Antonio Alvarez-Solís
Periodista

No hay sitio para la expansión

«Lo que hemos logrado en Alemania lo puede lograr también el resto de los socios europeos», estas dieciséis palabras de la reelegida Angela Merkel esconden para el autor tres falsedades. Una: Alemania no levantó la cabeza con sus solos medios tras su inmensa derrota y destrucción en la guerra 39-45. Dos: No es cierto que lo logrado por Alemania lo puede lograr cualquiera; no hay sitio para la expansión. Y tres: Falsedad del lenguaje, no son «socios» sino colaboradores forzados.

La Sra. Merkel, con esa lógica infantil que suele embozar al imperialismo alemán, ha dicho que «lo que hemos logrado en Alemania lo puede lograr también el resto de los socios europeos». Tres falsedades en sólo dieciséis palabras. El promedio es alto. La eficacia, potente. La insidia, fulgurante. El desdén, hiriente.


En primer término hablemos algo sobre lo logrado en Alemania ¿Logró Alemania levantar cabeza con sus solos medios tras la inmensa derrota y destrucción sufridas en la guerra del 39-45? Alemania recibió una ayuda muy importante por parte de Estados Unidos. Fue la tercera nación en la lista de los países favorecidos por el Plan Marshall, tras Francia e Italia. Estados Unidos colaboraron especialmente en el robustecimiento alemán a fin de lograr una Alemania que impidiera la posible expansión de la Unión Soviética hacia el Oeste. Es cierto que el canciller Erhard impuso una economía de libre mercado que obligó a los alemanes a un enorme esfuerzo, pero Alemania contaba con su gran tradición industrial y su férrea disciplina social, que ya había actuado en el seno del nazismo.


Segunda falsedad que contiene la frase citada de la Sra. Merkel: es la que afirma que lo logrado por Alemania lo puede conseguir cualquiera de sus socios europeos. En principio parece una reflexión muy halagüeña hacia esos «socios» europeos, pero el sesenta o setenta por ciento de Europa Unida ya no puede superar el dogal que supone la economía alemana. La expansión germana sobre la Unión deja sin «sitio» para la expansión –hablamos de una expansión sólida y no meramente «delegada»– de ese sesenta o setenta por ciento de Europa, tanto en lo que se refiere al mercado interno como al comercio internacional con el resto del mundo. Las posibilidades de mercado de esos otros países débiles de la Unión son muy precarias y siempre dependen de las variables que adopte Alemania en su función económica o social.


Tercera falsedad. Afecta al lenguaje que emplea la canciller. Habla la Sra. Merkel de «socios» europeos. Esos «socios» no son más que puros colaboradores forzados de Alemania, siempre con el pie imperialista germano puesto sobre sus cabezas. Quizá una de las razones que determinaron al Reino Unido a no entrar en el euro fue el temor a implicarse de hoz y coz en la economía de la Unión dominada por Alemania. Es más, abrigo una discreta certeza en que esa independencia de Gran Bretaña responde a la presión estadounidense para no comprometer su baza inglesa en las posibles oposiciones a la potencia germana. El dólar está atrincherado en la libra y en cuanto al futuro de lo militar Washington no parece olvidar abiertamente la última guerra.


La Sra. Merkel es algo parecido a un gran portaaviones que necesita el acompañamiento de buques menores que ayuden y garanticen su maniobra de ataque y su seguridad.


El gran triunfo electoral de la Sra. Merkel coloca a sus «socios» europeos ante una Alemania que recupera su antigua proyección sobre el mundo, con la ventaja ahora de que Francia y, en cierto modo, Inglaterra, quedan condicionadas por la potencia industrial alemana, por su economía real de «cosas». La Sra. Merkel se ha apresurado a decir, tras su aplastante victoria, que ha destruído incluso la alternativa socialista, que las ayudas a los que persiguen una prolongación de los favores del Banco Central Europeo y de la banca alemana serán dispensadas tras un severo análisis de las garantías que ofrezcan esos Estados para hacer frente a tales préstamos.


Ante este panorama queda por ver si la exultante dominación alemana no revertirá sobre el propio interior alemán que la arrastre de nuevo hacia un viejo nacionalismo etnicista que robustezca la ya fuerte unidad de los alemanes y les incite a restaurar una conocida y repetida presión sobre el panorama político internacional. En este sentido existe un síntoma que conduce a la preocupación: Alemania está cerrando ya sus puertas a la recepción de trabajadores de base y únicamente las mantiene relativamente abiertas para la recepción de profesionales y técnicos a los que seduce con la germanicidad, eso sí, haciéndoles pagar el correspondiente canon de adhesión intelectual Si aceptamos, aunque sea sólo por un momento, una frase del franquismo, ajustándola a la actual situación alemana, diríamos que «ser alemán es hoy una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo».


Tras el triunfo de la democracia cristiana en Alemania, una democracia cristiana atada y bien atada por el radical CSU bávaro, hay que observar con mucho cuidado la deriva que adoptará Berlín respecto a potencias como China o las emergentes como Brasil. La inclinación a operar con ellas o sobre ellas, como sería el caso brasileño y otros países de Latinoamérica, daría paso a una nueva y preocupante reordenación mundial. EEUU –presionado por el este y el oeste– empieza a vivir horas bajas y las naciones europeas como Francia, antiguas opositoras de Alemania, se inclinan hacia Berlín.


No queda sitio en los mercados ni en las grandes instituciones internacionales para las naciones-Estado que aún creen en su propia soberanía. Esas naciones-Estado están perfecta y profundamente controladas, incluso cuando practican una competencia que es, simplemente, permitida. Alemania y EEUU, incluso China y Rusia necesitan consumidores reglados, no «socios» en competencia. Es hora, pues, de pensar en una invención para alojar al mundo populoso que no puede supervivir dignamente en el marco reducido de tres o cuatro grandes potencias que han de jugar entre ellas, además, la expulsión del poder de las que no alcancen el debido nivel de resistencia.


Y esa invención consiste en crear espacio. La invención de espacio para hacer posible una vida nueva y realmente humana constituye la gran tarea de muchos pueblos que esperan su libertad y están preparadas para abordar esa aventura. El espacio de que hablamos es un espacio fundamentalmente interior, no afectado de modo poderoso por la globalización. Un espacio en que lo empresarial, la producción y el consumo recobren una organicidad caracterizada por sus prácticas de proximidad. Esas naciones, dotadas de una nueva filosofía política y social, seguramente habrán de reducir y limitar las expresiones de una economía de «sobrediseño», como la denunciada en el seno del capitalismo por David Riesman, pero ganarán en templanza y confortabilidad de existencia y también en elasticidad e independencia para imbricarse entre ellas. Esto supone, una pedagogía apropiada.


Debemos superar el peligro imperial creando ese espacio nuevo. Citando otra vez a Riesman, hay que remontar «la mecánica de crear más cosas de las que necesitamos para funcionar. Puede verse esto en los super-rifles con que la gente caza cualquier bicho o en la supercámaras fotográficas para capturar exposiciones vulgares o en los fantásticos equipos de pesca para embromar percas o en  cualquier (cosa excesiva) en esta abundante  cultura, incluso el sobrediseño de imitación de nuestros colegios universitarios. El resultado (de estos excesos) fue alejar al conductor del aire libre y de la sensación del camino ya que la supercarretera elimina toda conexión entre la gente que circula por ella y el paisaje y la vida locales, ya sean sucios o bellos». Vida sensata o muerte global. Hay que elegir.

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