Iruña-Veleia, mal vista, mal dicha
A finales del siglo XX, el médico australiano Marshall descubre que el causante da la mayoría de las úlceras gástricas es el helicobacter pilori (mal dicho, mal visto). Fue tal el rechazo que suscitó su descubrimiento en la comunidad médica (esta pensaba que la úlcera gástrica era provocada por la acidez gástrica: bien dicho, bien visto) que tuvo que inocularse él mismo el helicobacter, provocarse una úlcera y luego curarla con antibióticos. En 2005, le conceden el Nobel de Medicina y Fisiología.
Y es que la humanidad recibe –y recibirá– así, siempre, lo nuevo.
Como dice Samuel Beckett, famoso dramaturgo irlandés: «Lo nuevo siempre está mal visto y mal dicho». Es decir, lo nuevo siempre se dirá con nuevas imágenes, con palabras nuevas. Como afirmaba Einstein, toda invención se expresa metafóricamente en un lenguaje nuevo, de forma poética.
Íntimamente relacionados, lo mal visto pertenece al registro de lo imaginario (figura, imagen) y lo mal dicho al de lo simbólico (palabra).
La expresión «mal visto-mal dicho» es portadora de un doble sentido, conceptual y moral. Toda invención, en cualquiera de los campos del saber, es nueva, es novedosa; es creativa, es creadora. Por eso, en un primer momento, siempre estará mal vista: las nuevas imágenes en que se manifiesta lo nuevo rompen con el conjunto de representaciones que conforman nuestro imaginario, lo bien visto. Y es por eso que también estará mal visto, social y moralmente, ser partidario de lo nuevo; de ahí el inevitable rechazo inicial.
Así mismo, toda invención estará también siempre mal dicha porque los conceptos con los que lo nuevo se dice rompen con las palabras normales, con los términos al uso; con las palabras del saber enciclopédico.
Por eso, lo mal dicho tiene también una connotación moral negativa; lo mal dicho siempre será también maldito.
Y esto es y será siempre así porque, en un primer momento, tratamos de ver y de interpretar lo nuevo desde lo viejo; sin darnos cuenta que comprender lo nuevo nos exige un esfuerzo. Es decir, entender lo nuevo nos demanda un salto cualitativo, una decisión, una ruptura, siempre dolorosa, con lo viejo.
Dicho de otro modo, lo nuevo siempre rompe con el consenso establecido; es decir, introduce el disenso en las opiniones y saberes conocidos. Bien es verdad que lo que provoca el mayor disenso en un momento de la historia de la humanidad va a ser lo que concite luego el mayor consenso.
Veamos algunos ejemplos: en el siglo XVII, Galileo descubre el Heliocentrismo (la tierra gira alrededor del sol: mal dicho, mal visto), al que se oponían cerrilmente los partidarios del geocentrismo (el sol gira alrededor de la tierra: bien visto, bien dicho), liderados por la iglesia católica. A punto estuvo de ser ajusticiado por la Inquisición.
Darwin, en el siglo XIX, formula el evolucionismo (mal dicho, mal visto), al que se enfrentaron ferozmente los partidarios del creacionismo (bien visto, bien dicho), narrado en la Biblia, en el Libro del Génesis.
Dese la Grecia clásica hasta el siglo XIX, se creía que el infinito-Dios era impensable (bien visto, bien dicho); hasta que Cantor postula la teoría de los Números Transfinitos (mal visto, mal dicho). Su aportación concitó un rechazo radical. Hasta su propio maestro, Kronecker, le acusó de ser un «corruptor de la juventud». Hoy, la Teoría de Conjuntos se estudia en todos los centros educativos del mundo desde primaria.
En el siglo XIX, Marcelino Sanz de Sautuola descubre las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira (mal visto, mal dicho). Durante más de 34 años dijeron que se trataba de pinturas falsificadas (bien dicho, bien visto). La Iglesia católica consideraba que el hombre prehistórico (18.000 años a. de C) carecía de capacidad artística. Desde 1985, la cueva de Altamira es Patrimonio Mundial de la Unesco.
También en el siglo XX, Kandinsky formula y materializa los principios del arte abstracto (mal dicho, mal visto), sufriendo el rechazo radical de los partidarios de la pintura figurativa (bien dicho, bien visto). Sus detractores llegaron a romper y escupir en sus cuadros.
Schöenberg, en el siglo XX, crea la música atonal (mal vista, mal dicha), llegando a ser el compositor más odiado por los partidarios de la música tonal (bien vista, bien dicha).
Albert Einstein, el científico más importante del S. XX, es el padre de la Teoría de la Relatividad (mal vista, mal dicha). Cuando la comunidad científica, desde la Física Clásica (bien vista, bien dicha), cuestiona sus teorías, este responde: «¡Si yo estuviese equivocado, uno solo que, lo hubiese demostrado, habría sido suficiente! Hoy podemos decir que la mayor parte de los avances tecnológicos actuales se soportan en las teorías de Einstein. El alcance de sus descubrimientos es tal que algunos de sus principios están todavía por demostrar. Cuando sus teorías pasaron a ser «bien vistas y bien dichas», Chaplin le dijo una vez: «Me aplauden a mí porque todo el mundo me entiende, pero lo suyo es mucho más digno de respeto; todo el mundo le admira y prácticamente nadie le comprende…».
En fin, a finales del siglo XX, el médico australiano Marshall descubre que el causante da la mayoría de las úlceras gástricas es el helicobacter pilori (mal dicho, mal visto). Fue tal el rechazo que suscitó su descubrimiento en la comunidad médica (esta pensaba que la úlcera gástrica era provocada por la acidez gástrica: bien dicho, bien visto) que tuvo que inocularse él mismo el helicobacter, provocarse una úlcera y luego curarla con antibióticos. En 2005, le conceden el Nobel de Medicina y Fisiología.
Y es que la humanidad recibe –y recibirá– así, siempre, lo nuevo.
Por eso estamos convencidos de que, pronto, frente a los que sostienen la falsedad de los grafitos de Iruña-Veleia, se hará la verdad, sometiéndolos a la investigación de una comisión de expertos internacionales. Y solamente así los descubrimientos realizados –y por realizar– en esta ciudad romana, en esta joya arqueológica, pasarán a ser «bien vistos y bien dichos». Gracias, sobre todo, a las personas que están peleando por ello, poniendo en grave peligro su vida.