Iñaki Barrutia Arregi
Psicólogo clínico

La banalidad del mal y el imperialismo sionista

Hannah Arendt en su libro "Sobre la banalidad del mal" nos hace reflexionar sobre el papel de la responsabilidad individual en los actos de cada persona. La banalidad del mal, como concepto, afirma que personas capaces de cometer grandes barbaridades puede ser gente aparente y perfectamente normal. La racionalización de esas personas, aparentemente normales, que han participado en un mal colectivo como son los crímenes de guerra se basa en minimizar su acto, encuadrarlo en la obediencia y el cumplimiento de planes previamente trazados. Esta filósofa desarrolló este concepto estudiando las reacciones de Adolf Eichmann cuando fue juzgado en Jerusalén, como ejecutor eficiente del holocausto judío; su actitud era la de una persona sin el sentido de la responsabilidad y de sentimiento de culpabilidad tras la ejecución de miles de judíos.

En la actualidad este concepto de banalidad del mal debemos aplicar a los gobernantes sionistas del estado de Israel y a su estructura militar. Responsables de un lento y largo genocidio del pueblo Palestino encarcelado en el gueto a cielo abierto más grande que haya existido; responsables de crímenes de guerra en el campo de concentración de Gaza que supera los dos millones de habitantes.

La banalidad del mal nos explica que las personas responsables de esos crímenes de guerra necesitan racionalizar sus actos, evitar la disonancia cognitiva resultante de actos tan monstruosos. Una persona no puede mantener su integridad psicológica pensando que es un ser despreciable. Racionalizan el sentimiento de responsabilidad y de culpabilidad pensando que son el eslabón de una cadena sin poder de decisión; consideran que son parte de una cadena mucho mayor en la que hay personas por encima de ellos, que son los que deben rendir cuentas. Debemos entender al ejecutor de estos crímenes de guerra como una persona sádica, psicópata; y también como un simple ejecutor eficiente, como una marioneta banal, solo guiado por hacer lo que debía y por cumplir las órdenes que recibía. En determinadas circunstancias, el mal es el resultado de los actos de personas normales que se encuentran en circunstancias anormales. Personas temiblemente y terriblemente normales.

Estos son algunos ejemplos del pasado y del presente: los aviadores alemanes del escuadrón Cóndor que bombardearon Gernika, Adolf Eichmann como artífice eficiente del holocausto judío, miembros del gobierno sionista israelí y de su estructura militar; todos ellos responsables de crueldad y ensañamiento con civiles.

Estas consideraciones filosóficas se complementan con las aportaciones psicosociales de Henri Tafjel, cuando considera a la persona en sus tres diferentes identidades que difieren en su poder de abstracción: la identidad humana, la identidad personal y la identidad social. La identidad humana, que nos distingue a los seres humanos de los animales por la conciencia de inteligencia y de transcendencia; la identidad personal, que es la parte más idiosincrática, con elementos que creamos y son nuestros; y la identidad social con la que asumimos la pertenencia a unos grupos y la no pertenencia a otros grupos.

Estos tres niveles son funcionalmente antagónicos, cuando una identidad está activada las demás permanecen inactivas. En un contexto militarizado, policial, violento, la persona que ejecuta crímenes de guerra actúa desde su identidad social como militar. En ese contexto, la identidad personal, con mayor capacidad empática hacia las víctimas, está desactivada; la identidad social solapa y desactiva las demás identidades. La mente del militar, psicológicamente lobotomizado en su identidad social, bloquea la sensibilidad y la empatía de las otras identidades.

Cuando analizamos los horrores de los crímenes de guerra, debemos entender que no es la respuesta psicopática del ejecutor. Los responsables son también marionetas que parece que mandan, gobernantes dependientes, enajenados y ausentes de la cruel realidad. La gran cadena que desculpabiliza de los horrores que padecen las personas, niñas, ancianas y mujeres, sobre todo, tiene diferentes eslabones. El primer eslabón es el ejecutor, sádico o banal marioneta que obedece sin pensar y de forma eficiente; porque en el segundo eslabón está el instructor experto en enseñar a matar con eficiencia y el mínimo de gasto de munición, sean balas o bombas; en otro eslabón estarían los despachos gubernamentales donde se planifica anular la disidencia o la rebelión con múltiples estrategias, la mediática, la militar, la económica; finalmente, en el último eslabón, por encima del que diseña y planifica la estrategia global se encuentran los ideólogos de la represión y los crímenes de estado.

La estrategia de estos últimos, los ideólogos, es buscar estrategias cognitivas para soslayar la disonancia cognitiva en la que viven sus temiblemente y terriblemente normales soldados marionetas. Las estrategias más empleadas son la de deshumanizar a la víctima y en la estrategia genocida del sionismo israelí tenemos las declaraciones del ministro de Defensa Yoav Gallant que denomina a los palestinos «animales humanos». Otra estrategia es responsabilizar a la víctima del sufrimiento que padece: Netanyahu declaró que «Hamás ha abierto las puertas del infierno» anticipando la masacre que preparaban en el gueto palestino. Issac Herzog, presidente israelí, en sus declaraciones les define como monstruos, no humanos.

La ideología es importante para sustentar la represión y el ensañamiento, solo necesita un simple eslogan: el uno de octubre en Cataluña, la represión hacia personas, que simplemente deseaban votar, tenía el ensañamiento que nacía en los pueblos que despedían a su guardia civil al grito de «a por ellos»; y tenía una resonancia mediática que legalizaba las palizas a personas mayores, civiles indefensos y en resistencia pasiva a la imposición.

¿Cómo se explica el silencio de la UE ante este horror? Las marionetas no solo son simples soldados, también hay marionetas de alfombra roja, solas en su narcisismo y rodeadas de palmeros: gobernantes denominados progresistas, políticos de izquierda desorientados, con problemas de lateralidad ideológica; y las masas lobotomizadas por los medios de comunicación.

Se hace necesario reivindicar en las calles un nuevo juicio de Núremberg que juzgue los crímenes de guerra del imperialismo sionista y de los imperialismos pasados y presentes. Solo el pueblo salva al pueblo, y frente a la militarización de las sociedades, la organización y el activismo son más necesarios que nunca.

Cuando las leyes son injustas, la rebelión es justa.

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