Explosión de vitalidad de un pueblo en marcha

El final de Korrika en Donostia ha sido  apoteósico. La de ayer fue una jornada especial, marcada en rojo, cargada de sentimientos a flor de piel. Una cita de enorme sabor popular, en la que ha sido quizá la edición más masiva y más entrañable de ese tesoro colectivo que merece ser celebrado y valorado por todo lo que mueve y por los valores que promueve. Korrika es por méritos propios el evento cultural más multitudinario y de más renombre del país. Pero también es, sin duda, mucho más que un objeto de consumo cultural. Es una «locura» que fascina, una explosión frenética de vitalidad, con un pueblo entregado que abarrota las calles y los caminos de toda Euskal Herria, en una atmósfera que contagia, que va mucho más allá del recorrido y el kilometraje, hasta apropiarse de los corazones, de las conversaciones de la gente y del ambiente general.

Con una participación masiva y un nivel que probablemente nunca jamás se haya conocido, con un público entusiasmado y compactado en valores compartidos, en una idea de país, en un compromiso por un futuro mejor, mucho mejor, las emociones se desataron en Donostia. En medio de un alarde de ingenio, de diversidad y variedad de propuestas, esta edición nos deja perlas y maravillas que resonarán durante mucho tiempo. Un milagro que no sería posible sin el concurso de miles de voluntarios, sin el buen hacer y la autogestión como apuesta de AEK, sin la conexión con el sentir de un pueblo volcado con su lengua. Korrika, en definitiva, tiene un valor inigualable: la promoción de todos esos valores y códigos comunitarios.

El mensaje portado en el testigo decía que el euskara no es solo una lengua que se piensa y se habla, que pasa de una mente a otra, sino que anda, corre, suda, para hacer que las ideas y voluntades bajen de la cabeza al corazón, donde residen el sentimiento y la emoción. En ese sentido, Korrika es la expresión perfecta de un pueblo en marcha, que palpita con fuerza para ser libre y euskaldun.

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