Iñigo Orduña, ateo y apóstata

Por unos sanfermines laicos y libres de religiones

Tras 40 años de nacionalcatolicismo, suele ser normal que aún pervivan viejos vicios o costumbres adquiridas y una de ellas son los privilegios y la presencia pública que a día de hoy mantiene la Iglesia católica en el Estado español. Una presencia que consigue siendo la única organización política que está libre de pagar impuestos y siendo la propietaria de varios «medios de comunicación» desde donde se hace de todo menos informar. Todo esto gracias a un acuerdo entre el genocida Francisco Franco y el Vaticano, el conocido concordato que permite a los arzobispos designar a los profesores de religión que, sin oposición ni nada, entrarán a las escuelas públicas a adoctrinar a la chavalería. Fantástico. Una organización política que gracias a Aznar y a su corrupto gobierno de las inmatriculaciones se apropió de tierras, ermitas e iglesias que fueron de todos y que probablemente no volvamos a recuperar.

Por esto y por innumerables cosas más (la historia de la Iglesia católica está más llena de sombras que de luces) le pediría al Ayuntamiento que valore si un alcalde (que actúa en representación de todos y todas las ciudadanas) debe participar en un desfile codo con codo junto a los herederos de Tomás de Torquemada o de los instigadores de la «Santa Cruzada de 1936».

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