha tenido que enseñar los dientes al obsceno negocio del «true crime».
Jueves. Podólogo. En «Cachitos de hierro y cromo» salen Sting, La Pantoja y Aute. La mejor dentadura es la de Sting. Con diferencia. El horóscopo recomienda paciencia a los Tauro; mantener la boca cerrada a los Piscis. Las monjas cismáticas abren una cuenta en Instagram. Los trucos de David Copperfield; al parecer no todo era magia.
Viernes. Entra una nueva borrasca. Esta vez por las Azores. En First dates un tipo de Gran Canaria interrumpe continuamente a su compañero de mesa, un farero. No sabía que quedaban, que quedaran fareros... Juraj Cintula. Eslovaquia. Milei acaba de aterrizar.
Sábado. «Déjame hablar...», exige por teléfono una mujer en el metro. Cannes.
Domingo. Durante el fin de semana ha habido una especie de tregua, de interrupción; las noticias han sido más amables «Xavi, Mira Sidawi, el primer contrato de Messi, redactado en una servilleta de papel, el selfie que han subido las monjas díscolas... «Pero amanecerá el lunes y se volverá a liar. Sí, tengo miedo.
En fin.