Símbolos serios, alertas recurrentes y gestos nimios en la cultura democrática española

La visita al retoño del árbol de Gernika y el regalo de un grabado del artista José Luis Zumeta –autor entre otras obras de la impresionante versión contemporánea del “Guernica”–, todo en el contexto del Palacio de Ajuria Enea, suponen una bonita introducción a algunos de los símbolos históricos de Euskal Herria. Hay dudas sobre la capacidad de atención del presidente español, Pedro Sánchez, al menos respecto a las cosas que él considera ajenas a sus intereses directos, pero el lehendakari Imanol Pradales aprovechó la visita del mandatario español el pasado viernes para transmitir esos elementos políticamente significativos.

Como la mayoría de símbolos, los expuestos por Pradales tienen lecturas diversas, dependiendo de la tradición política de la que se provenga. No obstante,  esos símbolos interpelan a todas las fuerzas vascas,  siempre que no hagan del negacionismo su bandera.

Los denominadores comunes de esos relatos son las raíces de la nación vasca y de su poder político, la alarma histórica contra la guerra y el totalitarismo, y la voluntad de transcender del pueblo vasco desde esas raíces hasta un proyecto democrático de futuro, a través del arte y la cultura.

Evidentemente, estas lecturas responden a la mejor versión del país. Pero, ¿por qué no reivindicar esa mejor alternativa frente a opciones empobrecedoras? El árbol de Gernika y el arte contemporáneo vasco representan un legado sociopolítico inspirador que contiene ambiciones democráticas legítimas. Lo contrario es darle las espalda a las mayorías sociales y tratar a la ciudadanía como menor de edad.  

Un guiño repetido se parece a un tic

Enfrente, Pradales se encontró con un gesto: la visita de un presidente español a la residencia oficial del lehendakari en Gasteiz. Un guiño al que algunos han querido dotar de un significado profundo simplemente por ser inusual. Solo Adolfo Suarez con Carlos Garaikoetxea y José Luis Rodríguez Zapatero con Patxi López lo habían hecho con anterioridad.

Que visitar en sus hogares institucionales a representantes de las naciones sin Estado sea algo exótico para un presidente español no dice tanto del gesto en sí como de la cultura política en la que se enmarca.

Sánchez venía de Catalunya de hacer un guiño similar con el president, Pere Aragonès. Ese encuentro se sitúa dentro de las negociaciones con ERC para arrancar la legislatura. Si hay acuerdo las bases de Esquerra deberán convalidarlo con sus votos.

Junts demostró al tumbar el techo de gasto que ellos sí están dispuesto a utilizar ese botón. Otro traspiés para una legislatura que no carbura. Los relatos lo soportan casi todo, pero la aritmética parlamentaria, tanto en el Congreso de los diputados español como en el Parlament, es endiablada pero sencilla.

El único plan B real pasa por las urnas, en base a cálculos que pueden desembocar en aritméticas igual de endemoniadas y simples, pero en sentido opuesto: con la derecha al mando. Cuanto peor, peor. Y con la amnistía renqueando, no parece que, más allá de discursos, el independentismo catalán ni la izquierda española estén preparados para un escenario así.

La gestión que Pedro Sánchez sobre su propuesta de «regeneración democrática» resulta ridícula. Su retórica coincide con una realidad reconocible para vascos, catalanes y galegos, empezando por el «lawfare», pero sus decisiones desvirtúan los hechos. En su ideario simbólico sigue recreando el régimen del 78.

Los símbolos dan asiento a proyectos políticos y no son fáciles de modificar. A menudo, en política, el camino es el opuesto: son las cosas prácticas lo que acaban cambiando esas estructuras culturales. Por eso, los expertos españoles de «las cosas de comer» deben atender ya las demandas vascas, como la derogación de la Ley Mordaza o la de Secretos Oficiales.

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