José Luis García
Doctor en Sicología, especialista en Sexología, autor del libro” Sexo, poder, religión y política”

Sexo, poder y agresiones sexuales a mujeres (XIV): el consumo de pornografía

Probablemente podríamos llegar a un acuerdo en que un cierto tipo de videos agresivos y violentos debería estar regulado legalmente, como ocurre con la pornografía infantil. Y, aunque su uso no es delito, si lo debería ser, al menos, compartir y producir ese tipo de materiales.

Que las agresiones sexuales se han convertido en una cuestión social relevante, lo prueba el hecho de que en Navarra han aumentado, en el último año, un 153%. Pues bien, una gran parte del debate sobre las causas de las agresiones sexuales, en particular en determinados movimientos sociales, pone el énfasis en el consumo de porno, estableciendo una relación causa-efecto y afirmando, categóricamente, que el porno crea agresores sexuales.

Sin embargo, en el momento actual, no hay evidencias empíricas, con estudios amplios y suficientemente contrastados, que concluyan en rigor que el consumo de porno está asociado directamente a conductas sexuales agresivas o violentas por parte de los hombres hacia las mujeres. De hecho, hay mujeres que también consumen porno y a estas no se las considera en similar asociación, respecto de esa conducta sexual agresiva para con los hombres.

Es cierto que no hay muchas investigaciones amplias y contrastadas en nuestro país, por lo que nos movemos más por sospechas, hipótesis, estimaciones y opiniones que por conclusiones de investigaciones científicas. Es muy probable que así sea en determinados casos, pero no podemos afirmarlo.

También se dice que la ausencia de políticas educativas avanzadas es un factor de riesgo. Sin embargo, podría argüirse que algunos países nórdicos tienen sistemas educativos muy avanzados, invirtiendo muchos más recursos que el resto y, sin embargo, presentan unas tasas de violencia de género y violencia sexual mucho mayor que las que tenemos en España.

Otros, como es nuestro caso, están convencidos de que la ausencia de una adecuada educación sexual profesional y científica, que pudiera confrontar las informaciones y valores que ofrece la pornografía, así como contrarrestar sus posibles efectos negativos, tiene mucho que ver y que es una necesidad indiscutible. Sin embargo, miren como estamos en este asunto: a años luz de lo que debería ser una situación razonablemente satisfactoria.

Hay pues mucho ruido, confusión y desconocimiento, por lo que lo más razonable sea comenzar a aclarar un poco este barullo, ¿no?

De momento, me atrevo a dar una opinión. Pero es solo una opinión apoyada básicamente en el estudio de este fenómeno, con algún soporte clínico, pero sin la suficiente fundamentación empírica: un cierto consumo de porno agresivo y violento es un factor que puede incrementar la probabilidad de cometer agresiones sexuales, en determinados hombres y en circunstancias concretas. Por tanto, el análisis debe acompañarse de otras variables, de las que las siguientes son solo unas muestras: culturales (por ejemplo, actitudes y valores machistas), educacionales (p.e. ausencia de educación sexual y valores de empatía) consumo de sustancias estimulantes, perfil de personalidad (por ejemplo, rasgos psicopáticos) desarrollo problemático (por ejemplo, socialización inadecuada, familias inadaptadas) y experiencia sexual (por ejemplo, abusos sexuales).

En nuestra experiencia clínica, hemos conocido cuatro casos de consumo de porno patológico (en cantidad y calidad), de los que tres de ellos no se correspondían con un patrón de agresor sexual, hasta ese momento. Sí el otro, pero son solo cuatro casos y no podemos extraer conclusiones y generalizarlas. Con todo, esta corta experiencia me ha permitido, además de empaparme a fondo de esta problemática, darme cuenta, reconozco que impresionado, del poder adictivo que tiene la pornografía en cierto tipo de personas.

No podemos dar carpetazo al asunto diciendo que son solo películas, que es ficción comparándolo con vídeos de personajes heroicos y, por tanto, irreales. Y ya está. No, hay mucho más que eso: la pornografía, excita, da placer y por eso atrae y engancha a muchas personas. Esa es una diferencia significativa. La motivación sexual es poderosa, cual caballo salvaje, y hay que encauzarla en libertad, con programas adecuados de educación sexual, entre otras medidas.

¿Qué podemos hacer? Investigar y poner luz sobre tantas sospechas. Mientras eso llega, lo primero que convendría aclarar es qué entendemos por pornografía.

1. El primer punto a considerar es que es preciso delimitar el propio concepto, a tenor de que el abanico de contenidos que se agrupan en esta categoría es extremadamente amplio: ¿qué entendemos cuando hablamos de pornografía? He de reconocer que, aun llevando algunos años estudiando el tema, no es nada fácil y, de hecho, todavía tengo no pocas dudas, aun así, yo consideraría al menos cinco modalidades diferentes.

Desde una película comercial erótica, hasta la violación agresiva en grupo de una mujer por varios hombres, considerando ambos extremos dentro de un continuo, hay un ilimitado abanico de temáticas, todas las que nos podamos imaginar, cada una con sus peculiaridades. Consiguientemente no parece adecuado meter todo en el mismo saco.

Es indudable que hay películas eróticas y del llamado porno suave o light que tienen un efecto positivo en algunos espectadores y espectadoras. Son imágenes que bien podrían calificarse de hermosas, incluso estéticas, donde se observa el respeto y la participación activa, así como la entrega de los protagonistas, mientras que no se percibe, en ningún momento, imágenes de cualesquiera tipos de agresividad entre ambos. Se excitan, se quieren y desean, disfrutan y obtienen placer. Y el espectador(es) hace lo propio.

También hay películas, desagradables, agresivas, que repugnan, ofenden y son insoportables, porque reflejan comportamientos patológicos, inaceptables desde todo punto de vista. Conocemos que este tipo de videos horribles, también excita a algunas personas y esa circunstancia, por sí misma, ya debería ser motivo de consulta psicológica profesional, ya que para nosotros es una señal de alarma.

2. No estamos muy al corriente de que modalidad de porno se visualiza y durante cuánto tiempo. Tenemos únicamente datos interesados de páginas web de porno que hablan de un consumo importante. De hecho, en alguna de esas clasificaciones, España está en 13º lugar a nivel mundial. Mi sospecha es que se consume más porno de lo que se supone y que, siguiendo la afirmación inicial, debería haber más delitos. ¿o no?

3. No sabemos muy bien y en rigor, quiénes consumen porno y en qué cuantía. Sospechamos que en la juventud por razones obvias hay un mayor consumo y que son los varones quienes más consumen. Pero, con seguridad, los adultos también lo hacen. Y las mujeres. ¿Cuántas?

Lo que sí parece indudable, es que el porno excita y que contribuye a crear fantasías sexuales que a su vez sirven de excitación momentánea y futura. Siguiendo con esta página de Porn Hub, una de las modalidades más vistas es la de jóvenes con mujeres mayores (MILF) y sabemos que una de las fantasías de muchos chicos jóvenes es justamente de este tipo por lo que la relación parece obvia. Las primeras fantasías sexuales, y por ende, las primeras visualizaciones parecen tener una relevancia notoria en la sexualidad posterior. No hay duda de que el porno ofrece informaciones sexuales y contribuye a crear modelos de actitudes y conductas sexuales.

Y ahora algunas sugerencias. El debate prohibición-regulación del porno ni siquiera ha comenzado, en sus justos términos, en nuestro país. Creo que hace buena falta que tal cosa ocurra porque saldríamos todos beneficiados. La necesidad de investigar y conocer estas cuestiones debería ser un asunto prioritario para las autoridades sanitarias y educativas en orden a implementar programas sistemáticos de educacion sexual profesional, por docentes cualificados que como hemos reiterado en estas mismas páginas. Y ésta es una reivindicación pendiente. No hay ninguna razón para que siga sin estar resuelta, por lo que no se puede aceptar durante más tiempo que la pornografía sea una de las principales fuentes de información-educación sexual de nuestra juventud. Y esto si lo sabemos con rigor.

En casa es absolutamente prioritario que hablemos con nuestros hijos e hijas, que cojamos el toro por los cuernos, armándonos de valor y dialoguemos abiertamente de estas cuestiones. Con tranquilidad, con cariño y con empatía. Los padres deben saber que consumir en exclusiva conocimientos, imágenes y modelos de conducta sexual del porno, no es inocuo. Es muy probable que puede producir una visión sesgada de la sexualidad y de las relaciones sexuales entre las personas. Una visión deformada, no realista, que propone unos tipos de relaciones sexuales que pueden distorsionar sensiblemente la construcción de una perspectiva igualitaria, saludable y positiva. Y aunque el porno es fantasía, como la peli de Superman, aquel excita y produce placer y la de Superman, que yo sepa, no.

Probablemente podríamos llegar a un acuerdo en que un cierto tipo de videos agresivos y violentos debería estar regulado legalmente, como ocurre con la pornografía infantil. Y, aunque su uso no es delito –¿por qué este consumo no es ilícito?–, si lo debería ser, al menos, compartir y producir ese tipo de materiales.

Finalmente habría que incorporar a las redes de salud mental profesionales de la Psicología especialistas en sexología, que se ocuparan de aquellas personas, en su mayoría hombres, que presentan trastorno de adicción al porno o pueden estar en riego de ello y de desarrollar conductas parafílicas porque, aunque no tenga datos fiables, me permito augurar una mayor demanda en los próximos años.

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