Los Caídos, Maravillas y las historias de nuestros abuelos
Crecimos entre las historias de nuestros abuelos y abuelas, hijos o hijas de asesinados, que nos contaron por qué a nuestro pueblo se le conoce como el pueblo de las viudas. Desde que tenemos memoria, cada 14 de abril bajamos puntualmente, entre cantos, flores y banderas, al cementerio de Sartaguda.
Aprendimos historia con las canciones de Fermin Balentzia y gracias a ellas nos hicimos amigas de Maravillas. Nos empapamos bajo la lluvia en la inauguración del Parque de la Memoria. Ese día de mayo de 2008, mientras aún íbamos a la ikastola de Lodosa o dábamos el paso para pasar al instituto de Lizarra, nos dimos cuenta de que en este pueblo la memoria lo permea todo.
Nos sentimos interpeladas por la canción de Berri Txarrak, «Norbaitek oroituko ditu etorkizunean...», porque entendimos que ese «norbaitek» éramos nosotras y ese «etorkizunean» era nuestro presente. Y así, fuimos haciéndonos preguntas y dando sentido a las historias de los abuelos y abuelas. Revisamos las estanterías de nuestras casas y descubrimos que las páginas de aquellos libros estaban escritas con las palabras, llantos y silencios de nuestros abuelos y abuelas. Que en algunas de aquellas líneas lucían las esperanzas de jóvenes que soñaban con una Sartaguda mejor en un mundo más justo y en otras se escondía el terror de quienes se creían amos del pueblo y querían detener el curso de la historia.
Teníamos curiosidad. Nuestras ganas de saber se encontraron con la necesidad de contar que los hijos y las hijas de las viudas seguían teniendo casi ochenta años después. Llamamos a muchas puertas y estas se abrieron como se abren los libros. Hablamos, entre otros, con Julio «Bomba», con la Tere, con Paz y Progreso, con la Mari, con Faustina y Gabriela, con Hermino y Agustín. Y por supuesto, con nuestros abuelos. Escuchamos voces que hoy ya se han apagado y recogimos sus testimonios para que nunca se pierdan. Hoy están a buen recaudo, en los fondos de la UPNA o en la serie "Hezurren Memoria", de Hamaika Telebista. Tuvimos la suerte de recibir lecciones de historia en primera persona. Gracias a ellas, aprendimos que sus padres, nuestros bisabuelos, eran personas comprometidas y sobre todo, eran alegres. Por eso, cuando en el carnaval rural de Sartaguda nos vestimos de viudas y gritamos «Torrijos sutara!», nos recorre la rabia por el dolor impuesto a nuestras abuelas, pero también la alegre rebeldía con que sus padres plantaron cara a las injusticias.
Viendo las fotos de las hermanas Moreno Garatea supimos que nuestros abuelos, padres y tíos habían madrugado para buscar los restos de los suyos. Supimos que en otros pueblos riberos habían picado la misma tierra, igual de dura, igual de castigada, hasta encontrar huesos, semillas y suelas de alpargata. Sentimos el humilde orgullo de saber que, mientras en otros lugares se pactaba el olvido, en Navarra se adelantaba varias décadas el reloj de la memoria. Las exhumaciones tempranas permitieron que, antes de que nosotras naciésemos, descansaran al fin, justos, los huesos de esos olvidados a los que canta Pedro Pastor.
Hace algo más de un año, nos preocupamos cuando en el Parque de la Memoria la escultura de Nestor Basterretxea apareció rayada la expresión «¡Viva Franco!». Podía ser un ataque político de nostálgicos organizados, pero más bien, parecía ser una gamberrada de alguien que pasaba por ahí. Y esta posibilidad lo hacía aún más inquietante. No habían escrito «Tonto el que lo lea», habían escrito un lema concreto en un lugar señalado. Y eso nos llevó a pensar que hay un discurso negacionista de los crímenes fascistas y apologista de las ideas totalitarias que está permeando en capas cada vez más amplias de la sociedad y sobre todo, de la juventud. Aquí y en el resto del mundo.
En Italia, el gobierno Meloni se ausenta de los principales homenajes a las víctimas de las matanzas del nazismo en el 44 y cierra las puertas de la televisión pública al mensaje antifascista de Antonio Scurati, uno de sus escritores más reconocidos. En el Estado español, las tijeras y motosierras de las derechas se han empleado en los últimos meses en recortar, revertir y derogar los avances en políticas de memoria. La foto rota de Aurora Picornell en el Parlament Balear o la invisibilización de los mapas de fosas en otras comunidades son dos ejemplos. En Alemania, que votará en pocos meses, las encuestas sitúan en segundo lugar, con cerca del 20% de votos, a un partido que minimiza el nazismo («un periodo de 12 años en un Reich milenario») y cuyo candidato a las elecciones europeas se vio forzado a dimitir por decir públicamente lo que muchos de sus miembros piensan en privado («no todos los miembros de las SS fueron criminales»).
La lista podría seguir con Trump, Orban, Milei o Le Pen. Las derechas más extremas no solo avanzan, consiguen mover en su dirección los marcos de debate. Los recortes en políticas de memoria vienen acompañados de recortes en derechos y libertades para mujeres, personas migrantes, trabajadores y trabajadores o la comunidad Lgtbi. Este es nuestro tiempo y nuestro contexto. Por eso, en este pequeño pueblo a orillas del Ebro, donde nos emocionamos cada año cuando vemos como el programa Escuelas con Memoria de Gobierno de Navarra llena el Parque de la Memoria de estudiantes, hemos celebrado, por su valor simbólico y su potencial pedagógico, la noticia de que el Monumento de los Caídos se va a convertir en el Centro de Interpretación Maravillas Lamberto.
Es difícil no emocionarse al saber que Maravillas, esa niña de Larraga asesinada por los fascistas y que convertimos en amiga gracias a las canciones de Fermín Balentzia y Berri Txarrak, va a tener un lugar en el centro de Pamplona. Es difícil no celebrar al saber que en el entorno de las criptas en las que hasta hace poco se alojaban los restos de Mola y Sanjurjo, se va a alojar en un espacio para la divulgación de una memoria antifascista que se quiere proyectar al futuro. Llamarlo justicia poética es quedarnos cortas.
No todo el mundo ha podido empaparse de Memoria como lo hemos hecho en Sartaguda. No todo el mundo ha tenido la suerte de aprender la historia en primera persona. Y por desgracia y por naturaleza, justo ahora, en un tiempo y un contexto en el que son más necesarias que nunca, sus voces se han ido apagando y van faltando. Por eso, un proyecto de estas características, que busca aprender de la historia y comprender el presente, así como prevenir el futuro desde la pedagogía memorialista, no solo supone la deconstrucción simbólica de un edificio cuya larga sombra de humillación se extiende a todos los rincones de Navarra, sino que supone una buena razón para volver a sentir el humilde orgullo de saber que Navarra, como ya hiciera hace más de cuarenta años con las exhumaciones tempranas, vuelve a adelantar el reloj de la memoria.
Hace años nos sentimos interpeladas por aquel estribillo de Berri Txarrak. «Norbaitek oroituko ditu etorkizunean». Nos despertó la curiosidad. Nos hizo sentirnos parte. Ahora esperamos que este Centro de Interpretación haga el coro a aquella canción e interpele a otras generaciones. Alguien recordará todo aquello en el futuro y lo hará en el centro de Pamplona, proyectando su sombra a todos los rincones de Navarra. Alguien recordará todo aquello, para que nunca se olviden aquellas historias que nos contaron nuestros abuelos y abuelas.
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