Jose Mari Esparza Zabalegi
Editor

Viva la Guardia Civil

En el año 1418, el rey Carlos III de Navarra autorizó la feria de Tafalla, que seis siglos después se sigue celebrando en el mes de febrero. La principal característica de la autorización real era el carácter franco y permisivo de la feria, hasta el extremo que, además de permitir la venta y el trueque de todo tipo de mercancía, nadie de los que acudieran a la misma podían ser detenidos por ningún delito, salvo los de “crimen de lesa majestad, falseadores de monedas, ahorcadores de mujeres, quebrantadores y robadores manifiestos de caminos”. Era el siglo XV y Navarra era un estado soberano.

Esta semana pasada celebrábamos la 597 edición de la Feria. Nuestra inefable Junta de Inseguridad de Tafalla, que tantos sustos nos viene dando, había pedido refuerzos para garantizar el desorden y propiciar el caos. Durante todo el día era de ver cómo los controles bélicos de la Guardia Civil estuvieron incordiando a cuantos acudían a la feria, sobre todo si eran jóvenes. ¿Acaso buscaban el comando Nafarroa? No es probable, pero véte a saber en qué hora tienen algunos parado el reloj. Nadie sabe a qué responden esas manifestaciones de fuerza, que uno nunca ve cuando visita ferias en Castilla o Andalucía. Pero aquí sirven para recordarnos que seguimos siendo un país ocupado, y que los conquistadores pueden hacernos lo que quieran.

La mañana transcurría tranquila hasta que de nuevo la Guardia Civil hizo acto de presencia en el recinto donde, organizado por el Ayuntamiento, los de la asociación de avicultura Eoalak, exponían y vendían gallinas y ocas autóctonas de Euskal Herria, que algunos, con buen criterio ecológico y patriotismo naturalista, están empeñados en conservar. Pues bien, ajenos completamente al carácter franco de la feria, ignorantes de la voluntad de Carlos III y sobre todo, irrespetuosos con el pacífico ambiente ferial, los beneméritos interrumpieron la venta de las gallinas y ocas, tal vez para que de la raza vasca no queden ni los huevos.

Pero la jornada seguía siendo en extremo tranquila, y las tropas acantonadas en la ciudad del Zidakos debían estar aburridas. Así que, al anochecer, amén de patrullar por las calles en manada, numerosos patrols y furgonetas interrumpieron en la zona apartada donde cientos de jóvenes celebraban el día del Gardatxo, la gran asociación juvenil local. Los jóvenes estaban escuchando conciertos. Por no haber, no había ni pancartas reivindicativas. Los guardias llegaron, vieron que los organizadores estaban contando la recaudación del día y, con el mismo estilo choricero con el que se llevaron la recaudación a favor de los presos del otro día en Bilbao, quisieron llevarse el dinero. Todo por y para la Patria.

La bronca, claro está, fue de órdago. Llegaron concejales y abogados, se suspendieron los conciertos, los jóvenes salieron en masa a defender su fiesta y ante el cariz que tomaba el asunto, los españoles se marcharon sin el botín. Y como acaece cuando no están, la feria continuó en paz.

Y en paz hubiera acabado el día si horas después, resentidos de su fracaso anterior, no vuelven en tropel a identificar a los jóvenes rezagados y quién sabe si a por la pasta. De nuevo protestas, esta vez con porrazos, personas mayores heridas, una detenida… Luego ya se sabe: ellos fueron los agredidos, y la Delegada de Gobierno hará la mejor recaudación de la Feria con sanciones indecentes. Es la rapiña colonial.

Conclusión: la Guardia Civil es una maravilla. Lo mejor que podemos tener mientras dure la ocupación. En un solo día de Feria, ellos solos consiguen hacer más abertzales que todos los mitines de Telesforo Monzón y Otegi juntos. Criadores de gallinas encabronados; ocas alteradas; visitantes puteados en controles; conciertos cortados; jóvenes con el cubata amargado; personas que pasaban por allí con el labio partido, golpeados, zarandeados, tirados por el suelo, multados… Malaostia popular convertida en humus de rebeldía. Reparto a mansalva de estiércol, que abonará nuevas voluntades para poner a la Benemérita, y cuanto representan, en la otra orilla del Ebro. Hasta ese benemérito día, en el que podremos celebrar la feria tal y como la autorizó Carlos III, seguiremos diciendo, ¡Viva la Guardia Civil!

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