Aún no somos conscientes de la fertilidad política del 8 de abril

Toda persona que hace hoy un año estuviese en Baiona o viviese de un modo consciente y sentido –es decir, alejado del cinismo y del cálculo–, la jornada del desarme de ETA, portará consigo algún recuerdo o sensación particular que de tanto en tanto le lleve de nuevo a aquel día histórico. Vivimos tiempos en los que las noticias apenas duran instantes y la capacidad para concentrarse en los hechos y las ideas resulta cada vez más fugaz. Pero las sensaciones, las vivencias y las emociones, siempre contienen una mayor capacidad de pervivencia. Con el paso del tiempo, esa noción reaparece cuando se reproducen las condiciones de lo vivido, cuando elementos de la actualidad nos fuerzan a recordar íntimamente aquellas vivencias.

Quienes quieren al país y a su ciudadanía, quienes tienen una mínima preocupación política y un mínimo compromiso con la sociedad, aunque sea desde postulados radicalmente distintos a los de ETA, saben perfectamente que lo logrado ese día supone un avance histórico en el desarrollo de Euskal Herria.

Evidentemente, esto no funciona por calendario, sino por experiencias. El recuerdo de aquel día es profundamente positivo para todas esas personas. Eso no evita en ningún sentido una mirada crítica a lo vivido por nuestra sociedad en estas décadas convulsas. Las consecuencias de ese conflicto perduran y adquieren a veces formas trágicas. Desentenderse de ello nos hace peores como personas y como sociedad. Siendo vasco o vasca, renunciar a ese legado tan fértil es un síntoma de pobreza intelectual y de rencor parcial e insano.

A un año vista, algunas de las posturas que entonces no eran del todo comprensibles han quedado en evidencia. Intentar inhibir esa sensación positiva en la población es una de las mayores irresponsabilidades que se pueden cometer en la política vasca actual. Una vez más, en algunos vence el deseo de que el adversario pierda sobre el de la ganancia común. Un signo patético que caracteriza a una parte de nuestra clase política. Ni la mejor de las gestiones institucionales, si ese fuese el caso, podría compensar el no estar a la altura del momento histórico de un país. Que una manada de utópicos, con su sola determinación y grandes dosis de imaginación, tengan mayor relevancia histórica que muchos dirigentes políticos debería llevar a la reflexión. Sin prejuicios, asumiendo cada cual su responsabilidad, un ejercicio así operaría un cambio sustancial.

Confrontación democrática y potencial
En todo caso, por encima de estas miserias, el 8 de abril de 2017 marca el cambio de ciclo histórico en Euskal Herria, un nuevo paradigma para entender y resolver el conflicto político. Porque, que nadie se engañe, este perdura en la medida en que los proyectos políticos de una parte de  la ciudadanía, aun siendo democráticos y pacíficos, no son legalmente viables. Eso establece una segregación evidente, una ciudadanía con diferentes categorías en la que unos ostentan privilegios insostenibles desde un punto de vista democrático mientras que otros tienen que defender los derechos más básicos, desde los humanos hasta los civiles.

En esa confrontación, que ahora se debe dar en parámetros democráticos, unos quieren decidir qué quieren ser, como articular su sociedad, como relacionarse, desarrollarse y avanzar, mientras otros vetan por la fuerza esas aspiraciones legítimas. Unos aceptan la pluralidad de nuestra sociedad y sus equilibrios, mientras otros son negacionistas de las realidades políticas más obvias. Niegan, por ejemplo, que en este momento los únicos derechos humanos que se están violando en el contexto del conflicto son los de los presos políticos y sus familiares. O que la impunidad de su bando les permite un ventajismo y una crueldad inauditas. A medio plazo, sin embargo, ese marco y esa pendiente son perdedoras.

Quizás los parámetros del conflicto no hayan cambiado en esencia, pero la manera de confrontarlos nunca será la misma tras el desarme y todo el trabajo militante que lo precedió. Estos días en Baiona se reconstruye parte de aquel espíritu, se hace balance del año, se presentan resultados y límites, así como las hojas de ruta para avanzar. Las vivencias no se pueden reproducir artificialmente, pero esta dinámica ha generado una nueva cultura política. El potencial emancipador del momento es mucho mayor de lo que algunos predicen, y ser conscientes de ello acercará los plazos y las fórmulas que abran las puertas a la democracia y a la libertad.

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