José Luis García
Doctor en Psicología, especialista en Sexología, y autor del libro “Sexo, poder, religión y política” en Navarra

Sexo, poder y machismo (IV). Ser hombre no solo tiene ventajas

El modelo tradicional de hombre es un modelo de rendimiento y competitividad con el resto de los hombres. Se trata de demostrar, desde la más tierna infancia, quién es más machote. Y esto tiene un coste extraordinario.

Hace unos cuantos años publicaba un artículo en el que hacía referencia a los numerosos destrozos, en todos los órdenes de la vida, que provoca el machismo a mujeres y a hombres. Si bien es absolutamente cierto que los hombres tenemos unos privilegios extraordinarios, también lo es el que, tales prerrogativas, no son gratis. Tienen sus costes. Y que los pagamos. Yo creo que sobradamente, aunque otras personas dirán que no es para tanto.

Y lo afirmaba, entre otros argumentos, por el sufrimiento que manifiestan no pocos varones, por tratar de seguir a pies juntillas su propio modelo masculino en muchos ámbitos de su comportamiento en general y en lo que se refiere a su conducta sexual en particular: un modelo de competitividad y rendimiento. Estar siempre dispuesto, dar la talla, cumplir en la cama, tener siempre una erección a demanda, dejarla satisfecha… en fin, tareas imposibles de mantener desde cualquier punto de vista. Vano empeño por el que algunos hombres luchan denodadamente y acaban perdiendo, como no puede ser de otra manera. Insatisfechos. Incapaces de disfrutar. Carne de cañón para clínicas privadas y empresas farmacéuticas de píldoras de colores que se hacen de oro aprovechándose de las miserias e inseguridades masculinas. Y no se trata solo de una cuestión cuantitativa.

El artículo provocó en algunos sectores cierta polémica y algunas mujeres ofendidas me lo recriminaron. Decir esto ahora en plena ola de feminicidios y agresiones sexuales por parte de los varones puede resultar políticamente incorrecto. Pero nadie me va a acusar de machista, cuando llevo defendiendo la igualdad desde hace 40 años en libros, artículos, cursos y conferencias. Y vuelvo a sacar este debate porque estoy seguro que, al hacerlo, hombres y mujeres salimos beneficiados en la medida en que ello puede contribuir, aunque solo sea una pizca, a una mayor igualdad. Por consiguiente, sigo manteniendo que uno de los perjudicados del machismo es el propio hombre.

Sin quitar un ápice a la importancia y trascendencia de la violencia de género, tomemos por ejemplo los delitos cometidos en nuestro país. Según el INE, en 2010, de los 266.548 delitos cometidos 242.165 lo fueron por hombres y solo 24.383 por mujeres. No llega ni al 10%. Otro informe del Ministerio del Interior, sobre los homicidios y asesinatos resueltos en 2012 revela que ellos mueren asesinados en reyertas (1 de cada 3) y en las mujeres por la violencia de genero (1 de cada 2). En 2016 otro informe señala que el porcentaje de hombres asesinados es del 61,56%, mayor que el de mujeres que ha sido del 38,44%. Dado que el asesino y el asesinado es mayoritariamente hombre, la conclusión es obvia: nacer hombre tiene mucho más riesgo que nacer mujer. Además de que los hombres –en parte por nuestros poco saludables hábitos de vida– nos morimos antes, nos matamos entre nosotros. La cárcel está llena de hombres que matan a otros hombres por demostrar su hombría. No sé qué ocurre en el resto del mundo, pero me atrevo a decir que será muy parecido. Seguramente mucho peor en los países más pobres. Y, probablemente, las víctimas sean de edades jóvenes.

Aparte de los homicidios, dedicamos mucho tiempo a luchas, peleas, broncas y agresiones entre hombres. Para ver quien tienen más poder. No he visto a ninguna mujer peleándose antes y después de un partido de futbol. O quedar exclusivamente para pegarse, para hacerse daño. Mucho más si hay alcohol de por medio, o drogas, en cuyo consumo también lo petamos.

Accidentes de coches para ver quien corre más. Competir por las mujeres, a ver quién folla más, quién dura más en el coito o quién la tiene más larga. O quien tiene el coche más potente. Siempre empeñado en destacar y ganarle al otro hombre, al precio que sea. Homínido total. ¡Qué empeño más estéril! ¡No me digan que esto no es una enorme desgracia!

El modelo tradicional de hombre es un modelo de rendimiento y competitividad con el resto de los hombres. Se trata de demostrar, desde la más tierna infancia, quién es más machote. Y esto tiene un coste extraordinario. El macho es duro, tiene que aguantar lo que sea, no expresa emociones, reprime sus sentimientos, no llora. No es tierno ni dulce. Pero, sobre todo, lo dramático del caso es que esta cultura fomenta la muerte de hombres que quieren demostrar a sus víctimas que son más hombres que ellas. ¡Qué importa eso después de muertas!

Hay un modelo tradicional bien conocido y otro modelo más igualitario al que anhelan llegar los varones más comprometidos y en donde les esperan muchas mujeres con los brazos abiertos. Todavía es minoritario. En el medio de los dos hay otro modelo que, a nuestro juicio, es el predominante: el de aquellos chicos que, aspirando a la igualdad, se ven atrapados en una cultura que ha promovido la desigualdad durante siglos, divergencia que parece formar parte de su ADN. Hombres que no acaban de digerir el imparable ascenso de las mujeres y que vayan teniendo más presencia y poder en la vida.

La situación cambiará cuando los hombres tomemos conciencia de que, siendo machistas, además de hacer un enorme daño e infringir un gran dolor a otras personas, de ser infelices, nos estamos perdiendo cosas muy hermosas. Que una relación más igualitaria con una mujer es algo más difícil, pero mucho más gratificante. Que la vida puede ser más agradable si dejamos de estar permanentemente compitiendo, liberándonos de ese machismo dañino. Que querer ser más hombre que otro es una soberana estupidez que no conduce a ninguna parte. Que es absurdo y estéril demostrar la masculinidad por medio de la violencia.

Hay que cambiar. Sería deseable usar el poder que tenemos, que se lo hemos arrebatado a las mujeres, no para hacer daño al otro o a la otra, sino para acercarse y limar las desigualdades. Compartir ese poder con las mujeres, negociando su uso. Dialogando. Más que ser hombre o mujer, lo importante es ser persona, que tiende la mano a la que está a su lado, empatizar con ella y tratar de ayudarle en la medida de lo posible. Y eso no solo no es una debilidad, sino un bello signo de humanidad que nos honra como especie.

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