Iñaki Egaña
Historiador

Secundarios

Hollywood, los medios y la presencia de lo inútil en la actualidad, nos han conformado un escenario de protagonistas que en absoluto me agrada. Me he pasado media vida rescatando del anonimato víctimas sin inventariar, aquellas que un día fueron y la historia les negó un sustento, incluso dentro del ámbito de su colectividad, la nuestra. Lo escribo sin pedantería. Con angustia.

También acumulando recuerdos de quienes no tuvieron su minuto de gloria en un programa televisivo, siquiera en una página de sociedad, aunque bien visto esos instantes, momentos, con el “ico” si quieren ahora que han pasado los Sanfermines, únicamente sirvan para inflamar la vanidad. Me duele esa escala de valores que suponemos propia y no es sino extensión tentacular de la publicidad en estado original. Propaganda pura.

Por eso quizás, acuño más sombras que ligerezas, aunque sean esas inexistentes de la noche que describía Atxaga en su ‘Obabakoak’. Nunca sabremos si somos mariposas que despertamos de un sueño o soñadores de mariposas, si reflejo de una luz extinguida o caminantes sin destino, en todo caso, milicianos de la vida.

Por eso, asimismo, apenas presto atención a tanta imbecilidad revestida de trascendencia social, a amores enlatados en la portada de un informativo, a estadísticas que no sirven sino para relleno de necedades programadas. La vida es algo más, si es que algún día asumimos nuestra sencillez en el Universo.

Y esa vida está cargada de miles de estrellas, por continuar con el símil cinematográfico, que apenas relucen en el cielo nocturno. Agrupadas en galaxias de las que jamás recibiremos su luz, enlatadas en crónicas lejanas o cercanas, que huyen en medio de una globalización que nos hurta nuestras pequeñeces universales.

Me han llegado estas reflexiones intempestivas al conocer la muerte esta semana de Xote Plazaola, hasta 2011 alcalde de Legazpi, con quien, al poco de su elección, entablé una estrecha relación a cuenta de un rescate que, hasta entonces, parecía no importar. Nuestra memoria reciente. Xote era una persona sincera, algo a apreciar en estos tiempos.

Y la memoria del pueblo que le había elegido se la había tragado, hasta entonces, la tierra. O, en todo caso, la oficial era otra. La escondida aparecía guardada entre los rescoldos del miedo, de los que habían sufrido hasta la náusea la altivez de los vencedores, empolvada en papeles ajados, Xote, junto a un magnífico equipo, la puso en su lugar. Fue uno de los auzolan de esos que la Fundación Euskal Memoria guardará para el futuro.

Xote, sin embargo, fue un alcalde humilde. Apenas conocido fuera de Legazpi. No por ello sin personalidad. Me dirán y no quiero consultar a Wikipedia porque intuyo sus líneas, que la localidad tuvo sus protagonistas históricos. Me viene a la memoria Patricio Etxeberria, el empresario franquista que, muerto el dictador, su nombre fue desteñido de amistades fascistas para promover una historia pretendidamente aséptica. Personaje principal el último, secundario el primero. No hay justicia, tampoco en el recuerdo.

Porque es precisamente en estos secundarios, a los que Hollywood premia con un Oscar cuando se trata de una actuación maestra en una película, pero que la crónica olvida en la vida real, donde se ha forjado nuestro presente y donde se construirá el futuro. Si tuviéramos un Oscar para cada uno de ellos, los de la vida real, sería poco premio para tan extraordinaria condición.

Nos aventamos de la realidad con una rapidez extraordinaria. Y somos capaces de conjurar historias de donde no las hay. La televisión, los diarios y las redes, a una velocidad astronómica, nos bombardean con una serie de sandeces, relaciones y chismes cuyo objetivo sigo sin comprender. ¿Para eso la evolución que nos detalló Darwin? Durante años, el único refugio para evitar esa realidad machacona ha sido la literatura. Hoy ni eso.

Conozco con detalle muchos de aquellos secundarios que han jalonado nuestra literatura. Y, con ellos, empecé el recorrido del pasado hacia el presente. Fueron almas como aquellas que compraba Nikolai Gógol en tiempos de escasez y que una vez traspasamos del papel a nuestros valles, a nuestras calles. Como la del viejo gudari Nikola Agirre de aquella atrevida novela de Koldo Izagirre. Y de nuevo se me arrullan las sombras nocturnas con las diurnas.

Pero la literatura también nos engaña ¿Nos hemos olvidado, al margen de nuestros iconos como Saseta, Larrañaga o Dolores Ibarruri, de aquellos apellidos sin pedegree como Martínez, Armendariz o Bengoa que padecieron cárcel, exilio, tortura, muerte? ¿Hemos hecho mitos sobre Argala, Txomin Iturbe o Eustakio Mendizabal porque Andrés Gogorza, Koldo López de Guereño o Bakartxo Arzelus no tuvieron la suerte del contexto?

Conocimos con exactitud la vida, los deseos y las tribulaciones de Amaia, creada por la imaginación de Francisco Navarro Villoslada, en medio de reyes y condes, con tal delicadeza que hoy no sabemos si ella fue historia o leyenda. Pero, al margen de los nobles navarros, ¿cuántos padecimientos del pueblo llano, anónimo, nos hemos tragado por el bien de nuestra historia, de ese asombro mundial que era Nafarroa para el cortesano Shakespeare?

A veces nos enganchamos a las quimeras para entender nuestro mundo real. De Joseba Sarrionandia nos queda la duda en saber si el funcionario Chu Chao era, en realidad, un loco que mataba monstruos disfrazados de niñas o una fábula sobre el traidor Lope de Agirre. Asistimos aterrorizados a la queja inútil de Gara-Kondu, el negro apaleado por una cuadrilla urbana que Mikel Antza relató. La arrogancia de Ismael, de Enrique Ojembarrena, sembró mi jardín particular de incertidumbres comunes, sin llegar a alcanzar la inquietud del huidizo Etxemendi de Florence Delay. Y todo ello, ¿para qué? ¿Transformamos nuestros libros de historia o engrandecemos únicamente nuestra literatura?

Vislumbro, al releer las líneas anteriores, que están repletas de un vaho de tristeza, probablemente de nostalgia de lo que pudo y debió ser y que este mundo de espectáculo continuo, en cambio, nos depara. No lo puedo remediar. Hombres y mujeres de hierro y relatos de barro. No hay justicia.

Con Xote Plazaola se nos ha ido otro actor secundario. Como se nos fue el año pasado Juanjo Marco, aquel otro gran compañero que se despidió de todos nosotros en una memorable víspera del Nafarroaren Eguna de Baigorri que, por cierto, tuvo a Grazi Etxebehere de anfitrión. Alguien escribirá en sus memorias algunos trazos de su vida, con un poco de suerte, porque los secundarios jamás escriben sus memorias.

Mientras tanto, en medio de tanta injusticia histórica, algún otro pasará a la historia por utilizar el homenaje al Batallón Gernika en su beneficio electoral, pero pregúntenle por los nombres de aquellos luchadores antifascistas y pedirá un tiempo para que alguno de sus asesores se los apunte. Medallas en nombre de los sin-medalla.

Porque, desgraciadamente, el orden que hemos creado, los unos conscientemente, por coptación, y los otros por seguidismo, así lo impone. En fin… discúlpenme, por esta vez, que les haya hecho partícipes de ese tremendo desasosiego que se refleja en mi interior cada vez que uno de los nuestros nos deja, sin más líneas que las de su, nuestro, epitafio. A pesar de esa zozobra, aún está en nuestras manos airear esas inscripciones.

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