Ramón Contreras López
NEETEN (Nafarroako Energía Eraldatzen)

Malos tiempos para la lírica

En el año 2009, un grupo de científicos establecieron nueve procesos críticos planetarios, cuyos límites no deberían ser sobrepasados por actividades humanas, bajo amenaza de poner en peligro la estabilidad y resiliencia de la Tierra. En ese mismo año, 2009, ya se habían superado tres de esos límites. En el año 2015, además de esos tres, se traspasó uno más. En el año 2023, se han trasgredido otros dos. En total llevamos vulnerados seis de los nueve límites establecidos. Y no solo se trata de que haya aumentado la cantidad de límites excedidos, sino que ha crecido el nivel de afectación de los ya superados. Lo que significa que se está poniendo en peligro la misma subsistencia humana.

En el año 1992, en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, se creó la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Cmnucc). Y a partir de ahí la celebración anual de las Conferencias de las Partes (COP), que es el órgano supremo de dicha Convención. Entre el 11 y el 22 de noviembre de 2024 en Bakú, capital de Azerbaiyán, ha tenido lugar la CO29. Veintinueve conferencias que en su mayoría no han servido para nada, a pesar de que desde la tercera COP, en 1997, se generó el protocolo de Kyoto, donde se establecían límites a la emisión de gases de efecto invernadero y compromisos de reducción. La realidad es que en estos años se ha venido dando un incremento del consumo de las energías contaminantes de origen fósil. De tal manera que la última medición realizada en el observatorio ubicado en la ladera norte del volcán Mauna Loa, a una altura de 3.397 metros sobre el nivel del mar, registró una concentración de CO₂ en la atmósfera de 420, 46 partes por millón (ppm), cuando el límite seguro está en 350 ppm.

Paralelamente a esta emergencia climática, estamos asistiendo a un incremento de confrontaciones bélicas. Es el pico más alto desde la II Guerra Mundial: 56 guerras activas, con 92 países involucrados. Al que hay que añadir el aumento de prácticas colonizadoras para la extracción de materiales, la agudización de la competencia comercial entre potencias imperialistas, los incesantes movimientos migratorios motivados por los conflictos armados y la explotación de los países del Sur, el creciente empobrecimiento de amplios sectores de la población, la proliferación de la ultraderecha...

Todo ello dibuja una situación de crisis global, interconectada entre sí, que incluye efectos ecológicos, económicos, políticos, sociales, militares... y que prefigura una situación de emergencia en el planeta a la que no se le está dando una solución real.

Y es que el origen de esta catastrófica situación, tanto de la crisis social como de la ambiental, está en el sistema de producción configurado por el capitalismo y la idea del crecimiento constante sin respetar los límites y equilibrios biofísicos. Así como la búsqueda del enriquecimiento constante de los propietarios de los medios de producción a costa de lo que sea. Ya sea la sobreexplotación de las personas, ya sea despojarles de sus puestos de trabajo. Cuando las empresas hablan de perdidas en sus cuentas de resultados, la mayoría de las veces quieren decir que han ganado menos que en el ejercicio anterior. Porque su obsesivo objetivo es aumentar su tasa de beneficios de forma constante.

El llamado capitalismo verde, en ningún caso puede ser la solución a esta problemática. Responde al interés de las grandes empresas energéticas por posicionarse en el negocio de las renovables. Y para ello utilizan a las instituciones públicas para la provisión de fondos, y como plataforma para vehiculizar sus proyectos de apropiación del territorio con sus megaproyectos. Pero por debajo, persiste el incremento del uso de fuentes energéticas contaminantes, el abuso de materiales escasos y las prácticas contra el equilibrio de la naturaleza.

Es en este contexto como se pueden entender casos recientes en Navarra, como la situación de Sunsundegui, la amenaza de cierre de BSH por deslocalización, el cambio de sede de Berlys-Taberna, las incertidumbres sobre el futuro de Volkswagen y el coche eléctrico...

Es necesario responder a estas situaciones concretas. La respuesta a la perdida de empleo de unas 2.000 personas por la deslocalización de BSH y otras situaciones similares, debe organizarse y coordinarse con alternativas que cuestionen el marco global y las unifiquen con las que se existen contra la crisis climática, el TAV, el derecho a la vivienda, contra las guerras, por los derechos para todas las personas, etc.

No podemos abandonar como luchas aisladas la respuesta a estas situaciones concretas. Necesitamos cohesionar todas las experiencias de luchas que se están llevando en estos momentos, tanto a escala local como planetaria, para ir dando pasos en el cambio necesario, que pasa por desprendernos de la lógica del mercado y poner en primer lugar las necesidades humanas.

Pero esta dinámica unificadora, de confluencia y de luchas generalizadas, no forma parte de las agendas de las organizaciones sindicales, ni de las organizaciones populares. La experiencia y enseñanzas de la Huelga General de Motor Ibérica en 1973, se ha perdido en el baúl de los recuerdos.

Frente a esta necesidad de empoderamiento y autoorganización de la ciudadanía, el sistema capitalista aprovecha momentos como el solsticio de invierno. Primero, para, por medio de la iglesia, darle un contenido religioso, y segundo, para impregnarla de un desaforado consumismo.

Iluminando las calles de las ciudades en un intento de deslumbrar al conjunto de la población para ocultar la miseria y la emergencia eco-social existente. A mayor situación de emergencia más luminarias. Realizando llamadas al despilfarro en comidas, regalos, loterías, viajes... en un intento de tapar que la pobreza alcanza a cada vez más números de hogares. Que vivimos en el Norte a costa de la miseria de los países del Sur. Que el decrecimiento, en ciertas formas de producir y consumir, no es una opción, sino un imperativo de la situación en la que nos encontramos.

Malos tiempos para levantar proyectos emancipadores globales. Requiere un nivel de conciencia y autoorganización en el que no se ha avanzado mucho en los últimos años. A pesar de la existencia de respuestas concretas (apoyo a Palestina, anti-TAV, contra macroproyectos energéticos, violencia machista, derechos para todas las personas...), que se han mantenido en un honroso nivel, pero que no han conseguido superar las barreras del aislamiento puntual.

Este es el reto que tenemos por delante: es preciso cambiar el modelo de sociedad. Hay que luchar por garantizar una vida digna para todas las personas. Mientras eso no se consiga, no tiene ningún sentido desear eso tan manido de «felices fiestas y próspero...

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