Los elogios del Sr. Draghi
Si España no fuera resultado de la conjunción de quienes depredan y de aquellos que lo ignoran todo, el reciente elogio que el Sr. Draghi ha hecho de la política económica del Sr. Rajoy contaminaría de mistificación esa política como política de la obediencia debida y destruiría las últimas defensas electorales del jefe del Gobierno español.
El Sr. Draghi ha dicho que España es, en el marco europeo, ejemplo de una correcta política laboral y presupuestaria. Repasemos esta política: empleos inestables, salarios de miseria –que se van alejando rápidamente de la media europea–, paro elevado y con corrección imposible dentro del modelo social en vigor, privatización de los recursos públicos, deuda libre y privada extenuante si la comparamos con la capacidad de pago de la misma, legislación de «orden público», destrucción sindical, entreguismo a las «familias» capitalistas internacionales, lenguaje fascista sobre el crecimiento –¿en qué consiste realmente el crecimiento?–, recortes graves en salud y educación, democracia orgánica… Al fondo de todo esto se yergue la gran pregunta: ¿los actuales cálculos que tratan de subrayar una cierta recuperación de España se hacen sobre variantes financieras y fiscales o se elaboran teniendo en cuenta los valores sociales? No es lo mismo que los bancos mejoren su capacidad de resistencia, que esa mejora llegue con fuerza a los ciudadanos. No es lo mismo un recuento estacional del empleo, que una consolidación social y productiva de ese empleo. No es igual ese manejo colosal de dinero que aflora ante las elecciones que lo que racionalmente produce una economía real.
¿Pero quién es realmente el Sr. Draghi, una especie de «capo» o un economista sensible a las apremiantes necesidades de la mayoría? Parece visible que se trata de un italiano injertado por la savia «familiarista» que recibió en su paso decisivo por la inversora Goldman Sachs, una de esas entidades que anudan lo público con lo privado mediante el torniquete de las privatizaciones, política que el Sr. Draghi impuso radicalmente cuando fue presidente del Comité de Privatizaciones en Roma y que dio origen al periodo de mayor corrupción que ha conocido la ya tradicionalmente corrompida Italia. El Sr. Draghi entró a saco en las poderosas empresas públicas italianas que traspasó al ámbito privado por un importe de 108.000 millones de dólares. Entre lo privatizado figuraba, por su relevancia social, el fondo inmobiliario del IRI (Instituto para la Reconstrucción Industrial), que quedó íntegramente en manos de Goldman Sachs, lo que quizá explique muchas cosas posteriores en la biografía del actual presidente del Banco Central Europeo. Quienes han crecido en esas instituciones no suelen olvidar su paternidad.
Sumariamente tal es la biografía de este italiano, duro, frío y entregado a la política preeminentemente norteamericana de sumisión a lo privado. Pues bien, desde la plataforma sobre la que ahora asienta su poder europeo el Sr. Draghi ha emitido su elogio pro-electoral del Sr. Rajoy, convertido en el piloto de la radical derecha española, de la que extrae la gente «normal» que, según el habitante de la Moncloa, integra las candidaturas del PP de cara a las próximas elecciones autonómicas y municipales.
Todo esto necesita una aclaración acerca del ideario español predominante. De nuevo el caudillismo. Si no se acepta esta tendencia fascista como motor de la España profunda e invariable no es entendible que las dos figuras que protagonizan la alta dirección ideológica del mecanismo político español, los Sres. Aznar y González, hayan reaparecido para reflotar al Partido Popular y al PSOE. Dos nombres que han reducido el juego político español a una común edificación sistémica. Sin ese fondo caudillista tampoco es comprensible que un hombre como Rajoy pueda contar aún con una audiencia, aunque sea fluctuante, a la que exponer como una victoria la entrega de España a intereses antisociales.
En uno de los pequeños papeles que publico todos los domingos en la última página de GARA relataba que un inmigrante latinoamericano, que lleva varios años en paro, defendía el voto para el Sr. Rajoy porque «nos está sacando del atolladero». No aduje nada en contra porque cada vez que ensayo una crítica negativa acerca del Gobierno actual el fontanero aprieta los labios y masculla que lo único que deseo es el regreso del comunismo, «pese a todos sus horrores». Es decir, que este obrero que no encuentra más que un esporádico trabajo limpiando los cristales de unos grandes almacenes ha llegado a la conclusión sorprendente de que únicamente la derecha radical tiene en su mano la salvación del mundo. Me estremece cada día que trabajadores con salarios, si hay suerte, pendientes de un hilo y largos periodos de paro abreven en la esperanza de que el neocapitalismo arrasador sea la única concepción social admisible.
Convencimientos de este carácter quedan de relieve con sucesos como la muerte de Galeano, que ha sido menospreciada con un profundo olvido en la calle y atendida únicamente por comentaristas de retórica variopinta y que de vez en cuando necesitan un bautismo en el Jordán. «Las venas abiertas de América latina» hubiera tenido que ser obra de permanente lectura militante, porque el mundo denunciado en ella sigue siendo herida abierta ¿Qué habrá que hacer para inyectar vida cálida y fecunda en la ciudadanía que habita la calle? ¿En qué lenguaje habrá que trasmitir que movimientos éticamente revolucionarios como el griego o algunos en Latinoamérica hay que participarlos con todos los dolores que puedan acompañarlos? Las venas de la clase trabajadora siguen abiertas y aún nos permitimos hablar de esa brutal hemorragia con un lenguaje rectoral ya invalidado clamorosamente por las obras que con él se acontecen. Decía un senador romano a otro que iba a castrar a sus esclavos utilizando la habitual castañuela de las dos piedras entre las que se situaban los testículos: «Sobre todo evita cogerte los dedos, que es muy doloroso». Me pregunto si al Sr. Draghi es el único riesgo que le preocupa de la acción política del Sr. Rajoy.
El lenguaje político ha sido reducido a una primariedad alarmante. Es un lenguaje de afirmaciones sintéticas que no se acompañan de ninguna clase de razonamiento crítico. Este lenguaje, creado para producir vértigo en el ciudadano honrado que trate de abandonarlo, se genera en el seno de la minoría poderosa y se transmite sin el más mínimo pudor. Incluso la gran mayoría de los partidos que se presentan como enfrentados al Sistema acaban por utilizarlo ante el temor de quedar fuera del cuadro institucional del todo neoliberal. La sencillez revolucionaría les produce escalofríos. Habría que poner en vigor el lenguaje de «nosotros» frente a el de «ellos». La tendencia del Sistema a vigorizar como único el lenguaje del poder es una tendencia esclavista. La única elegancia moral que se puede conceder al adversario es ser su adversario.