Iñaki Etaio
Militante de Askapena

Venezuela: esto no va de democracia

Momentos como este exigen analizar con detenimiento lo que subyace tras titulares, declaraciones, difusión sesgada de algunos hechos, ocultación indecente de otros y propaganda disfrazada de análisis en la mayoría de los grandes medios. Exigen no dejarse medio convencer por lo superficial, por esa mentira que, por mil veces repetida, pretenden transformar en creíble, ni dejarse llevar por esa respuesta emotiva falta de un análisis medianamente serio y documentado.

Las elecciones del 28 de julio no eran unas simples elecciones, como tampoco lo ha sido ninguna elección en Venezuela este último cuarto de siglo. Lo que se dirime va mucho más allá de la voluntad de la población venezolana. No es la defensa de la decisión de este pueblo lo que engrasa cancillerías, think tanks, líneas editoriales y creadores de opinión en redes sociales. El proceso popular que resiste y lucha por seguir avanzando y construir un modelo diferente es «el problema». Ello a pesar de la guerra híbrida que enfrenta Venezuela desde hace más de dos décadas (guerra económica, financiera, diplomática, mediática, sabotajes a infraestructuras, ataques cibernéticos, atentados, incursiones paramilitares, guarimbas, guerra psicológica...) que intenta rendir por hambre, enfermedades, carencias y, sobre todo, desesperanza a un pueblo. Al igual que ocurre desde hace más de 6 décadas con Cuba, no deja de ser un chantaje disfrazado de altruista objetivo: «si persistís por ese camino, esto lo que tendréis, miseria y falta de futuro; si abandonáis ese modelo, todo mejorará». Ello, además de las inevitables contradicciones y errores propios inherentes a todo intento de transformación social, acentuados en el citado contexto de asedio.

El territorio venezolano es estratégico, es clave en la geopolítica y en la correlación de poder a nivel regional y mundial. Junto con Cuba y algunos otros Estados aliados en torno al ALBA-TCP, Venezuela es el motor de la integración latinoamericana frente a un imperialismo yanqui que en modo alguno admite perder su histórica dominación sobre su «Patio trasero». Junto con algunas otras experiencias regionales (MST, pueblos originarios organizados...), Venezuela es escenario del desarrollo del poder popular desde la organización colectiva mediante el movimiento comunero. A pesar de la escasez material y de financiación, del trato preferente que han recibido algunas empresas privadas de alimentación frente a una apuesta más decidida por lo comunal, y de tensiones con algunos cargos incrustados en el aparato oficialista del chavismo, pero bastante alejados del concepto de Estado comunal formulado por Chávez, el movimiento comunero se está reforzando, articulándose a nivel de todo el territorio venezolano e incorporando a cada vez más población. El proceso electoral desarrollado el 25 de agosto en 4. 050 circuitos comunales para priorizar entre los proyectos propuestos por las comunidades aquellos que serán financiados es un claro ejemplo de democracia participativa y protagónica de la que, evidentemente, no se ha hecho eco ninguno de esos medios tan preocupados por la democracia en Venezuela... Un ejemplo de democracia popular que poco tiene que ver con la delegativa democracia formal burguesa que nos venden como el modelo más depurado de expresión de la voluntad popular...

Venezuela es, también, espacio de encuentro para gran parte de la izquierda regional e internacional. Venezuela es petróleo, mucho petróleo. Y Venezuela es, además, un Estado con fluidas relaciones en diversos ámbitos con China, Rusia o Irán, directos competidores de EEUU por la hegemonía mundial, cuando no enemigos declarados.

El objetivo no es Maduro. El objetivo es el proceso mismo, es el chavismo. Ese que, sin la presencia física de Chávez, pero con su imborrable permanencia en el subconsciente colectivo, sigue siendo fuente de inspiración para construir otra sociedad. Esa es la amenaza, que esa experiencia histórica termine cuajando, demuestre su viabilidad y se expanda.

La situación previa a las elecciones del 28 de julio mostraba, una vez más, que la oposición de ultraderecha y sus patrocinadores no iban a reconocer otro resultado que no fuera su supuesta victoria. Prepararon el terreno con las prospecciones que les interesaban (mientras ocultaban las encuestas que daban la victoria a Maduro), activaron la maquinaria mediática, bloquearon webs y sistemas de cómputo. En esas condiciones adversas, en las que, probablemente, el manejo informativo por parte del gobierno podría haber sido mejor (teniendo en cuenta lo que podía ocurrir), la presión mediática y diplomática ha cuestionado de forma interesada los resultados proporcionados por el Consejo Nacional Electoral y ratificados por el Tribunal Supremo de Justicia, que, al parecer, en Venezuela no son imparciales pero en el resto de Estados sí... En cualquier otro país dichos entes son incuestionables, pero en el caso de Venezuela la referencia parece ser la web de una oposición que es cualquier cosa menos honesta y transparente...

A pesar de tantos años de intentar rendir a toda esa población que puso sus esperanzas y energías en el proyecto chavista, del desgaste de la economía, la devaluación de la moneda, la inflación, el desabastecimiento, del propósito permanente por desconectar en la mente de la población venezolana las consecuencias que sufren en su día a día de las acciones que las provocan, haciendo responsable al gobierno de todos sus males, el chavismo sigue resistiendo y manteniendo una hegemonía social. Su presencia, su fuerza y la energía e ilusión que transmite es menor que en otras épocas; qué duda cabe. Algunos sectores se han escindido por la izquierda y, aun reivindicando el legado de Chávez, no otorgan su voto al chavismo oficialista. Otros sectores otrora afines al chavismo, más amplios aunque menos ideologizados, han cedido al desaliento y, o bien están desactivados y no votan, o bien han pasado a votar otras candidaturas. Otros sectores de origen popular ni estaban ni están con el chavismo. Entre ellos, lumpen y desclasados que sirven para ofrecer a los medios esa imagen de calles en llamas, en muchas ocasiones bajo pago (los llamados «comanditos»).

Sin embargo, los sectores más conscientes del chavismo se mantienen firmes y, dentro de su heterogeneidad y críticas internas, cierran filas en torno al movimiento que los protege de la arremetida revanchista fascista que llegaría en un escenario poschavista y en torno al proyecto que posibilita seguir construyendo poder popular y tejer, día a día, democracia participativa y protagónica. Esa consciencia de que la solución no es dar un paso atrás, sino radicalizar el proceso de cambios y seguir arrebatando a la oligarquía espacios de poder es la mejor garantía para resistir y avanzar.

Todas estas realidades bullen, dinámicas, en Venezuela, más allá de los deseos, falsedades y ocultamientos de la propaganda mediática.

Esto no va de democracia. Va de lucha por el poder, va de dominio imperialista, va de pugna entre potencias, va de lucha de clases.

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