Raúl Zibechi
Periodista

La peligrosa impotencia de Washington

En este momento la impotencia de Estados Unidos tiene varias aristas, que conviene repasar para comprender la magnitud de su decadencia.

Hubo períodos de la historia reciente, en los cuales las autoridades de los Estados Unidos tenían la capacidad de imponer sus políticas en todo el mundo. De modo muy particular en América Latina, donde desde finales del siglo XIX fue cobrando forma lo que se conocería como «patio trasero». Hubo una seguidilla de intervenciones militares (algunas de ellas «solo» para cobrar deudas), golpes de Estado, sabotajes y las más variadas formas de intervención, desde las más brutales a las relativamente sutiles, para imponer sus intereses.

Además de las acciones armadas de Estados Unidos, sufrimos muchas otras que cayeron en el olvido, como el bloqueo de las costas de Venezuela entre fines de 1902 y principios de 1903 por las marinas de guerra del Imperio Británico, el Imperio alemán y el Reino de Italia. El bloqueo naval de los puertos venezolanos perseguía cobrar deudas ya que el país no podía afrontarlas. En aquel momento Estados Unidos apoyó a Venezuela; como potencia en ascenso quería afirmar sus áreas de influencia.

Aquel episodio se saldó con el «Corolario Roosevelt», que alteró la Doctrina Monroe para América Latina en un sentido más regresivo aún si cabe, formulado por el presidente Theodore Roosevelt ante el Congreso de su país, el 6 de diciembre de 1904. El documento afirma que si un país de América Latina y del Caribe ponía en peligro propiedades, ciudadanos o empresas estadounidenses, Washington podía intervenir para restablecer los derechos supuestamente violados.

Fue el período de las intervenciones militares en Centroamérica y el Caribe, que llevaron al control militar de Cuba y Puerto Rico y a la ocupación militar de Haití en 1915, que se prologó hasta 1934, casi veinte años. A lo que debe sumarse la ocupación militar de Nicaragua entre 1912 y 1933, de Panamá, República Dominicana y Honduras, siempre con la excusa de defender empresas bananeras, azucareras y otras de capital estadounidense.

Ese intervencionismo imperial, en su época temprana, fue teorizado por el periodista y geopolítico Nicholas Spykman, en la década de 1940, cuando publicó sus libros "La geografía de la paz" y "La estrategia de Estados Unidos en la política mundial, los Estados Unidos y el equilibrio de poder".

En sus trabajos, comentados por el cientista político brasileño José Luis Fiori, Spykman divide América Latina en dos regiones: una «mediterránea», por el Mare Nostrum, integrada por el Caribe, México, América Central y, además, Colombia y Venezuela. La otra es América del Sur, debajo de los dos países mencionados. En la primera región, Spykman sostenía que «la supremacía de Estados Unidos no puede ser cuestionada», porque el Caribe es un «mar cerrado» cuyas llaves le pertenecen y esos países «quedarán siempre en una posición de absoluta dependencia de los Estados Unidos» ("Sin Permiso", 16 de diciembre de 2007).

La cita se justifica porque muestra en negro sobre blanco lo que sucede ahora: la tremenda impotencia de Washington en el que fuera su patio trasero, que fue evidente esta misma semana cuando Juan Guaidó intentó arrastrar a las fuerzas armadas a un levantamiento contra el régimen chavista.

En la mirada geopolítica de Spykman, el personaje intelectual más influyente en la política exterior de Estados Unidos, el verdadero problema para la hegemonía norteamericana saldría de América del Sur, en particular por una eventual alianza entre Argentina, Brasil y Chile, a la que denominaba «región del ABC». Si estos países se unieran o coordinaran sus políticas, podrían poner en cuestión la hegemonía de Washington y debería recurrirse a la guerra.

En esta región sabemos desde la Colonia, que los imperios se esforzaron en enfrentar sobre todo a Brasil y Argentina, política que siguieron España y Portugal, luego Inglaterra y hasta hoy Estados Unidos. Por eso la Unasur, o incluso un Mercosur que no se quede en mera integración aduanera, fueron visualizados como peligros a desmontar por la diplomacia yanqui.

En este momento la impotencia de Estados Unidos tiene varias aristas, que conviene repasar para comprender la magnitud de su decadencia.

La primera es la incapacidad de poner orden en la región. No pueden desatar una guerra contra Venezuela, ni siquiera intervenir por intermedio de otras naciones, como sería el caso de Colombia. Luego de los fracasos en Siria, Afganistán e Irak, simplemente no están en condiciones de invadir con sus marines.

La segunda es que Brasil se niega a apoyar una acción militar contra Venezuela. Aunque sus militares desean la caída de Maduro y el fin del régimen chavista, saben que no les conviene enviar al Ejército porque tendría graves consecuencias internas, sobre todo económicas y sociales. Por muy reaccionarios que sean, los militares brasileños son autónomos respecto al Pentágono y ponen por delante sus intereses.

La tercera es que Washington no tiene un plan B. Entre otras razones, porque tiene otras prioridades en un mundo que ya no domina: China, por ejemplo. Siendo el primer productor mundial de petróleo, su principal guerra es la contención comercial del dragón asiático.

La cuarta es que ya no tiene tantas fuerzas locales subordinadas, como tuvo a lo largo del siglo XX. Si bien hay pocas fuerzas enfrentadas a Estados Unidos, también hay pocas que se le subordinen sin más. El rasgo que predomina en la región latinoamericana, es la inestabilidad política, económica y social, y este hecho debilita a las elites alineadas con Washington.

Lo anterior no quiere decir que Estados Unidos no sea una potencia peligrosa ni que vaya a permanecer de brazos cruzados. Desde 2002 por lo menos, cuando el fallido golpe contra Chávez, viene pergeñando la forma de poner fin al proceso chavista.

La memorable chapuza del 30 de abril, enseña la incapacidad de los inquilinos de la Casa Blanca, que en vez de aceptar la realidad, urdieron una movida que llenaría de vergüenza a sus antecesores (los golpistas de los años sesenta y setenta). Vendrán más acciones desestabilizadoras, quizá mejor preparadas que la precedente.

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