Otra forma de gestionar el agua
Se ha celebrado el 22 de marzo una vez más el Día Mundial del Agua. En esta ocasión, la ONU ha declarado el año 2025 como el Año Internacional para la Conservación de los Glaciares que, a pesar de que son esenciales para la vida, y, entre otras cosas, son importantes reservas de agua dulce, de regulación climática y tienen un importante impacto cultural y económico, están en completa regresión, como los que se concentran en los Pirineos, los más cercanos a Euskal Herria. Y es una buena ocasión para realizar algunas reflexiones sobre la gestión del agua.
Solemos oír con mucha frecuencia que «sin agua no hay vida», y es así. Su carácter vital y trasversal hace que el agua tome parte en todos los sistemas productivos existentes en el planeta, como la agricultura, la industria, el transporte fluvial, la producción de energía limpia y los usos recreativos y lúdicos, entre otros muchos. Asimismo, el clima, tal y como lo conocemos, la flora y la fauna y, obviamente, nuestra propia existencia dependen del ciclo del agua.
También solemos oír que el agua es un recurso escaso. Si observamos la Tierra a través de un satélite, se aprecia que las tres cuartas partes del planeta están cubiertas por el agua. El 70% de la superficie terrestre está ocupada por el agua de los océanos. Junto a ella está el vapor de agua de la atmósfera. De todo el volumen de agua que hay en la tierra, solo el 2,59% es agua dulce y la mayor parte de ella, un 2% se encuentra en estado sólido en los casquetes polares. El resto, 0,5% corresponde al agua de los acuíferos y poco más del 0,014% la encontramos en las masas de agua dulce de ríos, lagos y humedales. El agua es un recurso renovable, gracias al complejo sistema del ciclo hidrológico. A priori, esta cantidad debería ser suficiente para satisfacer las necesidades humanas de agua dulce.
Pero hay dos cuestiones a tener en cuenta. Al considerar el agua como recurso natural abundante e inagotable, las sociedades modernas se han encargado de usarla y malgastarla sin pensar para nada en el futuro. En segundo lugar, no ha habido preocupación por la salud de los ecosistemas. Y, de esta forma, se han contaminado las aguas.
Uno de los primeros impactos que el cambio climático está teniendo sobre el planeta es la menor disponibilidad de agua. A nivel global, diversos estudios señalan que en el año 2050, el 50% de la población vivirá en entornos de estrés hídrico.
Otra de las fechorías reflejadas en ríos y acuíferos es la contaminación. En el contexto de crisis climática en que nos encontramos, con menos agua, esta situación de contaminación se agrava notablemente y compromete la salud de los ríos y acuíferos, y, por tanto, de buena parte del suministro de agua de boca.
La otra cara de la moneda de la menor disponibilidad de agua y su mayor contaminación es la demanda. En el Estado español, en torno al 80% de los usos consultivos del agua se destina a regadío, como en Navarra. En cuanto al consumo urbano, cuando existe una presión social y un trabajo continuado de información y educación, se consigue reducir la demanda, que en Navarra está en 112 litros por habitante al día –uno de los consumos medios más bajos en todo el Estado español–, mientras que la media en el conjunto estatal está en 130 litros por habitante y día.
A todo esto habría que añadir la contribución del regadío a la construcción de grandes infraestructuras como embalses y trasvases, con sus impactos ambientales y sociales. En esta problemática es obligado señalar el recrecimiento del embalse de Yesa, ante el cual, el pasado 7 de marzo, la Asociación Río Aragón demandó la creación de «una verdadera auditoría o comisión parlamentaria» que garantice la seguridad, la racionalidad en la gestión hídrica y el interés general, cuya finalización se retrasará al menos hasta 2029. El citado colectivo sostiene que, más allá de las consideraciones sociales, económicas o medioambientales, la inseguridad en torno al recrecimiento de Yesa es una «realidad contrastada».
Una constatación real que se plasma en estudios científicos es que habrá cada vez menos agua debido al cambio climático. Y aquí la pregunta que hay que hacer es si queremos cambiar la forma de gestionar el agua. ¿Vamos a dejar que el mercado sea el que decida quién va a tener agua como ya ocurre en otros lugares, o queremos la adaptación al cambio climático desde la consideración de un bien de interés público, con criterios ambientales y de equidad social?
Cada vez es más necesario y con mayor celeridad una transición hídrica justa con el objetivo de adaptarnos al cambio climático, donde se garantice el abastecimiento humano y se recupere el buen estado de los ríos y acuíferos, y no en base a «soluciones» con grandes infraestructuras, teniendo en cuenta que va a haber menos agua, o modernizaciones de regadíos, cuando se está viendo que no ahorran agua sino que elevan su consumo.
Una transición hídrica justa supone disminuir paulatinamente las demandas teniendo en cuenta los recursos disponibles a través de una reducción de la superficie total de regadío, con un reparto social del agua que implica un enfoque de discriminación positiva de la agricultura familiar, social y profesional que se define por su multifuncionalidad, el arraigo en el territorio, la producción de alimentos de proximidad y la calidad de los productos, como señalan los organismos de la Nueva Cultura del Agua.