La fachada
La conveniencia de un federalismo que, si se quiere honrado y verdadero, habrá que pactarlo con los catalanes, ya que federarse no equivale a recibir un don de rodillas sino a obtener lo pretendido con ejercicio de la propia voluntad soberana
Cuando se va de Maó a Ciutadella, en mi inolvidable isla de Menorca, y a pocos kilómetros de la ciudad episcopal, se divisa desde la carretera la larga fachada de un hermoso castillo. Detrás de esa fachada solamente hay el discreto edificio de una masía. Es decir, se trata de una fachada cinematográfica.
El pasado miércoles leí que el presidente en funciones del Gobierno de Madrid había rehabilitado, de cara a las próximas elecciones, la declaración del PSOE hecha en Granada el año 2013 y la declaración del mismo partido hecha en Barcelona el año 2017. En ambos manifiestos los socialistas españoles reconocían tres cosas: que Catalunya era una nación, que había que fortalecer el autogobierno autonómico catalán y que debía introducirse en la normativa legal la figura del federalismo.
Poco después el Sr. Sánchez quemaba esos documentos y declaraba que la sentencia del Supremo sobre los encarcelados del Procés –puro gesto imperialista– sería mantenida con todo rigor por su gobierno y que no cabía hablar siquiera de un posible indulto. Esta variación de la derrota socialista, como se dice en términos marineros, es la que ha suscitado en mí el recuerdo de la fachada de Menorca, que con su divertida vaciedad unas veces representa el poder inconsistente de una isla y, otras, la burla a la realidad. También cabría asignarle el deseo de guerra perpetua, que es la que los gobiernos de Madrid atizan contra Catalunya.
El 14 de octubre publiqué en estas mismas páginas y bajo el título “Ni honra ni barcos” un artículo que empezaba de la siguiente manera: «Como posiblemente no viviré cuando se hagan realidad todos o parte de mis augurios de hoy anoten esta fecha: 14 de octubre del 2019, fecha de la sentencia del ‘procés’; Catalunya ha ganado la batalla de su independencia, Europa se desentiende de España y el Sr. Sánchez ha perdido las elecciones».
Ya ha empezado la cuenta atrás para la comprobación del pronóstico. En primer lugar un regordete bailarín, el Sr. Iceta, secretario general del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), ha obligado al Sr. Sánchez a reconocer la existencia de la nación catalana, la necesidad de una Generalitat con autoridad de gobierno y la conveniencia de un federalismo que, si se quiere honrado y verdadero, habrá que pactarlo con los catalanes, ya que federarse no equivale a recibir un don de rodillas sino a obtener lo pretendido con ejercicio de la propia voluntad soberana. A «uno» no le federalizan; «uno» se federaliza. Otro engaño más, no; Sr. Sánchez.
De todas maneras bienvenido fuere ese federalismo. En estos días dedico horas a la lectura del opúsculo kantiano titulado “Sobre la paz perpetua”, en el que el brillante prusiano asegura que la guerra es muy difícil de neutralizar con la «razón pura» –pues los intereses de los gobernantes son insaciables–, pero que cabe reducirla sensiblemente con argumentos de la «razón práctica», como por ejemplo el federalismo. Según lo que leo, la práctica del federalismo absorbe energías que desvía del afán bélico. Algunos políticos que detestan la guerra no hacen más que construir federalismos –la Unión Europea vale como muestra– para enjuagar la apetencia bélica antes de que se convierta en una nueva sangría. Creo que usted me entenderá y quizá llegue a meditarlo respecto a la guerra permanente con Catalunya, en la que usted es Campeador.
Convengamos: España no precisa ni parlamentarios mal retorizados, ni militares heroicos, ni sotanas patrióticas, ni jueces a la letra, ni fuerza pública enfurecida… Lo que España requiere con urgencia es fósforo. En suma, que el nuevo paso dado por usted, Sr. Sánchez, recuperando de urgencia el federalismo para mí dudoso, puede dejarle la parte inferior de su espalda al aire si esta vez ha hablado verdad, pues se verán defraudados franquistas recoletos de Vox, que crujirán los dientes; andaluces reclamando la ayuda satánica para rescatar a su abofeteada líder; una Corona a punto de ser republicana por compromiso con un sospechoso juego federal y con unos vascos de boina azul bailando un «aurresku» para ir entrenando las piernas. Como dicen mis queridos habaneros para abrirse paso en el autobús: «¡Pasito alante, varón!».
Y ante todo eso tan manipulado, ¿qué haría, Sr. Sánchez, si torna a reprobar? Pues si vuelve para mentir, cambiar nuevamente de sentido el carro. Y decir entre llantos que prefiere la muerte política a traicionar a España. Para esparcir tal cosa tiene usted, Sr. Sánchez, un brillante cuerpo expedicionario de ministras perfectamente entrenado. Todo acontecería como si lo cantara Gardel en aquellos años en que el rey del tango enseñó a toda mi generación a ser vida en uno mismo y a adivinarla en los demás. Escuche, Sr. Sánchez: «Del barrio La Mondiola sos el más rana./ Y te llaman garufa por lo bacán./ Tenés más pretensiones que bataclana/ que hubiera hecho suceso con un gotán./ Durante la semana, meta al laburo./ Y el sábado a la noche sos un dotor./ Te encajas las polainas y el cuello duro/ y venés al centro de rompedor./ ¡Garufa, pucha que sos divertido!/»
Perdóneme Sr. Presidente en funciones, si le hablo medio en lunfardo, pero llevo esa lengua en el alma. Soy republicano a troche y moche y, por tanto, recobro mi libertad, tan machacada, en estos ensueños liberales en que no hay Constituciones, ni eurodiputados, ni CIAS, ni togas... Soy catalán porque allí levanté familia y tuve Mediterráneo «que cubre de azul/ las largas noches de invierno». A esos catalanes tranquilos, muy leídos y buenos huéspedes de quienes les visitan no se debe acorralar con policías y leyes. Sobre todo porque solo quieren ser catalanes ante un plato de «llagosta amb pollastre», pactado entre payeses y gentes de la pesca. Plato también federalista.