Jokin Revilla González

Pederastia eclesiástica: reparación y cambios

La Iglesia católica, para comenzar a hacer frente a este gravísimo problema, debería empezar por aceptar que los curas se puedan casar con quien quieran, que vivan en pareja con quien les dé la gana. Serían más felices, muchos de ellos dejarían de ser pederastas –eso espero– y se podrían entregar con más energía a las tareas eclesiásticas y a trabajar como cualquier mortal.

Quiero comenzar estas reflexiones mostrando mi mayor respeto a todas las personas creyentes, honradas y comprometidas con la Iglesia y la justicia social que a lo largo de mi trayectoria personal, política y social he tenido la suerte de conocer y han compartido muchas luchas conmigo. Para ellas y el resto de quienes me lean escribo estas líneas, porque creo que tiene que saberse toda la verdad sobre la pederastia, hacer justicia y que haya verdadera reparación.

Ante la sentencia de la Audiencia de Bizkaia condenando a José María Martínez, numerario del Opus Dei, por pederastia, después de que los tribunales eclesiásticos archivaran el caso en 2015, pidiendo el restablecimiento de su «buen nombre», y ante las manifestaciones que sin ningún pudor han realizado el director de Gaztelueta, y el presidente de este centro de enseñanza, dando crédito al exprofesor y restando credibilidad al alumno, he revivido mi propia experiencia, tras vivir, durante mi niñez y adolescencia, durante 11 años, en un colegio interno de los Paulinos en Zalla.

La congregación de los Paulinos fue fundada en Alba (Italia) en 1934. Yo llegué a Zalla en 1958, y pude sentir algo de esa atmósfera abusiva durante mi larga estancia en el colegio. Por ejemplo, el fraile que nos vendía el material escolar y la quincalla lo tenía en su cuarto, por lo que todo el alumnado en algún momento debía pasar por ahí. Nos recibía de uno en uno. Un día fui a comprar algo, de pronto sentí que se me acercaba mucho y me empezó a tocar la bragueta. Yo, que era muy inocente, le dije: «Padre, la bragueta la tengo bien abotonada», y se cortó. Años más tarde, me contaron que había sido «expulsado» por pederastia a Italia y que después había vuelto de nuevo al colegio. Otro día, entré en una clase y me encontré con un cura pegado al cuerpo de un crío contra la pared. Los alumnos de los últimos cursos del seminario tenían «amiguitos» de primero y segundo curso. Te enterabas porque se lo decían unos a otros, y había muchos gestos que marcaban esas relaciones especiales de los «protectores» hacia sus preferidos.

Esas son simplemente algunas anécdotas cotidianas, en un ambiente de represión sexual total. Por poner otro ejemplo, al ir a mear nos decían que nos la agarráramos con un papel para no tocarnos el pene. Por las mañanas, al levantarnos teníamos que tirar las mantas y sábanas hasta atrás, y allí aparecían, para nuestra vergüenza, las meadas –a veces de miedo– o nuestro esperma. Y todo esto sucedía en una congregación muy joven. No quiero ni pensar que ocurría en las centenarias.

Por suerte, ha habido denuncias, y han aparecido curas y obispos pederastas o encubridores en muchísimos países, por lo que ha comenzado a haber reparaciones millonarias. En el Estado español este problema ha salido a la luz pública todavía muy poco. 40 años de fascio-franquismo y otros 40 de pseudodemocracia, donde no se ha depurado nada, son demasiados años para que aflore toda esta podredumbre. En un municipio de León, una familia «se atrevió» a denunciar al cura del pueblo que había abusado de su hija menor. Esta familia se tuvo que ir del pueblo, pues este se puso del lado del cura.

Sinceramente, con lo que conozco en primera persona y por lo que he vivido al lado de otras que han sufrido, creo que si saliera a flote toda la pederastia eclesial, no habría dinero en la Iglesia católica de este Estado para reparar los abusos sexuales y daños psicológicos causados a menores que tenían la obligación de proteger. Tendrían que vender todos los «tesoros» y también algunos edificios eclesiásticos, iglesias y catedrales incluidas. Si esta Iglesia, la misma de las cruzadas, de la Inquisición, la que acompañó con el crucifijo a la espada que llevó a cabo la colonización y la de la Banca Vaticana, expulsara y condenara a todos los pederastas y encubridores que están en sus filas, las consecuencias serían brutales para la Iglesia. Creo que durante muchos años seguramente no se podría celebrar el sínodo de obispos por falta de quorum.

La Iglesia católica, para comenzar a hacer frente a este gravísimo problema, debería empezar por aceptar que los curas se puedan casar con quien quieran, que vivan en pareja con quien les dé la gana. Serían más felices, muchos de ellos dejarían de ser pederastas –eso espero– y se podrían entregar con más energía a las tareas eclesiásticas y a trabajar como cualquier mortal.

Este no es un Estado laico, sigue vigente el Concordato, el nombramiento de profesorado de religión por parte de la institución eclesiástica, una jerarquía e Iglesia misógina que dogmatiza y criminaliza lo que tenemos todas las personas entre las piernas. Yo no olvido el miedo que me metieron a todas las mujeres, como «tentación al pecado»; el miedo al infierno…

Hoy, no puedo menos que hablar, cuando he visto al padre y a la madre del alumno de Gaztelueta, defender el nombre de su hijo, que claramente quedó probado en el juicio que había sido objeto de agresiones sexuales y de todo tipo por su profesor, haciendo un llamamiento al Departamento de Educación del Gobierno vasco para que «tome cartas en el asunto, exigiendo su cese inmediato y retirando cualquier tipo de subvención o ayuda pública a este centro escolar concertado mientras siga con tan hostil e imperdonable posicionamiento respecto a una víctima de acoso escolar, abusos y agresiones sexuales». Criticando que el colegio Gaztelueta, la Prelatura y el Obispo Mario Iceta, «lejos de acompañar» al alumno víctima de abusos sexuales han estado ausentes cuando no han sido cómplices del agresor.

Efectivamente, como dicen, Gaztelueta «ha traspasado la muga, ya no solo atacando a la víctima sino defendiendo a su pederasta al igual que ha ocurrido en la Iglesia en países como Chile, Irlanda, Australia, Polonia, Estados Unidos, tapando la cruda realidad y enviando al culpable a otro lugar, como si con esa medida se arreglase el problema».

Por eso, me atrevo a pedir, aunque sé que es muy duro, que quien haya sufrido esta lacra, quien haya visto algo, que lo saque a la luz. Basta de impunidad para pervertidos que, abusando de su posición, se han aprovechado o se siguen aprovechando de su status eclesiástico. Sin esto, todo seguirá tapado por el palio fascio-franquista eclesial.

No a la impunidad de la pederastia. ¡Verdad, justicia y reparación y estado laico ya!

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