Aster Navas

Pasar a la historia

Planteo a mis alumnos de Bachillerato si podríamos hablar de palabras en peligro de extinción; ahí están «zaherir», «contrición» o «templanza».

Lunes. Suelto en 3. B, donde el alumnado va a comenzar con sus exposiciones orales, que el infierno está petado de gente que dice «no sé si me entiendes»; que el fuego eterno se ceba especialmente con aquellos que afinan, que afilan la frase: «no sé si me estás entendiendo», «no sé si me sigues»... «por supuesto que hay otros muchos pecados pero éste se pena especialmente», les aseguro; es igual que se cometa por ignorancia que por descortesía…

«¿No sé si me estáis entendiendo?», insisto, intentando provocar con ese latigazo alguna reacción, alguna respuesta que no llega. Está claro que no se fían de un tipo que cree en el infierno. Hacen bien.

«En la vida todo se reduce a un problema lingüístico; todo cambia radicalmente si sabemos comunicarnos, si manejamos con cierta destreza las palabras o lo hacemos atropelladamente; en la medida en que vuestro discurso sea acertado…», les digo, no sé muy bien si para convencerles a ellos o a mí mismo.

La primera alumna nos habla sobre el «earthing». Al parecer andar descalzo por la arena o sobre la hierba nos carga de energía; tranquiliza, equilibra...

Martes. «Una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado al dictador», dijo al parecer ayer Sánchez en el Ateneo de Madrid.

Miércoles. Analizamos en 4. B los adverbios de afirmación y negación. El «sí», el «no», el «jamás», el «nunca», el «tampoco»; el «ni harto de…». Los síes y los noes, los quizás, los acasos. De repente nos encontramos diseccionando sintácticamente «Solo sí es sí», el porqué ese «solo no lleva tilde…», «solo quiero un café solo…», «No es no»... Es tan difícil quedarse en la superficie gramatical; es como andar sobre una fina capa de hielo.

Jueves. La prensa recoge que Batet ha pedido a los diputados que no usen la tribuna del Congreso para «zaherir». Ha provocado más ríos de tinta ese infinitivo que el resto de sus declaraciones.

Viernes. Planteo a mis alumnos de Bachillerato si podríamos hablar de palabras en peligro de extinción, palabras que han pasado o pasarán a la historia; ahí están «zaherir», «contrición» o «templanza». A ver si a esos términos les puede pasar lo mismo que al colobo rojo, a la foca monje del Caribe o al delfín del río Yangtsé. No consigo provocar un debate que, anoche en la cama, me parecía apasionante; una película de zombies con un punto de sostenibilidad.

Sábado. Toca súper. En el pasillo de los lácteos hay varias estanterías de leche desnatada sin lactosa; algunas marcas aseguran también en sus envases que no tienen gluten. A cambio te dan omega 3. Quizá a las palabras, con el tiempo, las tenemos también que ir quitando contenido semántico. Ahí está esa «malversación», «sin ánimo de lucro»... que quizá sea como la leche sin lactosa… una paradoja. La leche…

Finalmente me decido por la semidesnatada. Pago con tarjeta.

Al llegar a casa me descalzo y hago cinco minutos de «earthing» por el pasillo. Duermo mejor.

En fin.

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