Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Vestidos de paisano

Usted lleva meses insultando a la razón democrática con sus arrebatos judiciales y policiales, que le han convertido en la Némesis vengativa del Sistema. En ese ambiente es radicalmente obsceno que usted siga aduciendo que «se va obligado a hacer lo que no desea». Pues reflexione y no lo haga. O váyase.

El gran problema que está consumiendo a la sociedad moralmente –todo aquello que no es moral resulta mortal– es el militarismo, situación que podemos definir como la sustitución del pensamiento por la ordenanza. Esta realidad es particularmente perjudicial en naciones como España, que están a caballo entre la modernidad como ambición y el equivocado camino para conseguirla. Dejando aparte ahora qué es la modernidad hay ante nuestros ojos cegatos una realidad que nos negamos a admitir: o España acepta la democracia al menos en alguno de sus grados o estilos o volverá al dramático conflicto permanente que va del siglo XVIII al monstruoso acontecer de 1936.

España sigue siendo una nación embastada por un militarismo fundamental que la convierte en una máquina rudimentaria en poder de facciones coléricas. Hasta el cardenal Cisneros exhibió sus cañones ante la nobleza que discutía su regencia. «Estos son mis poderes», dijo a los grandes de España cuando fueron a pedirle cuentas de su poder. Es muy difícil dar en España con un político que no lleve uniforme debajo de su traje de paisano o incluso del hábito de su jerarquía eclesiástica. Lo más chocante es que este militarismo tan pronunciado haya perdido todas las guerras importantes salvo las internas o civiles.

Quizá este espíritu militarista que habita en muchos dirigentes políticos, no sólo españoles, fue el que poseyó a Clemenceau, el «Tigre», cuando ante el sangriento conflicto de 1914 con el imperio alemán hizo visible su militarismo eficaz y profundo  al decir  que «la guerra es una cosa demasiado seria para confiarla a los militares» ineficaces y tomó personalmente el mando de las operaciones. Fue en su ánima un militarista exigente, no un antimilitarista. Hay que analizar estas cosas con mucho cuidado. Clemenceau fue un pretendido demócrata acuartelado en su interior. Hago esta referencia sugerido por la persona del Sr. Rajoy, un tigre enjaulado. Visten de paisano, pero…

Mas hoy no quería hablar de Cisneros ni de «El Tigre» sino de Rajoy, que parece vestir íntimamente el uniforme militar para sentar su política sobre Catalunya y que parece hacerlo como un pequeño Cisneros o un pequeño Clemenceau –en fin, como un pequeño– cuando aborda la situación catalana. En este Rajoy desaparece la política para revestir a su gobierno con el uniforme militar. Nada de negociaciones ni de formas o derechos democráticos ¡Represión! Refiriéndose al enfrentamiento con Catalunya considera que la crisis catalana ha dejado «algunas enseñanzas para el futuro y para siempre». O sea, enseñanzas «para siempre», es decir, con absurda duración superior al futuro. Un teólogo diría de esta entelequia que el jefe del Gobierno español ha hecho ontología de la realidad, es decir, metafísica política. Pero la cosa no ha quedado ahí. Ha añadido, en una estimulante cena navideña con su estado mayor que «los gobernantes ya saben lo que pueden hacer y lo que no pueden hacer. Este es el futuro de España»: un permanente 155 que queda de santo y seña para la historia de ciudadanos que habitan, por las buena o las malas, el Estado español. Frente a tal atropello a la lógica y a los presuntos ciudadanos hay que decir algunas cosas.

Mire usted, Sr. Rajoy: usted es un jefe de gobierno, pero yo soy un ciudadano democráticamente investido para hacer y deshacer los gobiernos y reducir a nada cosas como su 155 y, con ello, a usted. Si esto no funciona así porque usted se ha puesto la guerrera le diré que recorte también su bigote para no engañar a nadie y proceder ya abiertamente, aunque con miedo evidente, como sus dos antecesores próximos: Hitler y Franco. En ese escenario usted recuerda a un Trujillo o un Somoza, que también eran fabricantes de leyes de ocasión para alimentar un Estado kelseniano. Y le facilito esta referencia para facilitarle el entendimiento del kelsianismo a su segunda de abordo, que necesitaría un cierto repaso ideológico.

Con sus frases, que acabo de reproducir, usted ha ofendido no sólo a los catalanes, los vascos y los gallegos sino a todos los españoles que andan mohínos y repletos de dubitaciones por vivir en la cuna del más rancio fascismo europeo. Usted lleva meses insultando a la razón democrática con sus arrebatos judiciales y policiales, que le han convertido en la Némesis vengativa del Sistema. En ese ambiente es radicalmente obsceno que usted siga aduciendo que «se va obligado a hacer lo que no desea». Pues reflexione y no lo haga. O váyase. Un gobernante no es precisamente un gobernante «necesario». Lo que califica la grandeza de un dirigente es su dimisión frente a una situación irremontable que ha encabezado directa o incluso indirectamente, ya que las consecuencias derivadas de ese desgobierno debieran sentar también en el banquillo de la opinión pública a no pocos de sus colaboradores y consejeros. Si el Partido Popular es incapaz de hacer esa depuración interior los ciudadanos que lo componen, que se supone decentes y democráticos, debieran poner en cuestión su presunta democracia y proceder a un largo debate sobre su adhesión a quienes la han corrompido. Cuando en Nuremberg se condenó a los dirigentes del nazismo se procedió también contra el partido de los ajusticiados bajo el supuesto de que una planta venenosa no ha de ser acabada sólo en sus brotes externos. Hay que ir a las raíces.

Usted, Sr. Rajoy, ha dejado claro que su política es militarista cuando ha abordado el problema catalán con una única voluntad: represión; adhesión plena o muerte social. No hay, pues, política que valga. Al llegar a este punto releo en Chantal Mouffe estas líneas referidas a Skinner: «La libertad individual únicamente se puede garantizar a ciudadanos de un Estado libre, de una comunidad cuyos miembros participan activamente en el gobierno» ¿Estamos ante el caso catalán? Hablemos sin cinismos constitucionales. Sr. Rajoy, los catalanes afirman su voluntad de ser  nación, lo que aparejaría la soberanía correspondiente ¿Se puede negar por tanto a Catalunya la prueba del referéndum para constatar la hondura de ese sentimiento nacional? Usted ha dicho muchas veces esa simpleza de que «las cosas son como son» Pues bien ¿podemos averiguar cómo son según su cabeza? ¿O esta averiguación también hemos de hacerla con el catavinos de la Constitución?

Con sus frases, Sr. Rajoy, usted ha ofendido no solo a catalanes, vascos o gallegos que se ven forzados a navegar  en nave ajena, sino a todos los españoles que andan dando bandazos por vivir en el seno del más rancio fascismo europeo. Esto les lleva a superar su angustia paranoica mediante explosiones neuróticas a las que usted y los suyos califican de patriotismo. Para fundamentar esto que escribo he buscado orientación en la ciencia de los símbolos y la gestualidad que pueden explicarnos complicadas cosas que suceden en el ser humano: esos gritos desaforados al adversario; esos movimientos estrepitosos de adhesión al producirse las acciones policiales; esas simplicidades sonoras que convoyan no a una ideología sino a los agentes que reprimen las manifestaciones políticas del adversario; esos recursos urgentes a los tribunales o la mismísima Corona para que barnicen algo el abuso de poder que usted, Sr. Rajoy, ejerce con una torpe solemnidad; esa expresión de triunfo con que se producen muchos españoles que usan de los correos a periódicos claramente intervenidos para solicitar un incremento de los encarcelamientos… Todo eso nos ponen ante un Goya que elevó a arte la muerte de la libertad. Un Goya que también hubo de exiliarse para proteger su insigne arte representativo del horror español y su misma persona ¿Es esa la España que usted quiere dejar a los españoles?

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