Un principio rector a la altura de los retos de la patria vasca

En un contexto de guerra en Europa que ha hecho olvidar una pandemia que, sin embargo, sigue ahí, el Aberri Eguna llega este año en un contexto convulso como pocos. Es imposible adivinar cuáles de las tendencias que se imponen ahora decaerán y cuáles se instalarán como una nueva normalidad. La velocidad vertiginosa a la que cambian las cosas, la aceleración histórica, es una característica de esta época. Eso implica que lo imposible sea una categoría caduca, para bien y para mal. Nuevas dictaduras y revoluciones aguardan, pero es poco probable que se parezcan a otras anteriores. Pese a que la nostalgia no es un arma de futuro, sigue cotizando alto.

Mientras tanto, el mundo sigue siendo por ahora de los conservadores, de quienes quieren sostener el sistema neoliberal y heteropatriarcal a toda costa; aunque se haya demostrado que no pueden cumplir ninguna de sus promesas originarias, solo sus vertientes más crueles y castrantes. Paradójicamente, por miedo a un cambio radical que es ineludible, rechazan alianzas para una transformación que ellos mismos predican. Terminan así por abonar las peores pesadillas autoritarias.

En medio de este cataclismo, Euskal Herria sigue siendo una nación diminuta, a la vez negada y orgullosa, con signos de decadencia institucional y señales intermitentes de vitalidad social. De estos tres millones de ciudadanos y ciudadanas vascas, muchos miles siguen comprometidos con un futuro mejor para su pueblo y para el resto de pueblos del mundo. Se siguen vinculando con los grandes valores de la humanidad y con las pequeñas luchas cotidianas, y ven en esas luchas por la emancipación y en esos valores de igualdad y justicia su aportación a otro sistema y a otras relaciones.

Las tradiciones de lucha se mantienen y se adaptan a nuevos retos, aunque arrastren taras, como todo movimiento que se precie. Esos problemas no suelen coincidir, no obstante, con los defectos que les achacan desde fuera para desgastarlos, ni con los marcajes de puristas y sectarios, sino con temas que no se atienden como se debería. Celebrar es necesario, pero la autocomplacencia no es una opción. Vale para las dos grandes fuerzas vascas, los abertzales de izquierdas y de derechas. Mientras, los unionistas siguen sin tener un proyecto para el país, pero tienen el derecho a veto metropolitano.

«Mendi martxie, zoragarrie!» y nuevas poesías

Una nación ha de pensarse por definición en términos intergeneracionales. La idea de legado tiene un valor especial para la política nacional, porque evalúa qué se recibió de la generación anterior y qué se prevé dejar a las siguientes. La militancia abertzale mide ese legado en base al capital político que hereda y a las hipotecas estructurales que deja. El sentido de la lucha no se da en clave particular sino en términos colectivos, comunitarios. El valor de la política y de los líderes no se miden en legislaturas, sino en generaciones.

El individualismo ha sido un riesgo constante en la política contemporánea vasca. Todas las quintas han citado ese peligro. A fuerza de identificarlo, se ha logrado mantenerlo a raya. Nuevas hornadas de jóvenes se siguen politizando en torno a las ideas básicas de que existe un país negado por los estados, vinculado por una cultura y depositario de un tesoro, el euskara, sobre el que tienen una responsabilidad vital. Un pueblo, el vasco, que ha resistido durante siglos gracias a la perseverancia militante de su ciudadanía, conformada por las personas que viven y trabajan aquí, independientemente de sus orígenes, y que es a ellas a las que soberana y democráticamente les corresponde decidir qué serán en el futuro, es decir, cómo articularán su país y qué relaciones tendrán con el resto del mundo.

Los jóvenes se vinculan así a la lucha por la independencia y, al componer nueva «poesía para el pueblo», la transforman. Junto con elementos lacerantes de la época anterior –especialmente los cerca de doscientos presos y presas que responden a una excepcionalidad jurídica y a una política vengativa–, se asoman los retos que marcarán la agenda vasca. La lucha por la igualdad; la demografía y el trabajo; el empobrecimiento y la emancipación; la educación y los cuidados; la seguridad y las libertades… Algunas son versiones sofisticadas de dilemas clásicos. Otros derivan de una realidad disruptiva. En todos habrá que aplicar el principio rector que debería identificar esta nueva fase política en Euskal Herria: «Todos los derechos para todas las personas». La bandera de una patria por la que merece la pena luchar.

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