Los nazis, «Argentina 78» y la culpa
El fútbol siempre se llevó bien con la política. Uno de los casos más notorio de convivencia fue el choque entre las selecciones de fútbol de Inglaterra y Alemania celebrado el 4 de diciembre de 1935 en Londres. Para aquella ocasión, el Gobierno nazi organizó el desplazamiento de 10.000 aficionados que desplegarían el saludo durante el encuentro. A los nazis lo que les interesaba del deporte era su capacidad como arma de manipulación. Los grandes acontecimientos deportivos eran la ocasión idónea para inocular su ideología entre las multitudes. Esos espectáculos de masas eran una forma ideal de buscar el apoyo de una mayoría que todavía no tenían. Pero el mayor acontecimiento de politización nazi a través del deporte fue la organización de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Sin embargo, un joven prodigio negro surgido del sur profundo de Estados Unidos Jesse Owens, con cuatro medallas de oro, hizo añicos el sueño de la supremacía atlética aria.
Para nuestros “nazis” de andar por casa el fútbol también se convirtió en un acontecimiento político de profundo impacto ideológico a comercializar dentro y fuera de nuestras fronteras. Desde este enfoque se estrena la serie “Argentina 78”, un repaso riguroso sobre el Mundial.
Desengañémonos, fuimos la fiesta pública de un genocidio en la sombra. Cada pérdida, cada ausencia, merece un duelo eterno del fútbol argentino. Una hipérbole de realidad cementada en un entusiasmo colectivo legítimo e inducido, alcoholizado de fútbol, de patria, de nación y de bandera. Un régimen de sangre y fuego, basado en un terrorismo de Estado criminal, de violencia extrema, de fanatismo y de crueldad homicida.
Aquello fue el principio de la nada. Un tiempo quieto y vacío. Un espacio inhabitado, invisible. Un paisaje sin imágenes y un silencio pegajoso, de tumba abierta. A pesar de su inocencia, aquel fútbol continúa atrincherado en su gestión de la culpa.
Al regreso del Mundial Juvenil de Tokio se presentó en mi casa una señora mayor. Quería saludarme y hablar conmigo. Me comentó que vivía en el barrio, cerca de la cancha de Vélez. Que el día de nuestra llegada se acercó a la Plaza, estuvo en un rincón, observando la fiesta. Me felicitó por el título, y luego de un breve silencio me dijo: “Mi nieta estudio con vos en el colegio. Estaba en una clase superior. Hoy no sabemos nada de ella. Fui a la Plaza a ver el ambiente, lo que se decía, lo que se gritaba, lo que se pensaba. Sufrí mucho, sentí mucho dolor, mucha rabia, pero también alegría por ustedes”.
Cada cierto tiempo se pasea el rostro de esta mujer por mi cabeza. La imagino en un rincón de la Plaza, sola, poderosa. Con la gente festejando a su alrededor y ella en silencio, con su nieta en las tripas y esa tristeza irreparable de los sometidos sin respuestas, sin pasado y sin olvido.
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