Iñaki Egaña
Historiador

Maniobras

Euskal Herria con sus casi 21.000 kilómetros cuadrados de superficie, es un extenso campo de maniobras, a cielo abierto, como las minas de Gallarta que cambiaron hace ya tiempo nuestra fisonomía. Ya puede el paseante sentarse en el jardín de Alderdi Eder frente a la Concha, con el antiguo Casino, actual Ayuntamiento, a sus espaldas, ya caminar a la vera del monstruo inacabado de Krea en Gasteiz entre bonos basura y deudas impagables, ya surfear entre las olas cercanas al faro de Sokoa que, de noche, ilumina la vivienda de la ya olvidada Michelle Alliot-Marie...

La percepción, por una vez, es la misma. Somos poco más de tres millones los habitantes de este país. Los mismos que propuso Le Corbusier para esa París «radieuse» que había diseñado en medio de la utopía urbana. Radiante. Un poco menos que la población de Uruguay, en una extensión similar a la de El Salvador o la provincia Tucumán, la más chiquita de Argentina. Ni París, sin embargo, ni San Salvador, ni San Miguel, capital de Tucumán, soportan, en la actualidad, el flujo de las ruedas de los carros de fuego. Aquí, nos tienen de maniobras.

La decisión del Constitucional de legalizar a Sortu trajo la víspera, el día en que el Estado tuvo conocimiento de lo que iba a suceder, movimientos de soldados españoles en uno de sus lugares preferidos: Gorbea. Allá donde, durante los últimos años del franquismo, se produjo una sistemática persecución, al modo del gato y el ratón, con la ikurriña de fondo. La oposición, clandestina, se encargaba de mantener la ikurriña permanentemente y la Guardia Civil (cuerpo de intervención militar) de quitarla.

Hoy, los militares colocan la española y de paso despliegan efectivos ante un enemigo imaginario cuyo trasfondo percibimos con temor. Ya no se trata de una invasión a través de Gibraltar de las nostálgicas tropas de Boabdill, o de los aliados europeos por Baztan, superando la línea Gutiérrez de búnkeres. Hoy, lo dice la Constitución española de 1978, el Ejército debe velar por los enemigos «internos».

En Donostia, hemos asistido a una guerra de banderas de baja intensidad, en comparación con otras que llevaron al Ejército español a exhibir una ikurriña como trofeo en su Museo Nacional en Madrid. La Comandancia de Marina, ante el escaso tamaño de la municipal, exhibe una española de dimensiones colosales, sobre una balconada adornada, asimismo, con los colores rojigualdos, como si Donostia fuera Villar del Río, el pueblo imaginario de «Bienvenido Mister Marshall».

Los militares son muy dados a los gestos, a exacerbar los símbolos. Hace unas semanas los encontramos por los Intxortas, en el aniversario de la batalla y de la matanza consiguiente. Ofendidos por el relato, las botas de campaña resonaron por el mismo lugar que hollaron hace 75 años otros militares, fascistas. No pueden soportar que la historia no sea una, grande y libre, como lo fue el lema de aquel nefasto régimen.

Pero, quien es ese enemigo interno ¿Son los del 15M? ¿Son los comunistas de Carrillo? ¿Los permanentemente solidarios con Madrid de CiU? ¿Los homosexuales que se manifiestan por La Castellana? ¿Los animosos soñadores de la Tercer República? ¿Los ocupas del San Lázaro sevillano? ¿Los artículos incendiarios de Amadeo Martínez Inglés? No creo que tenga que ver con ellos. El enemigo «interno» que citaba la Constitución era el separatismo. El de los vascos.

Las maniobras no afectan únicamente al estamento militar. Poderes estructurales, políticos, sociales, fácticos... No hay un solo renglón despistado en medio del texto que estamos escribiendo. La razón de semejante estado de cosas tiene que ver con el cambio. Un cambio que está en marcha, a pesar de las reticencias entre quienes se han sentido cómodos en el escenario anterior.

El futuro más cercano es, precisamente, el que ha convertido a nuestro territorio en ese extenso campo de maniobras. La clave se encuentra en que un día las ciudadanas y ciudadanos de este país ejercerán el derecho de autodeterminación. Como lo va a ejercer Escocia, como lo hizo Quebec. Es lo que tiene la democracia. No hay discusión sobre su idoneidad sino sobre el cómo hacerlo. Sobre el respeto a las probables minorías (española, latina, rumana...), sobre el calendario, sobre el traspaso de poderes...

Por eso, muchos de los movimientos de estos últimos meses van precisamente en esa dirección. La solidez soberanista, en medio de la crisis financiera y económica, es notoria, creciente. La sociedad vasca se está contaminando del virus independentista y esta «contaminación» va a más. Por impulso generacional, por contraste de proyectos, por razones históricas y, sobre todo, por voluntad.

Es el proyecto soberanista, además, el único transparente, por razones entre otras ideológicas, al que no le han salpicado las políticas corruptas, el clientelismo, la servidumbre bancaria, etc. Y en aquellos lugares donde históricamente ha podido gobernar, su gestión ha sido avalada en la mayoría de las ocasiones en las que ha podido contrastar electoralmente su proyecto. Es un valor en alza.

La dirección para el debate de quienes dirigen las maniobras tiene que ver con estratagemas de despiste, de engaño que diría Sun Tzu. Sabemos, saben, que el problema no era la lucha armada, el terrorismo... (pongan aquí el sustantivo adecuado a su percepción), sino el proyecto político. Y por eso deslizan sostenidamente órdagos a la pequeña. Órdagos que no permiten ganar una partida sino muy probablemente perderla.

Por estos motivos, y en especial por la irreversibilidad del cuándo en el ejercicio del derecho de autodeterminación, estamos en tiempos de maniobras. El Ejército ha amagado con sus movimientos habituales. El Estado ha señalado hace unas semanas, que está dispuesto a trampear el censo electoral (como en el Sahara), con tal de tener posibilidades de ganar en ese referéndum imparable.

Vocento, la voz de Estado en Euskal Herria, también está de maniobras. Con una mano aplaude al ministro Fernández cuando amenaza con ilegalizar Bildu y echa pestes sobre la legalización de Sortu y con la otra saluda al PNV como si fuera la única baza para la salvación española. Dos portadas en dos domingos consecutivos a los jeltzales. ¡Quién lo diría!

La primera a Egibar, a quien ha ninguneado desde los tiempos de Josu Jon Imaz, y la segunda a una encuesta con unas conclusiones que parecen salidas de una taberna. Quizás de una oficina de una sola bandera, la hispana. Como en las municipales de 2011, el PNV primera fuerza en la CAV. Dice Vocento: «El trabajo sociológico descarta cualquier posibilidad de que se produzca el `sorpasso'; esto es, de que la izquierda abertzale tradicional se imponga por primera vez en la historia a los jeltzales». ¿Habían tenido conocimiento en alguna ocasión de semejante sandez tratándose de una proyección?

En 2011, Vocento, a través de Ikerfel, empresa de marketing, hizo un estrepitoso ridículo, demostrando que sus encuestas no son tales sino directrices encaminadas a dirigir el voto. En Gipuzkoa, por ejemplo, dio un empate técnico entre PNV y PSOE para las forales de 2011, dejando a Bildu en tercer lugar a 5 escaños del PNV. Las cifras no fueron siquiera cercanas: Bildu sacó 8 escaños al PNV y 12 al PSOE.

Sea un resultado, sea otro, las maniobras continúan sobre un extenso campo. El Estado las contempla de larga duración: goteo en detenciones, amenazas de ilegalización, presos como rehenes, normas para el desarrollo financiero... Una forma de abordarla, sin duda, una más. Contemplaba la escisión soberanista y, al no producirse, la apuesta actual pasa por el desgaste.

Supongo que los protagonistas de estas conclusiones y los generales de estas maniobras habrán hecho sus reflexiones. Quizás sobrevaloradas. Sabemos que, por encima de razones, España se mueve por sensaciones. Y eso tiene su coste, sobre todo en los tiempos que corren. Cuando las frenadas son demasiado pronunciadas el golpe es inevitable.

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