José Mari Aiarzaguena
Médico de familia jubilado

La salud no tiene valor

Invertir en enfermedad, con la clientela asegurada, es un gran negocio. Michael Porter en 2006, definió la Medicina Basada en valor como el «Resultado de salud logrado por dólar gastado». Osakidetza acaba de publicar su estrategia de futuro: Estrategia de Valor en Osakidetza. El ente se enfoca, siguiendo la propuesta de Harvard Business School, a enfermedades «con potencial prometedor de reducción significativa de costes» y con «mejora de resultados rápida» (se mide en meses, no en años o décadas).

¿Qué ocurre entonces con aquellas intervenciones realizadas en atención primaria necesarias para promover y cuidar la salud de los ciudadanos, en las que no se puede ahorrar o que producen resultados a largo plazo? Se olvidan las evidencias epidemiológicas que muestran la tremenda disminución de la carga de enfermedad y muerte, a largo plazo, asociada a la promoción de hábitos de vida saludables y el control de factores de riesgo... Niegan el valor de la prevención, la promoción... iniciando su estrategia con la persona ya enferma. Niegan también el valor de aquello cuyos resultados no saben medir. ¿Cuál es exactamente el valor añadido que tiene escuchar, explorar, explicar, negociar, facilitar la adaptación a las enfermedades y mejorar la calidad de vida de los enfermos, abordar los determinantes biopsicosociales de la salud de los ciudadanos..., respecto a no hacerlo? Mucho más fácil describir y calcular el valor de una intervención de cadera, la resección de un tumor, un cateterismo, etc. ¿Quién niega hoy en día el valor de cuidar la salud de nuestros bosques, reforestar nuestros montes, aunque sepamos que no tendremos resultados a corto plazo?

Eliminado el enfoque a la salud integral, los médicos de familia (especialistas en salud) pierden su razón de ser. De hecho, con la creación de las Organizaciones Sanitarias Integradas (OSIs) se les convirtió en especialistas de segunda categoría en enfermedades. Seguirán envolviendo su producto, la enfermedad, con el papel de regalo basado en el ensalzamiento y la defensa de la salud integral, biopsicosocial. Ahora se trata de que las médicos acepten su nuevo rol. Conseguido esto, sustituirán nuestra especialidad en salud por la de médicos de segunda categoría en enfermedades, que sepan un poco de todas ellas, lo suficiente como para dirigir correctamente los pacientes a los verdaderos especialistas en enfermedades. Al eliminar la salud, su periodo de formación podría disminuir de los cuatro años actuales a dos o incluso, como ya se está haciendo en algunas comunidades de España, eliminar la obligatoriedad de especializarse para trabajar en atención primaria. ¿Distopía? Al tiempo.

Cuando nuestros políticos y gestores celebraban el pasado año esta involución, en el 40 aniversario de Osakidetza la envolvían con el anestésico papel de regalo del lema “Salud para todos”, cuando en realidad estaban aplaudiendo la victoria de la salud enfermiza (centrada en la enfermedad) y la consiguiente defunción de la salud integral. Ahora los cambios estructurales vinculados a la estrategia de valor aseguran, todo atado y bien atado, que Osakidetza navegue durante muchos años en el obsoleto modelo de atención bio-médico, en la trasnochada dicotomía cuerpo/mente y en un ruinoso modelo de atención centrado exclusivamente en la enfermedad. Modelo que no permite empoderar a las personas para la autogestión de la salud, ni entender sus motivos de consulta cuando acuden a atención primaria. Eso sí, con este modelo, el tiempo de consulta en Atención Primaria se reduce, y los pacientes salen como churros. Todo ahorro.

¿Cómo vamos a empoderar y consensuar un plan de salud integral con el paciente, incluyendo la dieta, ejercicio, abandono de hábitos tóxicos, descanso, hobbys, relaciones... sin tener en cuenta los determinantes individuales, familiares y sociales de la salud, sus preferencias, creencias, apoyos, situación laboral, economía, educación, vivienda...? ¿Cómo vamos a poder entender lo que pasa en nuestras consultas sin tener en cuenta los factores psicosociales de la persona, que tanto influyen en nuestros procesos de salud y de enfermedad? Como muestran muchos estudios, incluidos los nuestros ("Br J Gen Pract.", 1998), estos pacientes no entendidos, volverán y volverán, acudirán a urgencias, a medicinas complementarias, alternativas, se trasformarán en hiperfrecuentadores del sistema biomédico, por la incapacidad de ese modelo biomédico para entender los síntomas, que aparecen en diferentes órganos a consecuencia de procesos fisicoquímicos provocados por las emociones, generadas por factores psicosociales. Lo que no se detecta se perpetua.

Pero la utilización del modelo biopsicosocial de salud en las consultas de atención primaria genera un problema: requiere consultas presenciales con tiempo suficiente. Y nuestro tiempo no tiene valor, y nos lo quitan. La reducción de costes y la estrategia de optimización del sistema solo es viable si la estrategia de valor se centra en la salud y el ciclo comienza con la aplicación de las estrategias de promoción de la salud, prevención de la enfermedad, empoderamiento, trabajando a nivel individual y comunitario y cuando estas estrategias fallan, y la persona enferma, continuamos con su propuesta de valor centrada en la enfermedad.

Hay cosas que no se valoran hasta que las perdemos.

Sabemos que hay otra forma de hacer las cosas. Mantengamos la salud integral como un derecho social y universal, y no como un negocio. El modelo biopsicosocial exige invertir en salud y en atención primaria para conseguir contratos estables que posibiliten conocer a tu cupo de pacientes, un máximo de 20 consultas al día, casi todas presenciales, y con tiempo suficiente, no menos de 15 minutos por consulta, y tiempo en horario laboral para reuniones organizativas de equipo, formación/docencia e investigación.

A remar todas juntas para redirigir Osakidetza rumbo a la salud.

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