Eguzki Urteaga
Profesor de Sociología en la UPV-EHU

La inmigración en Francia: prejuicios y estereotipos

Como consecuencia del auge de la extrema-derecha en Francia, la cuestión de la inmigración se ha convertido en un elemento central del debate público galo.

El Hexágono conocería importantes flujos migratorios provenientes esencialmente del Magreb y de Africa subsahariana, el modelo de integración republicano habría fracasado estrepitosamente, los inmigrantes «robarían el empleo» de los autóctonos y la población inmigrante se «aprovecharía» del sistema de protección social. Estos estereotipos se han difundido paulatinamente en la sociedad francesa y su apropiación por la derecha republicana, representada por la UMP y encarnada durante un largo periodo por Nicolas Sarkozy, ha normalizado y legitimado ese discurso, dando lugar a un incremento de las declaraciones y actitudes racistas. No en vano, estos prejuicios carecen de fundamento científico como lo demostraremos a continuación.

En primer lugar, desde los años 2000, Francia concede 200.000 permisos de residencia cada año. En 2011, estas entradas representan el 0,33% de la población francesa, es decir una de las proporciones más bajas de los países de la OCDE. Como lo subraya Laurent Jeanneau, Alemania acoge a 300.000 extranjeros y el Reino-Unido a 320.000. Más aún, si tenemos en cuenta el saldo migratorio, es decir la diferencia anual entre los entrantes y los salientes, éste se sitúa en 54.000 personas en 2012. Es tres veces menos que en los años sesenta cuando la población francesa era menor. Asimismo, el saldo migratorio es cuatro veces y medio más débil que el saldo natural, es decir la diferencia entre los nacimientos y los fallecimientos ya que la inmigración solo contribuye en un 16% al incremento de la población francesa frente al 70% en los demás países de la Unión Europea. En total, el Hexágono cuenta con 5,5 millones de inmigrantes, lo que representa el 8,5% de la población total.

En segundo lugar, una fuerte proporción de la población inmigrante residente en Francia proviene de Europa (37%). Se trata de una inmigración relativamente antigua dado que el 90% de estas personas se han establecido en el territorio galo desde hace más de 10 años. Se le añade una inmigración africana (43%), igualmente antigua y proveniente ante todo de Argelia y Marruecos. La mayoría de estos inmigrantes se han desplazado a Francia durante los años cincuenta y sesenta para participar a la reconstrucción del país que había sido parcialmente destruido durante la Segunda Guerra Mundial. Obreros del sector industrial, se han enraizado tras componer una familia. Alrededor del 20% proviene de América latina y Asia, sobre todo de las antiguas colonias tales como Camboya, Laos o Vietnam. Esta población pertenece, lo más a menudo, a las categorías desfavorecidas, ya que está sobre-representada entre los obreros no cualificados y su nivel de cualificación es generalmente bajo.

En tercer lugar, el modelo de integración republicano funciona razonablemente bien como lo demuestra el hecho de que la gran mayoría de los inmigrantes se reconocen como miembros de la sociedad francesa. Según una encuesta del INSEE realizada en la región parisina, el 61% de los inmigrantes se sienten franceses y esta proporción alcanza el 90% entre los descendientes de inmigrantes. En ese sentido, el repliegue comunitario y religioso de algunas minorías, residentes lo más a menudo en suburbios desfavorecidos y afectados por el fracaso escolar, el desempleo masivo y la inseguridad galopante, no deben ocultar este hecho. Como lo indica Louis Maurin, existen numerosos indicios de integración de la población inmigrante como el hecho de que cerca de la mitad de los inmigrantes estén casados con una mujer originaria de otro país; más de la mitad de los inmigrantes residentes en Francia desde al menos 15 años ha adquirido la nacionalidad francesa; el 68% de los inmigrantes tienen un ‘buen’ o un ‘muy buen’ dominio del francés; y la tasa de fecundidad de las mujeres inmigrantes converge rápidamente con la de las mujeres autóctonas.

En cuarto lugar, se pretende a menudo que los inmigrantes «roban el trabajo de los franceses». En realidad, los inmigrantes participan a la creación de su propio empleo, en la medida en que, si la llegada de inmigrantes aumenta la demanda de empleo, tiene igualmente un impacto sobre la oferta porque los inmigrantes y sus familias consumen. Contribuyen también, y de manera significativa, a la renovación del tejido productivo creando nuevas empresas. Además, la competencia entre inmigrantes y autóctonos es limitada ya que los primeros aceptan empleos que los segundos no quieren ocupar. La fuerte segmentación del mercado laboral galo es la mejor prueba de ello. Así, los inmigrantes están sobre-representados en los sectores de la hostelería, la limpieza y la seguridad.

En quinto y último lugar, si reciben más prestaciones sociales que los autóctonos, se debe a sus características socioeconómicas sinónimo de bajo nivel académico, origen social modesto y mayor proporción de familias numerosas. Como apunta Laurent Jeanneau, es lógico que perciban estas prestaciones en la medida en que pagan sus impuestos y cotizan a la Seguridad social. Al contrario, los inmigrantes pesan menos que los nativos sobre el gasto sanitario y en las pensiones ya que tienen mayoritariamente entre 25 y 50 años y son activos. Contribuyen a la financiación del sistema de pensiones mientras que pocos extranjeros de benefician de él. Además, incluso cuando llegan a la edad de jubilación, se benefician menos que los autóctonos de su pensión en la medida en que han ejercido profesiones penosas y su esperanza vital es menor. A su vez, recurren menos al médico que los franceses, bien porque están menos enfermos, bien porque son reticentes a acudir al médico.

En definitiva, lejos de tratarse de una inmigración masiva, proveniente exclusivamente países de confesión musulmana, que emigraría a Francia para beneficiarse del sistema de protección social y que sería reticente a cualquier forma de integración cultural, los datos demuestran que los flujos migratorias a destinación del Hexágono son bajos, que el modelo de integración republicano funciona razonablemente bien y que se trata de una inmigración de trabajo que, además de ser contribuyente neto, fortalece el tejido empresarial, la creación de empleo y la demanda interna.

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