Realistas y utópicas, alegres por los avances y esperanzadas
En su libro “Esperanza en la oscuridad”, Rebecca Solnit reivindica de manera vibrante el valor de la memoria, de la perspectiva histórica, del relato, de cada victoria contra el poder establecido y la necesidad de celebrarla. Según ella, esas memorias alumbran el futuro que hoy aparece oscuro. Defiende, en definitiva, el valor de la esperanza no como evasión de la realidad sino como elemento transformador y emancipador.
Expresa muy bien, con multitud de ejemplos y referencias –algunas discutibles y otras inapelables–, la necesidad de combatir el derrotismo y el fatalismo, injustificadamente comunes en una parte importante de la izquierda y sedantes para grandes capas de la población. Las personas son capaces de grandes gestas que a su vez tienen relación con gestos mucho más pequeños y cotidianos pero de gran valor político. Esas hazañas grandes y pequeñas cristalizan en cambios históricos que a veces toman forma en hechos disruptivos, pero que a menudo se encarnan en cambios culturales y estructurales, en procesos complejos e impredecibles. Nada está ganado, nada está perdido.
En este momento histórico en Euskal Herria hay demasiado ruido destinado a convencer de que la lucha es en vano, que no sirve de nada, incluso que es nociva. Que nadie se engañe, no quieren que la izquierda abertzale reconozca sus errores, porque eso ya lo ha hecho y ha pedido disculpas sinceras por ellos, sino que acepte que ellos, sus adversarios, no cometieron ninguno, que son fantásticos. Quieren que se rinda. Lo cual es, además de otras cosas, fantasioso y poco realista.
«Zuek utopikook…»
Ayer en Miribilla, junto a otros clásicos, un vídeo mostró el momento en el que Telesforo de Monzón grita en un mitin «zuek, utopikook, ekarriko duzue Euskadiko askatasuna» (vosotros los utópicos, traeréis la libertad de Euskadi). Inconformistas, idealistas, revolucionarias, utópicas, desobedientes, resistentes, solidarias… en general, en Euskal Herria miles de personas han tejido una cultura política muy particular que no está solo vinculada a la lucha armada, sino a una visión profunda sobre las personas y las sociedades, sobre los pueblos y el mundo. Es una cultura revolucionaria, contracultural en ciertos puntos, materialista en otros, imaginativa y dialéctica en muchos y esperanzadora para diferentes generaciones. El impacto de esa cultura política trasciende con mucho a ETA e impregna con valores muy positivos cientos de luchas en cientos de áreas y territorios. No hay que leer esto en clave de patrimonio, ni mucho menos, sino de aportación militante, con muchos errores, de nuevo, pero también grandes aciertos.
Todo ello es un capital político inmenso, poco común en las sociedades occidentales, y que no cabe despreciar sin más. Debería ser tomado en serio por el resto de tradiciones políticas de cara a construir un proyecto de país mejor, democrático y decente. En la obsesión por dañar a la izquierda abertzale se está empobreciendo el país de una manera partidaria, infantil e irresponsable.
Medios para cambiar las cosas
Solnit también recuerda que «absolutamente todo en los medios de comunicación dominantes sugiere que la resistencia popular es ridícula, inútil o criminal, a menos que esté muy lejos, ocurriera hace mucho tiempo o, a ser posible, ambas cosas a la vez». ¿Les suena?
Ayer se dio un relevo en la dirección de Euskal Komunikabideak Hedatzeko Elkartea (EKHE), la sociedad que hace casi veinte años fundó GARA y que desde entonces ha estado impulsando la creación y desarrollo de proyectos comunicativos que tengan a la nación vasca en la cabeza y a sus gentes en el corazón. Proyectos para poner en valor todo lo grandioso que tiene este país sin por eso esconder sus derrotas y sus miserias.
Lograr desarrollar medios de comunicación desde una perspectiva a la vez popular y profesional es muy complicado. De hecho, pocas comunidades consiguen fundarlos, menos aún mantenerlos y menos aún que no degeneren. Por eso es importante reconocer ese impulso, la labor de estas personas que desinteresadamente dieron cauce al caudal por la libertad de expresión que siguió al cierre injusto de “Egin”. También es importante asumir el compromiso de continuar con ese legado y adaptarlo a las nuevas realidades y a las mejores ambiciones comunitarias del país, con la libertad y la democracia como ejes. Desde el periodismo, claro.