Matilde iturralde
Médica

Miedo y significado

Esa asociación casi inconsciente entre el miedo y el significado con la que mi generación convivio durante décadas parece que ha vuelto a recobrar todo su sentido durante la pandemia

En la calle en la que nací había un almacén de vinos regentado por un hombre serio pero amable llamado Jesús. Cuando mis padres me encargaban ir a comprar algo al almacén, iba contenta porque ya sabía que el premio siempre sería un palillo con una aceituna pinchada en cada punta. En casa a veces hablaban en voz baja sobre aquel hombre que siendo catedrático de instituto había sido depurado por las autoridades franquistas por su «significación» durante la República. El fascismo siempre cobra sus deudas. Esos recuerdos de infancia que se imprimen a fuego han vuelto a mi memoria estos días tras leer el artículo de un colega médico de familia andaluz sobre el miedo a «significarse».

Este médico hablaba de la decisión que adoptó en su día de no expresar públicamente su opinión sobre la pandemia y su gestión, para así evitar los problemas que le podía acarrear su mirada crítica. Sin embargo en los últimos meses la realidad que estaba viendo le había hecho rectificar esa decisión porque «significarse» muchas veces resulta ineludible desde el compromiso con la sociedad en la que se vive.

Esa asociación casi inconsciente entre el miedo y el significado con la que mi generación convivio durante décadas parece que ha vuelto a recobrar todo su sentido durante la pandemia.

En marzo del 2020 preparando un charla justo al inicio de la crisis sanitaria me di cuenta del peso que adquiere el miedo en la vida de las personas y de como su poder nos puede transformar la vida y hasta la muerte. La verdad es que nunca pensé que casi dos años después, esa niebla de miedo pandémico que todo lo cubre, seguiría incrustada en nuestra sociedad mediada por un mensaje de caos permanente e institucionalizado. Ese miedo que sin duda ha reducido la capacidad de crítica de muchos hasta censurar incluso la expresión de la menor duda.

La jugada inicial fue la de polarizar las opiniones contrarias al discurso oficial. Hace poco un joven me contaba que cualquier discusión sobre el covid se cerraba en su familia asimilando cualquier crítica de la gestión pandémica con la extrema derecha. Es algo entendible si nos damos cuenta de la casi desaparición total del pensamiento y el discurso de izquierdas en esta crisis, que al margen de las responsabilidades adquiridas por la complicidad con políticas antisociales, ha dejado a esta sociedad huérfana de contraste y representación alternativa. Muy a menudo a lo largo de la pandemia he recordado en estos meses el lema del 15M sobre que «el miedo va a cambiar de bando» y la tremenda paradoja de que desde la propia política de izquierdas, ahora en los gobiernos o en las oposiciones domesticadas, se ha fomentado el miedo sin ciencia ni conciencia.

Cuando Naomi Klein público en 2007 su “Doctrina del Shock” (en el inicio de la crisis económica) intentamos con su tesis dar explicación a la inacción de las clases populares ante las medidas de «austericidio» que nos empobrecieron y nos sumieron como sociedad en la precariedad y la ausencia de derechos. Parece que trece años después asistimos de nuevo a una situación que nos conduce a que «la percepción de un desastre o una contingencia inesperada lleve a la sociedad a sumergirse en la confusión y la conmoción y asuma medidas en contra de sus propios intereses» Diría que a día de hoy el miedo es la emoción más extendida entre todos nosotros y que su utilización por los poderes económicos y políticos está modificando nuestras vidas de un modo que podría llegar a ser irreversible si no reaccionamos.

En los últimos meses he participado en diferentes espacios de debate en los que en principio debatían personas con capacidad de análisis y conectadas con la realidad en sectores diversos. Los ámbitos del debate han sido el político, el sindical y el profesional; las cuestiones planteadas, las propias de cada lenguaje e interés. Sin embargo mi percepción ha sido que en todos ellos el miedo a la discrepancia se ha hecho notar de una manera alarmante. Las personas participantes en todas estas discusiones han sido mujeres y hombres acostumbrados a la discusión y además en espacios de confianza, pero el miedo a la disidencia de las tesis oficiales han tenido un peso que yo nunca había sentido hasta ahora.

En la psicología social se considera a la emoción del miedo como adaptativa y parte del reflejo de supervivencia. A nivel individual el miedo paraliza si se considera que el objeto amenazante es superior o simplemente desconocido. El problema surge cuando desde lo social no somos capaces de desmontar la amenaza construida de manera interesada y asumimos el discurso dominante como el único válido. Así evitamos la complejidad de los problemas que afrontamos o sacralizamos espacios (como la ciencia o la salud en tiempos de pandemia) por encima de nuestras propias concepciones de la vida y la muerte porque el miedo inducido por el poder que puede contaminarlo todo. Pero al mismo tiempo, si nos lo proponemos, también los seres humanos podemos sortear al poder y su miedo. Recuerden los juegos de la infancia en la oscuridad y como al final el miedo se convertía en risa o como para muchas y muchos, en tiempos complicados, el aguzar el oído para intentar escuchar el ruido en la escalera y ponernos a salvo antes de la patada en la puerta, se convertía en una especie de conjuro contra el miedo y llegaba a desactivarlo de alguna manera.

Ahora en estos tiempos extraños el miedo va cambiando porque ya no es necesaria la violencia explícita basta con la simbólica para remitirnos a la supuesta comodidad de no significarnos, huyendo del pensamiento crítico. Pero el significado de lo que nos atrevemos a pensar, de lo que creemos coherente con nuestro propio ser es el fundamento de nuestra identidad salvaguardada y es lo que nos hace seres humanos.

El medico Rieux que relata la historia de “La peste” de Albert Camus termina así su narración en medio de la fiesta del cierre de la pandemia en Oran: «El viejo tenia razón los seres humanos eran siempre los mismos. Pero esa era su fuerza y su inocencia y era eso en lo que por encima de todo su dolor, sentía que se unía a ellos. En ese momento el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los seres humanos más cosas dignas de admiración que de desprecio».

Creo que esas cosas dignas son en realidad nuestro significado. Otro médico valiente esta vez real como la vida misma: Juan Gervas escribía hace unos días que «en tiempos históricos excepcionales, convienen los comportamientos heroicos. Es decir comportamientos heroicos cívicos ya que ante hechos extraordinarios es fundamental el heroísmo expresado como sentido común y tranquilidad porque en estas situaciones es clave hacer simplemente lo que se debe, lo que la sociedad espera de cada cual».

Y lo que yo espero de cada cual en esta situación es la activación de la comunidad a la que pertenece para cuidar, para tranquilizar, para escuchar y dar vida libre de miedos. Espero que cada cual defienda su significado y nos lo aporte a los demás para dispersar esta gris niebla pandémica.

Salud y vida.

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