Antonio Alvarez-Solís
Periodista

¿Retórica o pacto?

El nuevo líder del PSOE ha publicado su primer gran documento político: un Pacto Europeo por el Empleo. Su contenido es abstractamente aceptable; su posibilidad de realización, ilusoria. Cosas de la socialdemocracia, que ahora trata de revivir los principios del austro-marxismo, desde Otto Bauer a Bruno Kreisky.

El 7 de noviembre de 1983 el presidente austriaco Bruno Kreisky pronuncia en Roma, bajo los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), un importante discurso sobre lo que habrían de hacer los gobiernos socialdemócratas para alcanzar la justicia social sin recurrir a una revolución como la soviética. El programa del Sr. Kreisky es magnífico en lo moral, pero tiene un inconveniente básico, que es irrealizable, al menos en buena parte, sin cambiar el Estado y las instituciones de la democracia burguesa. La verdad es que el mismo Kreisky no confiaba ya tampoco en sus socialdemócratas para avanzar en este sentido, como desvela esta confidencia hecha a un periodista: «Estos chicos elegantes –se refería a Willy Brand y al sueco Olof Palme, brillantemente vestidos y calzados– no han ganado a la democracia (burguesa); se la han comido. Pero no escriba usted esto porque quiero mucho a ese muchacho que se llama Felipe González». Por cierto, esto ocurría antes de que Willy Brand condenase a Felipe González por deslealtad política tras haber sido su gran valedor. La postura socialdemocrática de entonces no es diferente a la de ahora.

Muchos años antes de este suceso el Sr. Bauer había escrito su libro titulado “La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia”, en el cual describe el derecho de toda nación a su independencia, entendiendo la nación como «una unidad de destino», frase que aprovecha, entre otros, José Antonio Primo de Rivera convirtiéndola en la españolada de «Unidad de destino en lo universal». La idea del Sr. Bauer tampoco funcionó liberadoramente porque el Estado base seguía siendo el de la democracia burguesa, ya en camino, incluso, hacia el Estado totalitario en manos de Hitler y otros fascistas.

En resumen, la socialdemocracia lleva casi un siglo en su inútil empeño de superar el capitalismo desde el mismo interior de ese capitalismo. Ahora le toca el turno al nuevo secretario general del PSOE, con una propuesta de pacto que recuerda en muchos aspectos el plan que expuso el Sr. Kreisky en 1983. A mí el contenido de ese pacto me parece un ejercicio fundamentalmente retórico. Sin cambiar la estructura social y el contenido de clase del Estado resultan sin sentido todos los esfuerzos que se hagan para instalar el socialismo. La pretensión de revolucionar sin plantearse la revolución parece una trampa de tiempos electorales.


Dice el Sr. Sánchez, en el primer punto de su pacto, que hay que reindustrializar Europa. ¿Hay que reindustrializarla cómo y para qué? Por lo visto el Sr. Sánchez sortea una realidad que invalida su petición. Ignora, al parecer, que dentro de la configuración actual de los mercados, con su estructura oligopólica cuando no monopolista a cargo de tres o cuatro potencias, toda competencia industrial sostenible resulta ya imposible a no ser que funcione una revolucionaria protección del ámbito a reindustrializar. Por ejemplo, la vuelta a un régimen arancelario. Lo que se entiende en el mundo capitalista por mercados abiertos son en realidad mercados superprotegidos financiera y políticamente, frente a los cuales no cabe más que una subordinación insoslayable. Esos mercados conceden migajas de libertad a los países empobrecidos a fin de sostener mínimamente ámbitos de consumo exteriores, asimismo muy vigilados.

Añade el Sr. Sánchez que se precisa un mayor endeudamiento para que los países ahora acosados por el paro y el subconsumo salgan de su desértica realidad industrial. Pero ese endeudamiento no resulta practicable si el aparato financiero de los países que necesitan inversión no está en manos propias; es decir, si la banca correspondiente no está nacionalizada. Esta nacionalización debe corresponderse con un consumo protegido de las producciones domésticas frente a las mercancías y servicios que provienen de las potencias dominantes. Al fin y al cabo las producciones de las grandes potencias disfrutan de esa protección de modo solapado, muchas veces merced a la intervención discriminatoria de grandes organismos internacionales gobernados por esas potencias.


Fomento del empleo juvenil solicita a continuación el Sr. Sánchez, lo que conlleva, tal como se valora ahora ese empleo, un deterioro contagioso de todos los restantes tramos salariales. Algo así exige una previa y dura aclaración de la política salarial, pues de no ser así se profundizaría la derrota de la clase trabajadora en todos sus escalones. Emplear y pagar dignamente son las dos caras de la misma moneda. Un socialista debe oponerse siempre a trocear la escala salarial de tal forma que las capas obreras se enfrenten entre sí de un modo diabólico. Por ello nadie puede aceptar en la izquierda, sin manifestarse revolucionariamente, que se hable de los jóvenes como de unos trabajadores de tercera clase. A igual trabajo, igual salario.

Dice también el Sr. Sánchez que hay que prolongar la formación laboral hasta los treinta años, lo que supone un gasto público excesivo en pro de las empresas privadas, que debieran asumir, al menos en buena parte, esa carga, como la asumieron en los buenos tiempos de la burguesía con su formación de aprendices en el mismo seno de la empresa. A los grandes empresarios se les está regalando un escandaloso volumen de medios laborales y financieros. Y frente a ello no cabe argüir, por ejemplo, que de no crear empleos con baja remuneración las empresas emigrarán de su país. Hay modos jurídicos para impedir este chantaje. Por otra parte, eso de los treinta años como límite del reciclaje profesional gratuito me recuerda el modo con que el régimen franquista disimuló su brutal cifra de paro en la larga postguerra mediante el simple expediente de prolongar hasta tres años el servicio militar. Parece evidente que hablar de formación respecto a un parado de treinta años de edad pone de manifiesto el fracaso rotundo de la política económica de un país cuyos desempleados pueden alcanzar esa edad. Y eso no se mejora haciendo de un  parado un fontanero parado.

Solicita asimismo en su pacto el secretario general del PSOE que se gobierne de cara a la fusión de las pequeñas y medianas empresas. Por lo visto el líder socialista participa también de la opinión de que la mayor dimensión o volumen de las empresas aumenta su seguridad económica. Y eso es muy discutible. Sobre todo en momentos de crisis profunda, como sucede ahora, las pequeñas empresas pueden adecuarse mucho mejor al entorno en que están implantadas. Son empresas más ágiles por necesitar un aparato administrativo y secundario muy escaso o, a veces, inexistente. Incluso su capacidad de acercamiento al posible cliente, tanto en calidad como en precio, les garantiza una mayor aceptación. Parte de la gran crisis que azota ahora a las colosales empresas que funcionan en el marco de las potencias financieras e industriales se debe a que no pueden soportar su propio peso. De ahí el drama de los despidos en masa. Algo parecido se podría decir de la internacionalización que reclama el Sr. Sánchez.


Cuando leía el texto del pacto que propone el líder del PSOE iba afirmándose en mí la convicción de que estaba ante un papel redactado con cuatro directivas keynesianas ya muy cuestionables y otras tantas propuestas de la vieja socialdemocracia. Hay que tener en cuenta que el Sr. Keynes sólo trató de salvar un capitalismo en peligro por sus excesos y a los estados de clase que administran ese capitalismo. Por su parte la socialdemocracia española no tiene tampoco ningún afán de dotar a la colectividad nacional de un poder democrático. La socialdemocracia es una especie de masturbación del capitalismo para suavizar sus tensiones internas, pero en ningún caso contribuye a la perpetuación de la especie humana.

Una vez más, la pregunta. Sr. Sánchez, ¿todo eso que usted propone cabe en el sistema actual megacapitalista? Y si no cabe, ¿no habrá que pensar en cambiar el Sistema? Sobra catedral y falta sagrada familia.

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