Joxemari Olarra
Militante de la izquierda abertzale

Los presos políticos, rehenes simbólicos del relato

El fin del ciclo histórico de ETA ha derivado hacia un recrudecimiento de otra variante del conflicto: la batalla del relato. Ya estaba ahí; siempre lo ha estado; pero en este momento advertimos que desde las instancias del Estado español se desarrollan grandes esfuerzos e inversiones en este campo de la memoria colectiva. Medios de comunicación, museos, entidades, universidades, homenajes… todo un esfuerzo concertado para que la sociedad comulgue con una versión encorsetada de nuestra realidad y su pasado inmediato.

Lo curioso es que en la sociedad vasca (la española va a otro ritmo; y no tendría sentido incluirla en estas valoraciones) algunas percepciones estaban meridianamente claras. Que el franquismo era una calamidad bíblica, una catástrofe que nos alcanzó como las siete plagas de Egipto, con sus variables de violencia estructural, oscurantismo, represión sexual, clericalismo, omnipresencia policial, desarrollismo caótico, in-justicia estabulada, manía persecutoria contra el euskara (y otras lenguas), etc., era una visión que nuestra población compartía de buenas a primeras. Que para cualquier futuro se imponía una ruptura, y una reparación de derechos después de tanta vulneración, si no era una certeza absoluta, se resolvía como conclusión a poco que se discutía. Luego, que la Transición no resolvía estas demandas, que frustraba muchas esperanzas, también se fue imponiendo, con matices y deslices, pero cada vez con mayor evidencia.

En efecto, que la Reforma Política fue una argucia para torear al país, y que todo permaneciera atado y bien atado, que se transitara sin el derrumbe de la autoridad estatal, de naturaleza franquista, también se puso de manifiesto. Que luego muchas cosas han cambiado en el orden institucional (aunque el Deep State permanece inalterable; eso no se toca), incluso para bien, pero a costa de un enorme esfuerzo, sufrimiento y lucha, es otra clave instalada en nuestra conciencia. Que lo avanzado en estas décadas se debe a una voluntad de resistencia y la pelea de la sociedad vasca, que no nos han regalado nada, y que el poder español siempre ha jugado a la contra. Que si ha cedido en algo siempre ha sido obligado y de mala gana.

Con las agitaciones y movilizaciones del 15-M, y la ilusión del Procés catalán, se volvieron a reforzar estas percepciones. El engaño de la Transición, el descrédito del Régimen del 78 (su Constitución, Tribunales…), la corrupción, la primacía del poder central y su recurso al «lawfare» y la represión, estas certezas vuelven a nuestra percepción colectiva.

Y frente a ello, la monserga, la insistencia del «relato» que viene a poner freno a esa conciencia colectiva. La condena religiosa a la violencia de ETA, el suelo ético (cualquier cosa que fuera eso; pero que incluye la práctica sistémica de torturas, la distribución deliberada de drogas contra la juventud, la corrupción del sistema, los tribunales de excepción, la consigna de «todo es ETA», el «a por ellos»…), la inconsistencia de reivindicaciones «identitarias». Etc. No nos engañemos; detrás del debate del relato tenemos una polémica abierta –como una herida sangrante– por imponer la interpretación del presente; la naturaleza del statu quo, la lectura del origen de los conflictos, y la justicia y legitimidad de la actuación de unos y otros en los últimos años.

El tema da para mucho, y debemos profundizar en estas cuestiones que marcan el rumbo de la acción política y las aspiraciones de la sociedad vasca en que existimos. Pero hay un elemento que, contra toda lógica, se mantiene en el tiempo y se convierte en contraproducente ante cualquier evolución o percepción de cambios. La persistencia de los presos políticos. Tras el abandono de la lucha armada de ETA, oficial hace ya 11 años, no tiene sentido el ensañamiento y la prolongación en el tiempo de una figura represiva que nos remite a una época (polémica y controvertidamente) superada. La sociedad vasca camina por otros procesos y estrategias. El castigo personalizado a estos sujetos que, de un modo u otro, destacaron en su compromiso militante, es una medida de sanción contra todos. Sigue actuando como una pieza de represión y control, pero anacrónica, sin justificación en el contexto.

Deberíamos ser conscientes de que la razón fundamental de este castigo reside en su papel simbólico. En su significado en el terreno del relato. Las/os presos políticos representan esa conciencia nacional, esa voluntad vasca de resistencia que durante décadas no se resignó a la violencia y la intransigencia de España. Pero para los constructores del relato del Estado, la existencia de prisioneros de ETA permite la retroactividad de su discurso. En estas personas «sigue estando» la violencia. En ellas se instala la actualidad de las «víctimas» (aunque los hechos hace décadas que ocurrieron). Hacia ellas se orienta el relato de venganza, de resentimiento, la justicia (justificación) de existencia de cuerpos represivos, la naturaleza violenta del Estado… Pero, como sociedad vasca, así no avanzamos.

El día 11 de enero se organiza en Bilbao una manifestación por la libertad de los presos y presas vascas. Los queremos en casa.

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