Usted está aquí
Tras las primeras páginas, a uno se le ocurre que no se hizo o no se acertó con el diagnóstico inicial y que se obviaron cuestiones básicas, aunque nos pudieran resultar incómodas, como la lengua materna o la diversidad de la sociedad vasca.
Posiblemente este verano muchos nos habremos encontrado frente a un mapa y habremos agradecido el icono que nos decía «usted está aquí». Es un mensaje tan práctico como metafísico: si no sabemos, para empezar, en qué punto de esa ruta de los acantilados, del románico, del jardín botánico, del laberíntico parque temático nos encontramos, difícilmente sabremos qué dirección tomar, calcular tiempos, fuerzas ni número de bocatas; si no sabemos dónde carajo estamos difícilmente podremos marcarnos un objetivo.
A esta misma conclusión llegamos, cada vez más a menudo, cuando le pedimos a Google Maps que nos oriente. No, la aplicación no quiere resultar impertinente, pero nos pide, antes de meterse en harina, nuestra «ubicación» o, al menos, desde dónde partiríamos a nuestro destino.
Es curioso que en los itinerarios educativos, ya sean de corto o largo recorrido, nos cueste tanto hacernos esa pregunta preliminar e imprescindible: «¿dónde estamos?».
-En el aula, con la vista puesta en junio y las veinticinco unidades dela programación, son muchas las ocasiones en que estamos tentados de arrancar el curso dando por hecho que todos los alumnos están en el tren aunque la experiencia y el sentido común nos digan lo contrario: algunos se han quedado en el andén y, si no andamos con cien ojos, otros se irán apeando en estaciones intermedias. Y cuando decimos apearse nos referimos también a sus consecuencias: fracaso, disrupción, abandono de la asignatura, problemas de convivencia, absentismo...
Sin evaluación diagnóstica el curso se convierte en una aventura. Lo explica perfectamente Ángel Fidalgo en su blog "Innovación educativa" estableciendo una comparación muy congruente entre la labor del profesor y la del entrenador personal.
-La misma Administración ha estado funcionando sin evaluar de una manera honesta la idoneidad del modelo D. No era necesario esperar a los resultados que se han hecho públicos recientemente: resultaba más que evidente que no estábamos alcanzando el objetivo en el aula y lo que es peor, y aún más evidente, tampoco fuera de ella. Bastaba ver, escuchar más bien, lo que ocurría segundos después de que sonara el timbre de cambio de hora, hacer una guardia de patio, recorrer los pasillos del instituto.
Hemos olvidado que, cuando convivió con A y B, D se convirtió inevitablemente en un filtro socioeconómico en los centros públicos; que su ritmo de instauración ha sido más condescendiente en los centros concertados… Son episodios sonrojantes e incómodos pero que, si la levantamos, continúan ahí, bajo la alfombra.
Sí, también aquí, en la sala de máquinas, llevan tiempo sin –querer– saber dónde estamos y, lo que es peor, sin preguntárselo de una manera rigurosa: la Evaluación diagnóstica que se ha llevado a cabo en los centros en el 2020-2021 ni siquiera ha sido externa. Se nos facilitó la aplicación y las pruebas fueron desarrolladas y custodiadas por docentes del propio centro: su objetividad y su valor quedan en entredicho y más aún el interés del Departamento por tener una foto real del desarrollo de esas competencias que, tocadas por la pandemia, era urgente medir.
Conviene recordar que la evaluación, como dice el pedagogo chileno Pedro Ahumada, «no es un fin, es un medio». Lo digo porque, algún diario, tras un análisis de urgencia, se ha lanzado a degüello y habla de un fracaso rotundo. Lo que ahora realmente tocaría es hacer una lectura sosegada del trabajo del ISEI-IVEI que analiza -ahí es nada- el período comprendido entre 2009 y 2019 y convertirlo en herramienta y no en titular arrojadizo.
Lo cierto es que, tras las primeras páginas, a uno se le ocurre que no se hizo o no se acertó con el diagnóstico inicial y que se obviaron cuestiones básicas, aunque nos pudieran resultar incómodas, como la lengua materna o la diversidad de la sociedad vasca. Se nos olvidó además comprobar la solidez de ciertos pilares que son de carácter lingüístico pero que, para calibrar la respuesta social que buscamos, resultan indispensables: la economía del lenguaje y su funcionalidad.
Eso nos hubiera permitido pensar en todos y cada uno de los alumnos a la hora de marcarnos objetivos y establecer una adecuada hoja de ruta con dos ideas clave: no podemos renunciar al bilingüismo pero hay que asegurar por todos los medios la escolarización; las lenguas vehiculares no pueden conformarse con su desarrollo en el ámbito académico, tienen que alcanzar la calle.
Todo va a ser mucho más fácil en cuanto sepamos realmente dónde estamos.