Martín Garitano
Periodista y ex diputado general de Gipuzkoa

Michelle Angiolillo Lombardi

Martín Garitano recuerda al anarquista que mató a Cánovas del Castillo. La historia la conoce de casa, como desvela en este artículo.

Tal día como hoy, 20 de agosto, allá por 1897, el anarquista italiano Michelle Angiolillo Lombardi moría, ejecutado a garrote vil, por causante de la muerte a tiros del sanguinario presidente del Gobierno español Antonio Cánovas del Castillo, genocida en Cuba y Filipinas, látigo de anarquistas en Monjuic, enemigo furibundo de los fueros vascos y responsable de tantas otras tropelías. Un pájaro de cuidado, en resumen, a cuya muerte cantó Txirrita en tono de indisimulada alegría.

Angiolillo, coherente con su ideal hasta el último momento, padeció persecución y castigo por anarquista, vivió con angustia e indignación la represión contra sus camaradas catalanes y decidió hacer justicia en la persona del máximo responsable de tanto crimen.

Cánovas veraneaba en Santa Ageda, Arrasate, y allí ejecutó Angiolillo su plan. Tres disparos certeros y un cuarto al aire. Y Cánovas pasó a un panteón.

Angiolillo no hizo ademán de buscar la fuga, aguantó con el revolver en la mano mientras Joaquina de Osma, ya viuda de Cánovas, le golpeaba con su abanico.

Juzgado con premura en Bergara, allí donde los jueces militares no le permitieron defender la justicia de su causa, fue condenado a muerte y ejecutado en apenas unas horas.
Contaban los testigos –que los hubo por cientos– que el reo mantuvo la compostura y la dignidad hasta el último instante, cuando gritó «¡Germinal!» mientras el verdugo hacía girar la manivela para que el corbatín de hierro lo estrangulara.

Angiolillo yace en una fosa sin nombre en el cementerio de Bergara, en tierra no santa, y en la celda donde pasó la última noche, los jóvenes de Bergara han abierto una biblioteca popular.

Ha llovido mucho, pero aquel grito de «¡Germinal!» sigue vivo; Cuba y Filipinas se independizaron de España y en la celda de Angiolillo los jóvenes leen. No es poco.

Mi bisabuela, Bernarda Zabaleta, fue testigo de los dos actos, en Santa Ageda y en Bergara.

El recuerdo de aquel héroe sigue vivo entre quienes reconocemos la entrega de anarquistas, comunistas y nacionalistas vascos en favor del progreso de la Humanidad.

Alguien debería promover algo para dignificar esa fosa.

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