¿Puede llamarse atraco a un rescate bancario?
¿Por qué se denomina Vírgenes entre la buena sociedad a esas putas islas y por qué ha cobrado tanta fama el término Panamá, que en mi niñez solo servía para hablar del sombrero de verano de mi tío Anselmo? Todo está podrido. Necesitamos palabras nuevas para recuperar la elegancia social y evitar las que tradicionalmente serían apropiadas para calificar operaciones como la de los 96.000 millones de euros que Rajoy ha regalado a la banca
Necesitamos con urgencia nuevas palabras para designar adecuadamente los nuevos hechos que surgen de modo torrencial en el mundo que habitamos. Necesitamos un lenguaje innovador, más amplio. Por ejemplo, yo alcancé a vivir una época en que los bancos podían quebrar de acuerdo con la doctrina capitalista según la cual la libertad de empresa llevaba aparejado el riesgo correspondiente. Y para describir este hecho catastrófico disponíamos del verbo quebrar.
Incluso había empresarios que llegaban al suicidio por no poder hacer frente a sus compromisos financieros y malbaratar con ello su apellido. A estos suicidas se les hacía incluso un funeral decente. Pero ahora esto ya no ocurre porque las empresas potentes están protegidas por el dogma de la necesidad de su existencia y por tanto no pueden quebrar. Esta dogmática ha venido a sustituir radicalmente a la dogmática religiosa de que Dios es necesario para la conservación del universo, lo que mediante una profunda razonabilidad kantiana explica su eternidad indestructible. O lo que es lo mismo, un banco, sobre todo si es potente, no puede quebrar porque es esencialmente necesario para mantener el orden capitalista, que reviste una intangible esencia de divinidad según los teólogos de la Escuela de Chicago o de la London School of Economics. Ante este hecho la primera conclusión a la que llego es que el hombre es de esencia religiosa, en este caso confusa y primaria, lo que induce todas sus acciones.
Cuando nos quedamos o pretendemos quedarnos sin Dios, elegimos otro de inmediato aprovechado las rebajas filosóficas del ateísmo o del agnosticismo. Tanto es así que según el Sr. Jean Claude Juncker –presidente de la Comisión Europea y expresidente del Gobierno de Luxemburgo, la gran iglesia del secreto dinero que va y viene y nunca se detiene– los bancos constituyen la base de la vida, el ADN inalterable de un mundo que con el neocapitalismo ha culminado su historia, al menos de acuerdo con la teoría del Sr. Francis Fukuyama –el fin de la historia y el último hombre– y los grupos neocons o de la nueva derecha, los GEES.
La situación se ha planteado de modo tan sorprendente y arrollador que no ha permitido disponer de nombres apropiados para un bautizo decente. Y recurrir a una denominación pretérita para señalar tales acontecimientos de quiebra imposible no parece socialmente discreto. Son denominaciones que arrastran una serie de imágenes muy desagradables, según los códigos penales. Esto supone un grave inconveniente para los políticos y la esfera empresarial que nos presiden desde el Olimpo.
Veamos, pues, esto con la debida prudencia, pues están en juego innumerables fortunas de las que dependen no sólo los banqueros y sus principales accionistas sino sus familias, muy numerosas, que no tienen otra cosa que este dinero para subsistir.
Un ejemplo de la confusión que puede generar la carencia de un lenguaje presentable para hablar de las quiebras imposibles y, por tanto, impracticables, es un informe hecho público por la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia y que dice que el gobierno del Sr. Rajoy ha destinado en los últimos seis años noventa y seis mil millones de euros en recapitalizar y rescatar a la banca española, que al parecer vive en equilibrio inestable, o sea, pisando la línea roja de la quiebra, y no puede esperar a que funcione el crecimiento que va logrando el gobierno.
Los 96.000 millones citados suponen exactamente el 8,48% del PIB o Producto Interior Bruto, que en España debe ser brutísimo si tenemos en cuenta cómo va el país. Se denomina producto interior bruto a la suma del valor de todos los bienes y servicios finales producidos por los españoles en el curso de un año, incluyendo a los de sueldo mínimo y a los que trabajan de vez en cuando. O sea, los noventa y seis mil millones salen de ahí para llenar las arcas de la banca tras detraerlos el Estado a la población civil mediante impuestos, gabelas, recortes y otros procedimientos que la banca y el gobierno debieran tener en cuenta. Según aclara el gobierno los noventa y seis mil millones prestados a los banqueros tienen el objetivo de incrementar los préstamos para que la ciudadanía produzca más y consuma más, lo que, entre otras bienaventuranzas, facilitará que el Sr. Rajoy gane otras elecciones para incrementar su producto bruto que no sólo son mercancía y servicios sino también colaboradores que hacen de la Moncloa el faro de la Torre de Hércules.
Más a la vista del proceso que siguen esos noventa y seis mil millones uno se pregunta las siguientes cosas. Primera: Si estamos en un régimen de libre competencia ¿por qué unos pueden quebrar y otros, no? ¡Pá, yo quiero un corrá bancario!
Segunda: ¿Por qué se habla de un préstamo si la banca apenas ha devuelto un cinco por ciento de lo recibido y se sospecha que una parte sustancial de la ayuda probancaria ha ido a parar a la islas Vírgenes o a Panamá, que ahora está de moda?
Tercera: ¿Por qué se denomina Vírgenes entre la buena sociedad a esas putas islas y por qué ha cobrado tanta fama el término Panamá, que en mi niñez solo servía para hablar del sombrero de verano de mi tío Anselmo? Todo está podrido. Necesitamos palabras nuevas para recuperar la elegancia social y evitar las que tradicionalmente serían apropiadas a fin de calificar operaciones como la de los noventa y seis mil millones de euros que el Sr. Rajoy ha regalado a la banca. Palabras como…
Atraco o asalto en poblado. Tiene un derivado superlativo en atracón pero se refiere o comer con exceso. No nos vale, por inelegante.
Asalto. O acometimiento por sorpresa. No vale en Bruselas, que condenaría a España.
Saqueo. Vale como apoderarse de lo ajeno por soldados. Y ya no son los tiempos bélicos de Franco.
Rapiña. O expoliación también con violencia. Podría creerse que se insulta a la Agencia Tributaria. No vale.
Quizá la palabra a usar para la operación de los noventa y seis mil millones sea rescate, que es la recuperación del dinero que nos habíamos quedado los pobres y que ahora se devuelve justamente a la banca.